Sucedió diez años atrás. En el estadio de béisbol de Monterrey, Gustavo Cerati dio el puntapié inicial del Fuerza Natural Tour con un show descomunal, por las canciones, por la banda, por el extraordinario momento artístico que vivía. Nadie sabía -nadie podía saberlo- que el final de esa misma gira iba a ser tan doloroso. El 19 de noviembre de 2009, el compositor, guitarrista y cantante abría una nueva fase en una carrera solista ya llena de cumbres, y los mexicanos iban a ser los primeros testigos de ello.
Diez años después, las salas de Cinemark Hoyts lucen repletas y en estado de show. A nadie le importa que ahí haya una pantalla de cine, se canta y se aplaude y se celebra. Se participa. Porque nada puede diluir la pena por haber perdido a un artista esencial de la cultura argentina, pero su obra, queda claro otra vez cuando las luces del cine se apagan, refulge como siempre. Gustavo Cerati en vivo en Monterrey, el doble CD + DVD que Sony Music lanza este miércoles en todo el continente, tuvo su premiere en 400 pantallas de Latinoamérica, Estados Unidos y España; en Argentina agotó todas sus funciones. La experiencia de ver Fuerza Natural en vivo y en pantalla gigante era demasiado tentadora.
Y sí, claro, hay cierto sabor agridulce. Pesa un poco en el alma verlo a Gustavo tan entero, en un pico creativo, con el maldito diario del lunes que dice que ya no está. Por eso es mejor tratar de hacer abstracción y disfrutarlo, gracias al sonido logrado por Adrián Taverna sin retocar una sola toma. Y el esfuerzo es posible por lo que sucede sobre el escenario, lo que transmite la pantalla. Parece mentira que se trate del primer show de una gira: Richard Coleman (guitarra, lap steel, coros), Leandro Fresco (teclados, coros), Fernando Samalea (batería), Fernando Nalé (bajo, guitarra, coros), Gonzalo Córdoba (guitarra) y Anita Alvarez de Toledo (coros) suenan con el aplomo de una banda de largo kilometraje. Es cierto que varios de esos músicos ya venían compartiendo el camino de Gustavo, pero lo que opera aquí es el convencimiento de la música que están tocando. Y todo fluye.
Eso se vuelve indiscutible desde la audacia de la propuesta: en lugar del recurso fácil de ir mechando sus canciones nuevas con el material conocido, Cerati estructuró el show con una primera parte hecha de estrenos, reservándose para el final una selección de páginas anteriores también bastante audaz. “Este es un disco fundamentalmente empujado por el deseo”, dice al comienzo del concert film, y no caben dudas de ello. A medida que avanza esa primera parte, el deseo de compartir esas canciones, esa “nuevas temáticas” a las que también alude en el principio, produce una comunión y un disfrute inevitables. No puede ser de otra manera, con ese combo de apertura de “Fuerza natural” y “Magia”, la incendiaria versión de “Deja Vu”, la furia desatada de “Dominó”, la lisérgica hipnosis de “Sal” o el clima del segmento en el que baja un par de cambios y engancha “Amor sin rodeos”, “Tracción a sangre” y una rendición de “Cactus” cuya belleza deja imantado al auditorio.
(Y entonces, más de una vez, uno se encuentra repitiéndose para sus adentros en la oscuridad “pero la yuta madre, Gustavo, cómo puede ser”).
Por si se necesitaba otra prueba concreta, la primera hora de En vivo en Monterrey aclara bien los tantos. Porque la temprana partida de un artista a veces provoca lecturas distorsionadas, pero en el caso de Cerati no hay dudas: Fuerza Natural era y es un disco enorme. Terminada la “burbuja en el tiempo” del regreso de Soda Stereo, el músico transitaba un momento de gracia con respecto a su pasado y su presente. El setlist mismo es toda una declaración de principios, con la única concesión a la nostalgia de “Zona de promesas”: Cerati venía de revisitar el repertorio de Soda para el record de los seis conciertos en River. Ni deseaba ni necesitaba volver sobre esa historia. Y si a alguien no le gustaba, pues mala suerte.
Mala suerte... y mala oreja: la segunda parte del show en el noreste mexicano es otro festín. Porque en el principio está ese single grabado en 1993 para el compilado Zona de Promesas, pero lo que sigue hace temblar las paredes con elecciones también impulsadas por el deseo. En “Pulsar” (de Amor Amarillo), Samalea comanda una afiebrada cabalgata que se convierte en aluvión de sonido. El rescate de “Marea de Venus”, uno de los temas grabados junto a Daniel Melero en Colores Santos, es otro desafío a cómo quedarse sentado en la butaca si el cuerpo está inundado de adrenalina musical. “Te llevo para que me lleves” propone un lúdico intercambio con Anita. “Paseo inmoral” es otra andanada bestial, y si en el original de Bocanada contenía un sample del “Rock and roll Part 2” de Gary Glitter, aquí propicia un cambio para puro disfrute de Gustavo y Richard, que se lanzan a citar el riff de “Post Crucifixión”. Es inevitable hacer los links, recordar que Coleman supo grabar el tema de Pescado Rabioso en el primer disco de Los 7 Delfines, y que poco después del debut en Monterrey Cerati participaría del concierto de las Bandas Eternas en Vélez.
Y eso no es el final, porque hay lugar para la contractura rítmica de “Cosas imposibles”, y otro desborde con “La excepción” –con una cita al “Rebel Rebel” de David Bowie, otro héroe de los dos amigos-, y la inoxidable “Crimen”, y todo el público participando del “¡Gracias por venir!” de “Puente”, y la banda que comenzó de negro pero ahora está de punta en blanco empezando a despedirse con “Lago en el cielo” y “#”. Son muchas emociones con tanta historia encima. Son muchas pruebas de la enormidad de la obra de ese señor de la música llamado Gustavo Cerati. Tantas que, cuando se acerca al micrófono e introduce a una célebre canción diciendo que “poder decir adiós es crecer”, entonces sí, las compuertas se abren y se pianta el lagrimón. La yuta madre, Gustavo. Como a Luis, nunca vamos a dejar de extrañarte.