El último refugio

Dylan Thomas, Jackson Pollock, Jimi Hendrix, Arthur Miller, William S. Burroughs, R. Crumb, Thomas Wolfe, Arthur C. Clarke, Andy Warhol, Mark Twain, Leonard Cohen, Henri Cartier-Bresson: apenas algunos de los ilustres artistas que residieron allí. En el hotel Chelsea, sobra la aclaración, mítico edificio neoyorkino cuyos 12 pisos devinieron imán para luminarias durante añares, desde que abriera sus puertas en 1885 en la calle 23 entre la Octava y Séptima Avenida. Fue uno de los primeros edificios de apartamentos construidos como cooperativa, pero en 1905 fue transformado a hotel, y el resto es conocida historia. Una historia torbellino, eso sí, que sufrió repetidos embistes en un siglo 21 que no lo ha tratado con el mimo que hubiera merecido, amén de desalojos en 2008, repetidos intentos de reforma extrema, cese definitivo de recepción de huéspedes en 2011 y un futuro en puntos suspensivos, con planes de convertirlo en hotel boutique con coqueto restaurant. Ni del ayer ni del mañana, empero, trata un flamante fotolibro que acaba de publicarse en Estados Unidos tras cuatro años de intenso laburo: una sincera celebración al presente del legendario sitio es lo que proponen el fotógrafo Colin Miller y al escritor Ray Mock, autores de Hotel Chelsea: Living in the Last Bohemian Haven. Tomo que documenta el hoy del famoso enclave, con entrevistas a casi dos docenas de sus residentes actuales y con imágenes ricamente detalladas de sus espacios únicos. “Este no es un panegírico”, destacan a dúo, aclarando raudamente que se trata “del registro de un edificio vivo y de las personas que lo están haciendo suyo”. Entre ellos, el cineasta y fotógrafo Tony Notarberardino, que vive en el sexto piso desde 1994, y con orgullo asegura: “El Chelsea es más grande que nadie. Nos va a sobrevivir a todos”. “A través de su decoración, estos apartamentos proyectan la peculiar sensibilidad de los estetas urbanos que allí residen, que trabajan -en su mayoría- en el cine, el teatro y las artes visuales. Lo que resulta en espacios delirantemente ornamentales, salvajemente excéntricos, con un costado cursi, que resisten la homogeneización general de Nueva York”, postulan Miller y Mock.

Sacá el Freddy que hay en vos

“A la gente le encanta cantar con Freddie Mercury, pero ¿puede cantar como Freddie Mercury? Creamos este desafío para averiguarlo”, avisan desde las arcas de Freddie Meter: flamante herramienta online que permite cotejar qué tan cercano es el registro vocal del usuario con el registro del inigualable cantante brit. Desarrollado por YouTube, Google Creative Lab y Google Research con el aval de -los miembros restantes de- Queen y los sellos Universal Music y Hollywood Records, el chiche de inteligencia artificial es de sencillísimo uso: alcanza con elegir uno de los 4 temas disponibles (Don’t Stop Me Now, We are the Champions, Bohemian Rhapsody, Somedy to Love) y seguir las letras mientras suena la pista, al modo karaoke, esperando que la maquinola lance el resultado nomás terminar la canción. Del 1 al 100, dispensará un porcentual tras comparar tono, timbre y melodía. “Para obtener mejores resultados, pruebe el Freddie Meter en una habitación silenciosa con audífonos nuevos, pero sepa que aún así podría resultarle complicado igualar perfectamente una voz tan especial como la de Mercury, que la mismísima ciencia aún está tratando de descifrar”, moja la oreja la IA, entrenada a partir de las cintas de estudio originales del legendario músico, tras arrojar los resultados. Permitiendo además, en esta era hipersocializada, compartirlos en redes bajo el hashtag #FreddieChallenge, amén de contagiar el entusiasmo por probarse en las sonoras lides. Por lo demás, hay giro bienhechor al asunto, porque invita raudamente el sitio a donar unos morlacos al Mercury Phoenix Trust, organización benéfica que da batalla global contra el HIV/Sida, habiendo financiado ya más de mil proyectos, fundada por Brian May, Roger Taylor y su manager Jim Beach en memoria de Mercury. Y ya está.

El veterano del rock y sus trencitos

Acostumbrados los terrícolas a verlo posar para las tapas de las más rockeras publicaciones del globo durante décadas, luciendo el inclaudicable pelito en pincho y las características botas de pitón, decir que ha sorprendido encontrarse a Sir Rod Stewart en la portada de Railway Modeller es quedarse corto. Sucedió en la última edición de esta perenne revista brit (sale mensualmente en UK desde 1949), dedicada -como su nombre indica- al modelismo ferroviario. Allí, con la sonrisa satisfecha de quien está muy orgulloso de su obra, confesaba el músico de impoluta voz rasgada su pasión por las maquetas de trenes y los dioramas, y mostraba el laborioso trabajo que le llevó ¡26 años! montar. La recreación de una imaginaria ciudad estadounidense, inspirada en los Chicago y Nueva York de la década del 40, con sus rascacielos, sus negocios y fábricas, sus coches, sus parques, sus transeúntes, y, por supuesto, sus trenes. Para crear esta colosal maqueta de 38 metros de largo por 8 metros de ancho, que actualmente ocupa buena parte del ático de su casa en Los Ángeles, necesitó una manito de sus amigos; en la parte eléctrica, más no fuera, el resto es de propia elaboración…

 

“Cuando empiezo algo creativo como esto, tengo que dar un 110% de mí. Para mí es adictivo. Empecé, así que solo tuve que terminar”, cuenta en la nota principal de la revista, aclarando que -incluso mientras andaba de gira en estas últimas dos décadas y media- no se olvidaba de cargar los adminículos necesarios para continuar con su ciudad de mentirillas, rentando una habitación extra para avanzar con partes de la maqueta. “Les avisábamos con antelación y eran realmente complacientes: retiraban las camas y nos daban ventiladores que mejorasen la circulación del aire”, da la nota freak el buen Rod, y suma que -en los viajes- tomaba fotos de cualquier edificio que sirviera de inspiración para su urbe miniatura. Por lo demás, dice que la devoción por este hobby -que demanda tanta paciencia como buen pulso- despertó en él a tierna edad. A los “ocho o nueve años”, rememora el artista brit, viendo mononos diseños de modelismo ferroviario en vidrieras de la ciudad balnearia Bognor Regis, donde vacacionaba con su familia. Siguiendo la recomendación de papá Stewart (“Los hombres necesitan un pasatiempo”), le pidió una estación de juguete, pero el patriarca le obsequió una guitarra. Con el diario del lunes, ciertamente atinada la decisión de papá.