Entre diciembre de 2015 y final de 2016 se produjo un severo ajuste en la composición del gasto de los hogares porteños. La causa: el ingente aumento de los precios regulados de los servicios públicos (incluidos energía y transporte). El resultado, una disminución de los gastos en alimentos, en especial Carnes y Huevos, es decir, proteínas.

Tomamos dos hogares tipificados en la estadística oficial de la Ciudad. El primero de ellos compuesto por un matrimonio de 35 años, activos, con dos hijos varones de 6 y 9 años y propietarios de la vivienda. En este caso, durante el 2016, el desplazamiento del gasto de alimentos a tarifas fue de casi 3 puntos porcentuales.

Luego, para el caso de un matrimonio de jubilados, ese desplazamiento trepó a 4 puntos porcentuales; el sector pasivo también resignó consumos centralmente en alimentos, aunque accesoriamente en todos los rubros restantes, en bienes corrientes (como los gastos en salud) y durables.

Esta dinámica se comienza a explicar al observar que el incremento de los precios en alimentos se movió en un entorno promedio del 30 por ciento (con picos del 70 por ciento) y el de los servicios regulados en torno al 150 por ciento promedio (con picos de 280 por ciento, en el caso del Agua).

Imposible de sostener esta tendencia debe frenarse de cara a los aumentos que ya se planifican desde el Estado nacional para los servicios públicos y el transporte.

Sería otro grave “error” seguir ajustando el ingreso de los hogares durante este año, sin conjeturas acerca de lo político electoral. Hay una angustia sosegada en la mayoría de los hogares porteños, que vieron empeorar su calidad de vida durante el 2016 y ya no encuentran mayor basamento material para otro ajuste.

Recordemos que la inflación de la Ciudad de Buenos Aires viene siendo medida bastante por sobre el IPC-Nu del Indec. Es evidente que hubo comportamientos adaptativos en los hogares. Y, en otro orden, hasta consenso con lo que se denominó “atraso tarifario”. Pero esto llegó al límite. La próxima ronda de aumentos debe evitarse. Porque ya está demostrado que se resignan proteínas para solventarlo en la economía familiar.

Con la información disponible al tercer trimestre de 2016, las ventas de alimentos en supermercados estimadas por la información fiscal habían caído un 2 por ciento contra igual trimestre de 2016. Para el lector desprevenido: 2 por ciento menos de alimentos para el conjunto de la población es muchísimo. En electrodomésticos y en restaurantes las caídas eran del 8 por ciento.

Lamentablemente está discontinuada la serie de ocupación de locales comerciales. Sabemos que a las PyMEs y al pequeño comercio local los cortan los dos brazos de la tijera: caída de demanda y aumento de las tarifas. La situación en los centros comerciales barriales es muy angustiante.

La experiencia de este año demuestra que la gélida racionalidad de mercado de Sr. Aranguren ya no da para más. Esta ronda de aumentos de gas y electricidad debe frenarse; tienen que poder respirar familias y pequeños comerciantes, antes que el deterioro de la calidad de vida nos lleve décadas atrás en el tiempo. El Ingeniero Macri está a tiempo de corregir otro error.

* Economista / Consejero en la Defensoría del Pueblo.