Cuando una novela de corte política adquiere un tono policial las posibilidades de lectura se ensanchan, son múltiples, siempre nos da la urgencia de pedirle más y más a la trama. Cuando se logra que el lector forme parte del proyecto que está ante sus ojos el logro es aún mayor. Es en la década del 70 donde aún se muestran indicios de relatos e historias que salen a la luz y cae de maduro que es muy difícil poner en escena tanto vértigo, tantos hechos únicos, reconocibles, imborrables que a pesar de los años transcurridos no son muchos los textos narrativos que hablan de lo que sucedió en el terreno social pero también con atención puesta en los valores y los afectos. En este caso, fue célebre la frase de Mao cuando le preguntaron qué opinaba sobre la Revolución Francesa y él contestó que aún era temprano para emitir un juicio.

Represalias de Ulises Gorini, se hunde en la fatalidad que enfrenta Ricardo, un ex preso político que integró una organización armada y toma la decisión de realizar una autocrítica sobre los modos de encarar la política de aquellos años; y eso da lugar a la discusión con sus compañeros, las sospechas entre sobrevivientes y los cambios que se van dando entre personajes antes intocados y ahora puestos en cuestión. El vínculo amoroso con una joven periodista y el hecho de poder volver a caminar por las calles de Buenos Aires arman un tejido difícil de saltearse, por lo que se dice, por lo que se calla y por el sustrato amoroso que se construye luego de años de encierros y castigos. En ese bloque de intrigas aparece Laura, una pintora que tuvo que marchar al exilio y que busca volver a dibujar el rostro de Ricardo para plasmarlo en el año 1987, cuando se reencuentran pues fue su compañera antes que fuese detenido. “Los retratos que se hacen en las escuelas de dibujo son todos iguales” y este es el verdadero hallazgo del tono del libro, encontrar lo singular de un militante que lo dio todo por una causa y busca la verdad cueste lo que cueste, aunque juegue en su contra. Y para eso toma un sendero en clave detectivesca para su accionar y de esta manera limpia la zona de lectura. Esto le permite a Ricardo volver a ver a su madre en sueños vestida con un batón por una calle de Córdoba como uno de los momentos más cálidos del libro. El avance por las calles de otra Buenos Aires, las veredas de Belgrano, el derrotero de los bares de la avenida Corrientes en los años 80 marcan sólo una ruta de un novelista que tiene mucho por decir y que sabe donde parar y cortar.

Los edificios de creencias se derrumban pero la esperanza aquí no se dibuja en el agua sino que atraviesa a los hombres y mujeres en situaciones límites. En ese contexto la escritura se potencia al ritmo de Chandler, entre otros maestros de la novela negra, y la literatura de suspenso en general, con la posibilidad de enfocar la lupa en lo micro de la vida cotidiana de entonces, en medio de fuertes relámpagos y truenos que siempre ofreció nuestro quehacer político. Estos recursos del género y esta mirada de los detalles, permiten que las cosas se vean más claras y que cada personaje entre en colisión, dispute memoria y deje picando el encuentro con ideas y dudas que en esta novela son bienvenidas.

El telón de fondo son las “Felices Pascuas” de Alfonsín y la vida de un hombre ahora con libertad para decidir sobre su destino y sobre la historia en que decidió poner el cuerpo. En ese entonces aún se veían jacarandás en las calles, existía el papel pautado en las viejas redacciones periodísticas y los bastidores en los talleres de pintura. Pero hay sobre todo una memoria emotiva que se pone en acto como pocas veces en la narrativa argentina, en especial sobre las condiciones de la militancia, de la actividad guerrillera, el cuidado de las agendas personales escritas en clave pues no se podía comprometer a todo un mundo familiar o partidario. A eso se agrega lo que significó jugarse por las creencias, aquí hay que hacer una pausa y destacar la carnadura de cada diálogo, pues nada está puesto por capricho pues se reconstruye una época, un ambiente y la formulación de modismos que hacen más llevadero el relato. Los libros, se sabe, no son cajas de Pandora, no son revelaciones absolutas, son indicios en este caso para narrar temas que nadie quiere hablar ¡ni siquiera los personajes del libro! como si la nieve fuese cortada a cuchillo, como si la letra fuese escaldada en la historia reciente hecha de nuestros antepasados, de nuestros héroes y de nuestros tropezones y grandezas. Lo que le cuesta a un ex preso político hacer una compra, las fiestas de las que ya no se siente parte, las relaciones de amor que se terminan y la vida que cambia de golpe están al acecho aquí de la mejor manera.

A la vez, nos enteramos de cosas que la historia no dejará atrás como el voto de la Junta Coordinadora a las leyes de obediencia debida y punto final con la amenaza de quedar fuera del gobierno de entonces, las discusiones en las redacciones periodísticas donde las máquinas de escribir se llamaban a silencio para luego recomenzar con más fuerza. Ex presos que se reúnen y celebran mientras Ricardo tiene su propio plan, tan lejos y tan cerca de sus camaradas.

 

Leer esta novela es verificar también cuan a la mano están ciertos hechos y cuanta “distancia” se necesita para evaluar el arrojo, la lucha por un mundo mejor y la edad que tenían los que se propusieron tomar el cielo por asalto. En la escritura, en las zonas del diario íntimo que lleva Vicky, tal vez se encuentren los rastros de la sangre y las huellas de gran parte de una generación. Ulises Gorini es también el autor de los dos tomos de la obra Rebelión de las Madres y La otra lucha y libretista sobre el rol de las Madres estrenado en la TV Pública en el año 2014. Esta es su primera novela.