Con la actuación del Herbert Danko & Rich Perry Quartet culminó el lunes en la Usina del Arte el Buenos Aires Jazz 2019. Fue un gran cierre para un festival que, reflejo de una tendencia general, este año apareció reducido respecto a ediciones anteriores. Tuvo un día menos de actividad, y por ende menor cantidad de conciertos, pero aun así logró conformar una programación con momentos interesantes. La variedad y la diversidad fueron la cifra distintiva del encuentro, que una vez más logró movilizar público y dar cuenta de que en Buenos Aires el amplio espectro del jazz mantiene firme su energía creativa. A la ya bien asentada presencia de músicos de la escena local se sumaron artistas internacionales, que llegaron con el indispensable aporte de embajadas e instituciones culturales extranjeras.
En el último acto del encuentro que comenzó el jueves, Danko en el piano y Perry en el saxo ofrecieron una brillante lección de lo que puede ser el jazz actual, con música original y altísimo nivel de performance. El cuarteto, que se completó con el baterista Jeff Hirshfield y el contrabajista Jay Anderson, mostró una dinámica ajustada que equilibró un sutil trabajo de grupo, con notables excursiones individuales. Desde el inicio del concierto con “Hopelessness Regained” hasta el final, casi dos horas después, con “Wayne Shorter” y “McCoy’s Passions” –toda una declaración de principios– quedó clara la originalidad de Danko como compositor. Su universo armónico atraviesa distintos climas, en una prodigiosa combinación entre sensualidad y extrañeza.
Sobre ese sonido personal, el cuarteto fue elaborando texturas con las que iba y venía por la tradición. Así, gestos punzantes salidos de la enciclopedia de Monk, por ejemplo, se desarrollaban en solos amplios en los que cada uno ponía lo mejor de sí: Danko desde el piano, su capacidad para desarrollar hasta el infinito; Perry desde el saxo tenor, su sonido espeso y un fraseo de gran belleza; Anderson desde el contrabajo, la implacable capacidad de elegir las notas justas; Hirshfield desde la batería, la discreción de los que están muy seguros de lo que hacen. Danko y Perry prolongarán su estadía en Buenos Aires. El jueves tocarán con el cuarteto en Bebop Club, a las 21 y a las 23; el viernes, en el mismo club de Moreno 364, lo harán a dúo, también en dos funciones.
Fue un gran cierre para el Buenos Aires Jazz 2019, que comenzó sin mayores estrépitos, con Jane Bunnett y Maqueque. La saxofonista y flautista canadiense, junto al combo cubano integrado por Mary Paz (congas y voz), Dánae Olano (piano), Tailin Marrero (bajo y contrabajo) y Yissy García (batería), fueron las encargadas de inaugurar el festival el jueves en la Usina del Arte. Si desde lo simbólico resultó importante la exclusiva presencia femenina en tan importante instancia -el año pasado el Festival se inauguró con la cantante británica Norma Winstone-, desde lo artístico la elección apareció poco consistente. Las cubanas dejaron en claro que conocen muy bien los arcanos de la propia música, pero mostraron cierta inmovilidad ante esos tan recorridos estereotipos que terminaron por devorarlas. Por su parte, Bunnett soleó con soltura, mostrando mejores ideas con la flauta que con el saxo soprano. Todo bien, cada cosa en su lugar, pero sin lograr la trascendencia que hace del jazz una música capaz de ponerse, y poner a quien la escucha, en otro lugar, más allá del color local y las señas particulares.
Uno de los grandes momentos del Festival fue la actuación de Enrico Rava, el sábado también en la Usina del Arte. Después de la notable actuación de la saxofonista Géraldine Laurent y el pianista Laurent de Wilde, el trompetista italiano hizo su música, al frente de un sexteto hecho a imagen y semejanza, que se completó con Francesco Diodati en guitarra, Giovanni Guidi en piano, Gabriele Evangelista en contrabajo, Enrico Morello en batería y el extraordinario trombonista Gianluca Petrella. Rava es un músico moderno en el sentido más profundo del término. Más que técnica, su música es procedimiento. Su idea parte de la asamblea de escuchas y desde esas señales se va construyendo en lo individual y en lo colectivo hasta llegar a las abstracciones de la vanguardia, sin olvidar los caminos de regreso a la balada, donde Rava, que tocó toda la noche el fluguelhorn, es rey.
Desde la razón de ese sonido que hacia adentro brilla y hacia afuera conmueve, el gran italiano construyó música con sus pares, ardiente y excitante, entre la pasión y la ironía de quien a los 80 años sigue probando respuestas para la convicción de sus preguntas. En el final, después de provocar a la platea con un divertimento sobre “Quizás, quizás, quizás”, terminó con “My Funny Valentine” y un solo estremecedor, en el que inevitablemente estaban implícitas las evocaciones de Chet Baker y Miles Davis. Es esa la combinación, entre sentimental e indómita, sobre la que Rava supo prolongar la histórica supremacía del lirismo italiano, aplicada al jazz y sus peripecias.