Hace más de cuatro décadas, el cineasta Miguel Mato, director de documentales como Haroldo Conti, Homo Viator y Yo, Sandro-, había escuchado la historia de los puentes colgantes incas. Ahora, en tiempos de falta de solidaridad, donde lo que primó en estos cuatro años fue el individualismo, el director apostó en su nuevo audiovisual a mostrar trabajos realizados en comunidad, como una manera de plantear (se) que no todo es individualismo. Mañana se estrena en el cine Gaumont Apurimac, documental que tiene como protagonistas a cuatro comunidades con varios siglos de historia que viven a 3.700 metros de altura en medio de la cordillera peruana y que permanecen unidas por un ritual ancestral.
A través del documental se puede conocer el rito de renovación del Q`eswachaca, el último puente colgante inca en el mundo que cada un año se deshace y se vuelve armar entre todas las comunidades de la zona. Las imágenes son tan impactantes y bien logradas que Apurimac merece la oportunidad de ser visto en pantalla de cine. Tan sólo cuarenta palabras en quechua se pronuncian en 82 minutos, no hay relatos en off, mucho menos cabezas parlantes, pero Mato junto a su equipo agregó una banda sonora constituida por bowls tibetanos, percusiones y ocarinas. La cámara invita a recorrer la particular geografía, las tradiciones, los saberes, la realidad actual y pasada del imperio Inca y las culturas originarias.
“En el primer viaje exploratorio me contacté con las cuatro comunidades del lugar. Y, a partir de ahí, empezó a surgir la idea de darle forma de relato”, cuenta Mato en la entrevista con PáginaI12. En relación a cómo se entendió con los pobladores, el realizador recuerda: “La mayoría son quechua parlantes. Me acompañó un quechua hablante y, a partir de eso, conocí a los cuatro presidentes de las cuatro comunidades. Tienen presidentes propios que se renuevan una vez por año, con lo cual trabé relación con ellos, les conté lo que quería hacer y cómo lo quería hacer. Yo no quería filmar el puente sino que el puente fuera una excusa. Les costaba un poco entenderlo. Ellos están acostumbrados a que aparezcan de algún noticiero japonés, alemán o sueco el día que van a hacer el puente, lo filman y se van. Les costaba entender que yo quería estar treinta días con las comunidades, transitar con ellos e ir viendo los procesos. El puente era la frutilla del postre”, reconoce Mato.
-¿En qué época se desarma?
-En julio se tira abajo y se arma nuevamente. En la película se ven los hilos sisal que van tejiendo. Cada comunidad se compromete a una cantidad de trencillas. Luego, esas trencillas se convierten en duros, que son las sogas gruesas, que forman el piso y los pasamanos del puente. Pero todo el laburo es una comunidad. Hay una particularidad, en la elaboración de las soguillas trabajan todos: los chicos, las mujeres, los hombres, los grandes, todo el tiempo. Pero a la hora de construcción del puente, las mujeres no pueden bajar a la construcción.
-¿Por qué?
-Me han dicho veinte cosas diferentes. Esa construcción es masculina. No puedo dar certeza porque cada vez que lo preguntaba, me decían: “Es que ellas ya participaron, ahora tejemos nosotros”. Para mí, es algo de machismo puesto ahí, donde la mujer ocupa un lugar secundario pero en ese momento. Esto no pasa en la comunidad todo el tiempo: la mujer tiene una participación absolutamente a la par. Y todos los días lo ves. Pero cuando llega el momento de los rituales y las ceremonias, ahí no hay mujeres que las oficien. Y la técnica de la construcción pasa de generación en generación por el boca a boca.
-¿En qué consistió el trabajo de investigación previo?
-Por un lado, tratar de conocer qué eran esas comunidades. El trabajo de investigación fue in situ, no fue teórico. Lo único previo para mí era tratar de conocer qué era la minca, una especie de paja y ver la historia del puente. De hecho, ellos habían dejado de construir el puente hace diez o doce años por dos o tres años. Y tuvieron granizos, exceso de lluvias, malas cosechas y empezaron a construirlo de vuelta. Y, a partir de eso, se “normalizó” todo nuevamente, según ellos.
-Otro de los momentos fuertes del documental es la filmación de una ceremonia nocturna. ¿Cómo te enterabas de lo que iba a pasar?
-Eso te lo da la convivencia, el poder estar todos los días con ellos e ir de un sitio para otro. Son todas distancias muy grandes que ellos las hacen a pie. La primera semana me reencontré con los que yo ya había visto en los dos viajes anteriores. Los presidentes habían cambiado, porque duran un año en ese rol. Tuve que conocer a los nuevos presidentes, volver a establecer un vínculo, pero ya después la gente me reconocía y me saludaba. De repente, paraba con ellos y me decían del acto de transmisión de conocimiento en la escuela, que se ve en la película y que nunca se había hecho. De eso nos enteramos el día anterior a las cinco de la tarde.
-¿Hay una transmisión generacional y ancestral?
-Sí, en todo desde por qué se visten como se visten hasta cómo se trabaja la tierra y en el caso del puente hasta cómo se hace una soguilla.