Veinte años de sustos y sorpresas: eso celebrará el festival de cine fantástico Buenos Aires Rojo Sangre a partir de mañana jueves en el Multiplex Belgrano (Vuelta de Obligado 2199) y hasta el 1º de diciembre. El BARS alcanza su vigésima edición plantando bandera por el cine de género: bizarro, terror, suspenso, fantástico. En estas dos décadas, no sólo se convirtió en el más longevo de Latinoamérica, también fue un espacio de encuentro y resistencia para los realizadores muchas veces marginados del circuito prestigioso del cine local. Fue refugio para los espectadores cuando ni siquiera la pantalla chica saciaba las ansias de zombies (que hoy parecen omnipresentes) y gritos espeluznantes.
El BARS fue fundamental para el desarrollo de este tipo de películas y ofició tanto de semillero de directores como de plataforma para mostrar e impulsar la aceptación de su propuesta dentro del circuito comercial y los canales institucionales. Así, además de una programación gozoza, allí también presentará un libro autocelebratorio: Buenos Aires Rojo Sangre: 20 años de cine, hemoglobina y autogestión, “un libro coral y colectivo que repasa la historia del festival y la de las últimas décadas del cine fantástico argentino”.
La propuesta de este año incluye tanto cine nacional como extranjero. Entre las películas argentinas destacan los largometrajes como Cazador, la película (de Georgina Zanardi y Marcelo Leguiza, basado en la historieta de los ’90), Respira: Transgénesis (de Gabriel Grieco), Tr3sh: la concha de su madre (de Alejo Rébora, que cierra su trilogía), Zombies en el cañaveral (Pablo Schembri), Carroña (Luciana Garraza y Eric Fleitas) y El gran combo (Matías Szulanski). Tampoco faltan títulos latinoamericanos, como Diablo Rojo PTY (Sol Moreno, de Panamá), Luz (Juan Diego Escobar Alzate, de Colombia), Belzebuth (Emilio Portez, d México) o Infección (Flavio Pedota, de Venezuela).
Desde luego, habrá aportes de más allá del océano. Por ejemplo Killer Sofa (Bernie Rao, de Nueva Zelanda), Last Sunrise (Wen Ren, de China), Artik (Tom Botchii) y You might be the killer (Brett Simmons, de Estados Unidos). Además, la edición 2019 del encuentro tendrá el panorama “Invasión: Japón”, con varias novedades en el cine de género oriental, incluyendo a Vamp (Kazuya Konaka), Ghost Master (Paul Young), Mimicry Freaks (Shugo Fujii) y Ballad of the Nail (Dynamite Hira), entre otros. En términos de panoramas, que en el BARS suelen ser temáticos, destaca también el ciclo de cortometrajes españoles. “Lo de los cortos españoles es una tradición de hace 18 años, no tiene razón: quedó alguna vez y decidimos que todos los años arrancamos con esa sección. Pasa que el cortometraje español es muy potente, tiene mucha cantidad y mucha calidad”.
Además del libro, las películas y los espacios de encuentro entre realizadores y público, este año el festival propone un homenaje más. Será a Carmen Yazalde, la modelo portuguesa que, más allá de su paso por la Argentina, tuvo un fugaz pasado como estrella del cine de terror europeo bajo el seudónimo de Britt Nicholls. Entre 1972 y 1973 apareció en distintos films de Jess Franco, como Daughter of dracula, Une vierge chez les morts-vivants o La maldición de Frankenstein. Yazalde ofrecerá una entrevista pública recordando esa experiencia.
“No tenemos muchas virtuddes, pero tenemos la persistencia”, evalúa Pablo Sapere, programador del Festival y uno de sus organizadores históricos. “Es un proyecto que obviamente nos lleva mucho esfuerzo, con el que recibimos un montón de golpes, cachetadas y vueltas de cara, pero que sigue porque somos persistentes y excesivamente apasionados por esto, si hubiéramos tenido como objetivo la fama, el dinero o el reconocimiento ya hubiéramos bajado los brazos”, reflexiona.
El sueño del grupo, recuerda, siempre fue convertir al BARS en un espacio referente. “Creemos haberlo conseguido y lo primordial, que era que el cine de terror, fantástico, de ciencia ficción, formara parte del menú habitual de la cinematografía argentina, también”, agrega. Hoy suelen aparecer en la cartelera comercial propuestas locales vinculadas a estos géneros, algo que, señala el programador, era impensado hace no ya 20 años, sino apenas diez. “Ya es habitual que haya cinco, seis, hasta siete estrenos de cine de género por año en el circuito comercial. No es que lo conseguimos nosotros, pero aportamos nuestro granito”, celebra.
“Hace veinte años el cine de género era algo que se construía en los márgenes, había que levantar las baldosas de la vereda para encontrar una película, había que rascar en los bordes de la olla a ver si conseguías un medio de prensa que diera bola, y por esas mismas limitaciones era todo muy artesanal y precario”, señala Sapere. Dos décadas después, observa que “hay un cine de género profesional, que es el que llega a las salas comerciales, e incluso en el cine independiente, el marginal que se hace fuera de la estructura del INCAA, hay una calidad técnica y de actuación que logra productos que pueden circular por cualquier lado”.
El programador destaca “un doble crecimiento”: “gente que pudo crecer y cobrar un sueldo por hacer su propia película y gente que logra un producto de una calidad que es adecuada para circular”. Así, por ejemplo, celebra Daemonium (Pablo Parés), estrenada algunos años atrás en el Festival y hoy disponible en Netflix. “Está hecha por fuera del INCAA pero tiene una calidad de imagen, de efectos especiales, unas decisiones estéticas y narrativas que la ponen a la altura de una plataforma internacional”, aplaude Sapere. Con ese horizonte en la mira, de aquí hasta el 1 de diciembre habrá tiempo para empaparse de auténtica cinefilia sangrienta. Una sana costumbre.