A las 10:05 de la mañana el Capitán Sergiy del Buque Esperanza –el barco más grande de Greenpeace-- firmó el último documento de Prefectura y dio la orden de zarpar. La costa de Puerto Madryn tardó algunas horas en dilatarse a medida que el Esperanza, flanqueado por delfines y petreles, surcaba el Golfo San Jorge con destino a aguas internacionales. La mañana era tan clara como el océano patagónico. La expedición de Greenpeace de la que participa Página|12 se dirige a lo que la organización denomina el wild west del Atlántico: la zona del Agujero Azul, una prolongación de la plataforma continental fuera de la zona marítima de soberanía argentina, de gran biodiversidad y, por lo tanto, muy atractiva para la pesca industrial, e ilegal.
“Nuestro principal objetivo en esta campaña es comunicar sobre las amenazas que está teniendo hoy el océano y la presión a que se lo está sometiendo”, explicó Luisina Vueso, coordinadora de la campaña de océanos de Greenpeace andino. La travesía del Esperanza pasó por el Ártico, por el Mar de los Sargazos -en el Atántico Norte-, por los arrecifes del Amazonas en Guyana Francesa, y continúa con el tramo de la costa patagónica y la Antártida. El broche de la campaña será en marzo de 2020 en Nueva York, en la ONU, “con toda la documentación que se juntó en el viaje”, indicó Vueso, en donde se discutirá el Tratado Global por los Océanos, “que daría la posibilidad de la creación de santuarios marinos para cerrar áreas amenazadas por estas industrias destructivas”, explicó. El objetivo es que se logre la protección del 30 por ciento de los océanos del mundo para 2030. Hoy la regulación alcanza solo el tres por ciento.
El primer día de navegación fue calmo, con inusual poco viento y el cielo despejado. Luego de cruzar el límite de la abrazadera natural del golfo, el mar abierto se pliega en olas más grandes, pero este miércoles las oscilaciones fueron leves. El Agujero Azul está situado a 500 kilómetros de Puerto Madryn y el viaje hasta allí demora dos días enteros. Esta zona, según el último informe de Greenpeace sobre el Mar Argentino, es “un ejemplo relativamente poco común de un área de aguas internacionales que están ubicadas en parte en la zona nerítica (es decir, aguas menos profundas sobre la plataforma continental), se considera de muy alto valor desde un punto de vista biológico. Es vital para el ciclo de vida de muchas especies, incluidas algunas especies amenazadas”.
Debido a la riqueza biológica y a su posición por fuera de la Zona de Explotación Exclusiva de Argentina (ZEE), el Agujero Azul es un edén para la pesca furtiva de calamar y merluza negra, entre otras especies. Los calamares se pescan de noche y se utiliza luz para atraerlos hacia los barcos. En las imágenes nocturnas tomadas por satélites se puede ver cómo el conjunto de pesqueros –que en temporada alta superan los 400 barcos- brillan en el océano como una ciudad fantasma. Uno de los principales problemas para el ecosistema marítimo es la pesca por arrastre de fondo a gran escala. Está técnica consiste en “una gran red de cadenas en su parte inferior que aran el fondo marino, destruyendo sin contemplación todo tipo de flora y fauna”, apunta el informe de Greenpeace. A la última etapa de la expedición se sumó el investigador de Ibiomar-Conicet Martín Brogger, especialista en el fauna de profundidad. Para ilustrar el daño al que fue sometido el océano por la pesca industrial, el biólogo apuntó: "Si talás un bosque todo el mundo lo ve, como cuando se quemó el Amazonas. El fondo marino no se ve, y es el área más dañada del mundo”.
Los barcos pesqueros –la mayoría de origen español, surcoreano y chino-, suelen cruzar la frontera invisible de aguas internacionales hacia el Mar Argentino. “En aguas distantes desactivan sus sistemas de posicionamiento satelital e ingresan ilegalmente”, indica el informe, en el que también se denuncia la “fuerte relación simbiótica entre los abusos laborales y la pesca ilegal, no reportada y no regulada”, ya que “donde hay una regulación débil y una aplicación de la ley deficiente, la sustentabilidad y los derechos humanos inevitablemente se resienten”.
El Esperanza fue construido en 1984 en Gdansk, Polonia, y conserva parte de las salas de control soviéticas de la época. Mide unos 73 metros de eslora, 14 metros de ancho y alcanza una velocidad de 16 nudos. La capacidad máxima de personas a bordo es de 39, aunque en este tramo participan 37. La parte interna del barco esta dividida en varios pisos, entre los que se distribuyen los camarotes; un lavadero; un gimnasio; una amplia sala de estar forrada en madera, con sillones, mesas ratonas y guitarras colgadas de las paredes; un salón comedor; cocina y varios baños. En el último piso -el “puente”- está el área de comando de navegación: un espacio rodeado de ventanas para abarcar una mejor visión del océano, con pantallas y radares, y el timón, una rueda que no tiene más de diez centímetros de diámetro.