Cine en español en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata, con acentos madrileño y porteño. La nueva, notable película de Jonás Trueba vuelve a demostrar con creces el talento del realizador español para plasmar pequeñas historias con sensibilidad y profundidad, al tiempo que el primer largometraje en solitario del tucumano Ezequiel Radusky pone en tensión los universos de patrones y empleados en otra comedia con varias capas de gruesa sordina.
A Trueba hace rato que la descripción de “hijo de” le viene quedando pequeña. El suyo es un universo cinematográfico muy diferente al de su padre Fernando y su opus cinco, La virgen de agosto, continúa investigando las vidas cotidianas de personajes que parecen suspendidos en un momento bisagra de sus vidas. A pesar de las continuidades con títulos previos como Los ilusos o Los exiliados románticos, la novedad no es menor: si la mirada masculina había sido, sino excluyente, al menos preponderante, aquí el personaje central es una mujer. Eva (Itsaso Arana en un papel consagratorio) está a punto de cumplir 33 años y su vida atraviesa una crisis tan profunda como común y silvestre, entre la incertidumbre de cara al futuro y una mirada retrospectiva no exenta de dudas.
La historia presenta a la protagonista encarando una breve estancia en un piso prestado y el marco temporal es concreto y breve: la primera quincena de agosto, durante las fiestas de San Cayetano, San Lorenzo y la Virgen de la Paloma, en una Madrid tan calurosa como abierta a los encuentros y reencuentros. Turista en su propia ciudad, Eva camina, visita lugares, conversa con viejos conocidos y nuevas amistades y se plantea, sin decirlo en voz alta, qué hacer de su vida de allí en más. Echando mano a algunas de las enseñanzas del francés Eric Rohmer –uno de los referentes ineludibles de Trueba–, el film sigue a su heroína en todo momento y en todo lugar, en bares, museos y parques, de día y de noche.
A partir de una serie de escenas engañosamente ligeras, marcadas inexorablemente por la causalidad, la película logra describir en detalle sus ansias, miedos y ansiedades. Una de las virtudes del director de La reconquista es la habilidad para conjurar en un mismo plano la mayor de las planificaciones con la sensación más absoluta de frescura y naturalismo. Asistir a la proyección de La virgen de agosto, tal vez su mejor creación hasta la fecha –la más disfrutable, madura y compleja a pesar de su aparente sencillez–, es ingresar a un mundo del cual resulta muy difícil querer salir. No es un halago nada menor el hecho de querer quedarse a vivir en una película.
Rosario Bléfari y Liliana Juárez –ambas presentes en el esfuerzo anterior de Ezequiel Radusky, Los dueños, codirigida junto a Agustín Toscano– llevan adelante la historia de Planta permanente. Son dos amigas muy cercanas que, además, comparten un mismo trabajo como empleadas de limpieza del Ministerio de Obras Públicas. Hace tanto que Lila y Marcela andan por ahí, limpiando pisos y puliendo bronces, que lo que alguna vez fue una changuita se transformó en un segundo oficio: cocinar diariamente para varias docenas de compañeros y ofrecerles un menú de mediodía en el “bufet”, improvisado en uno de los talleres semi abandonados del edificio. Ese equilibrio precario, sustentado sobre la fuerza de la costumbre, comienza a romperse con la llegada de la nueva directora, interpretada por la uruguaya Verónica Perrota, que en público parece más buena que Lassie – siempre atenta a los pedidos de los trabajadores, de tonos dulces y sonrientes– y en privado saca sus afilados dientes para firmar los pedidos de no renovación de contrato, sin demasiadas vueltas ni remilgos.
La hermandad aparentemente inoxidable de las dos mujeres se rompe por un hecho puntual (aunque hay otras rencillas y rencores, del pasado y del presente, que comienzan a pesar) y la posibilidad de invertir en un comedor un poco más profesional se transforma en el sueño y la obsesión de Lila. Escrito por el propio Radusky y Diego Lerman, el guion de Planta permanente –como ocurría también en Los dueños– es lo suficientemente inteligente como para no quedarse en un simple y esquemático caso de enfrentamiento entre patrones y empleados. Con algo de fábula moral y un humor por momentos ácido, la lucha intestina entre los más desamparados toma ribetes salvajes y se convierte en una auténtica guerra de pobres contra pobres. La película en sí misma puede ser vista como una inversión de los films colectivistas de Jean Renoir: desunidas y enfrentadas, las chicas de limpieza poco pueden hacer ante los embates de la patronal. Habiendo participado en apenas tres películas (El motoarrebatador completa la tríada) Juárez se transforma por derecho propio en la gran presencia tucumana del cine contemporáneo, actriz de bajo perfil y alto rendimiento.
En la competencia dedicada a la producción más reciente del cine latinoamericano le llegó el turno a A Febre, segundo largo de ficción de la brasileña Maya Da-Rin, que viene de presentarse en el Festival de Locarno, donde terminó ganado el Premio de la Crítica y el del Mejor Actor, otorgado al debutante Regis Myrupu. El puerto de Manaos es una de las locaciones centrales de la historia y su protagonista es Justino, uno de los encargados de seguridad del enorme depósito a cielo abierto de containers. Cuando su jornada de trabajo diurno culmina el hombre, de ascendencia indígena y unos 45 años, regresa a su humilde casa en las afueras a reunirse con su hija Vanessa, enfermera en un hospital de la ciudad.
La posibilidad de un viaje inminente a Brasilia para que la joven comience sus estudios de medicina es apenas uno de los elementos dramáticos que comienzan a provocar un tembladeral en su vida. La presencia de un ser (¿animal, espiritual?) en la foresta cercana a su hogar y la aparición de una extraña y sintomática fiebre terminan de definir un nuevo y particular estado en la aparentemente inamovible existencia de Justino. Con alguna que otra referencia indirecta al cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul, pero con una agenda social y estética propia –los conflictos laborales y raciales están presentes, aunque nunca se los subraye–, Maya Da-Rin ofrece un relato misterioso, por momentos atrapante y siempre rico en resonancias, en otra de las películas indispensables de la selección latina del festival marplatense.