A Ana Clara Moltoni le gusta que hablen de Sombra Brújula como un título “alucinado”. Le gusta y le causa risa, además. Explica que le puso así a su segundo disco solista, porque las canciones le nacieron de un impulso oscuro, y se fueron iluminando con el devenir. “Creo que se trata de poner en valor el otro lado de las cosas de las que no hablamos pero son tan o más potentes que la superficie”, afirma ella en clave jungueana, y a punto de revelar tales enigmas sonoros un día acorde a la pretensión: este domingo a las 21 en Rabia Bar (Costa Rica 4901). “Tal vez ese otro lado sea lo emocional, el conurbano, lo que no tiene rostro, lo que está en sombra… tal vez esa fue mi brújula para este disco”, detalla, ya adentrándose en un variopinto laburo musical de nueve canciones propias, que ella traduce como nueve juegos, y nueve temáticas.
“El juego es lo que me enganchó cuando componía, lo que encontré entretenido, es decir. Creo que para cada canción me propuse algún juego a seguir”, explica y hace un punteo por las canciones. Por una que se llama “Che Guevara” (“me pintó el Che y dije ´hablamos tan poco de él'") o por otra, cuyo título es “Definitivamente”, y que nació mientras vibraba con las plantas, la terraza y la primavera “La flashié!”, exclama y vuelve a reír esta cantante y multiinstrumentista nacida el año del retorno a la democracia (1983) , formada con Lilián Saba, Juan Quintero y Juán Falú; fogueada en grupos del under criollo (El Tierral, La Maquinita Tango y Ana Seba Mate); y en la música del Brasil, a la que dedicó su primer trabajo: Belo Horizonte.
“Las diferencias entre aquel disco y éste son muchas, porque uno es de interpretación y el otro de composición, aunque la interpretación también tiene su creatividad ¿no?, además, Belo… tiene una música más de mi infancia o de un género determinado y mis canciones ya no tienen género”, desgrana Moltoni pensando en la intrépida “Canción de Dios”, a la que define como una especie de versión propia de “Preguntitas sobre Dios”, de Yupanqui. “Me propuse hablar sobre el tema y jugar con las contradicciones de los símbolos por un lado y lo que para mí existe con firmeza, por otro. Fue divertido porque tuve una infancia formada en el cristianismo, que me hizo padecer un poco después de haber recorrido un camino analítico”. Otra en la que repara se llama “Milonga” y es, tal vez, la que mejor expresa el talante de la compositora, dado el mosaico sonoro en que se mueve… lo folklórico, es decir, más la música experimental y el rock que, en este caso, asume un in crescendo inesperado. “Queríamos que el final fuera tan al death metal como fuera posible”.