En una sala de teatro suburbano una hija mata a su padre y a su madre, la escena no se parece a la escena de la película de Chabrol con la inigualable Isabelle Huppert y sin embargo aquella delicia guardada en la venganza sobrevuela como un alma gemela, un soplo consanguíneo. Un detalle siempre Bierce –o del Guasón para estar a tono en estos días– que incorpora hijos nuevos a la lista. Aquella Prostituta de día o Niña de día, mujer de noche (según hayan traducido) que Isabelle creó en 1978 respira con el mismo ahogo en una función experimental.
Violette Nozière, bella como un nenúfar sobre una montaña de carbón, según Benjamin Péret, vuelve a matar y el parricidio actuado la regresa tan criminal como heroína. Una vez más la ficción recupera escenas de la vida real y la convierte en una escena imprescindible para las dos, -como cuando un personaje secundario de Austen muestra un sentimiento que lo asfixia-.
La vida real de Violette Nozière era, según cuentan los diccionarios enciclopédicos y los anales policiales, la de una asesina francesa que en la década del treinta mató sin razón aparente a su padre, un ferroviario parisino, y lo intentó con su madre sin suerte porque la mujer sobrevivió. A los dieciocho años Violette les dio veneno diciéndoles que era un remedio para curar la sífilis hereditaria que, según ella, padecían los tres. El expediente judicial dice que la única que tenía sífilis era Violette por ser una prostituta pero que cuando toda su vida privada parecía desmadrarse convenció a un médico para que les dijera a sus padres que ella era virgen y que la enfermedad no era sino un rasgo más de los rasgos genéticos que los tres compartían. El veneno escondido en el remedio sanador iba a reparar la sífilis de la familia. Cuando esa noche volvió y los encontró desvanecidos abrió las llaves de gas para simular un suicidio y salió a pedir ayuda. El veneno fue letal para Jean Baptiste, su padre, pero no pudo con Germaine, la mamá recuperada. Un año después de haber sido tapa de los diarios, causa de enfrentamientos verbales sin días de intervalo que celaban con igual certeza las razones inversas de avasallamientos familiares sin dejar afuera de la querella la defensa incondicional que “la princesa de la letras” -título nobiliario que una revista le había dado a Colette a comienzo de 1934-, le ofrecía a voz ancha, un tribunal la declaró culpable. A Violette la esperaba la guillotina pero la pena, que rozó con la posibilidad de años de trabajo forzoso, de prisión perpetua, o de doce años de cárcel, fue gradualmente reduciéndose hasta que finalmente recuperó la libertad. Los murmullos urbanos también dicen que Violette, vena de algunas líneas de Picasso, se casó y tuvo hijxs. La engendrada monstruo para algunxs fue inmediatamente el símbolo de la revolución contra la opresión familiar para otrxs quienes recitaban en la arenga de adicción cutánea y en tartamudeo pendiente de su sombra los versos que Paul Éluard le dedicó a la juzgada adolescente: “soñó con deshacer /y deshizo /el horrible nudo viperino de los lazos de sangre.”
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