Finalizó el proceso eleccionario de este año y con la asunción de Alberto Fernandez el próximo 10 de diciembre se iniciará una nueva etapa de la historia política nacional. Lo que viene hacia delante no será nada fácil y requerirá de la mayor solvencia, compromiso y responsabilidad de todo el arco político para reconstruir una economía diezmada y con muy pocos grados de libertad para la toma de decisiones, fundamentalmente a partir del corsé que representa el desenfrenado endeudamiento de los últimos cuatro años.
En este marco, una cuestión que podría parecer menor pero que realmente reviste suma importancia es la capacidad discursiva que pueda articularse para cimentar los consensos que serán necesarios en esta nueva etapa. En efecto, la capacidad de construcción de un discurso económico maduro, inclusivo, solvente y sustentable resulta ineludible en el marco de una indiscutible hegemonía por parte de la ortodoxia económica, la cual impulsa el ajuste, la financiarización, la desregulación, la inequidad y la exclusión como estandartes fundamentales de sus programas.
Contrariamente a lo que se hubiera imaginado algunas décadas atrás, el avance tecnológico impulsó un vaciamiento en el contenido del discurso político y en particular del discurso económico, coartando los espacios para la profundización del debate a partir de la vertiginosidad de estos tiempos. La apatía en la discusión política no resulta ecuánime en términos de conveniencia para los intereses en disputa, ya que la banalización y la falta de compromiso favorece lo ya instituido, atentando contra las posibilidades de una transformación superadora.
En una coyuntura signada por la gravedad de la crisis económica, este proceso de degradación analítica y discursiva ha afectado especialmente el debate económico. En este terreno en particular, los discursos difundidos mediáticamente van moldeando la percepción de la sociedad bajo el criterio de las emociones y los dogmas, ocultando la tensión de los intereses en pugna y los procesos que las determinan.
Esta vacuidad discursiva en este ámbito resulta sumamente relevante para explicar el hecho de que hayan podido retornar las políticas económicas de corte ortodoxo, después de tantas evidencias empíricas acumuladas respecto a la capacidad de daño y perjuicio para las mayorías. Numerosas experiencias lideradas por Álvaro Alsogaray, Celestino Rodrigo, José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Cavallo no fueron suficientes para que una buena parte comprendiera la inconveniencia de las políticas económicas ortodoxas, a pesar de haber corroborado en carne propia una y otra vez los estragos que las políticas liberales son capaces de desencadenar.
Esta reincidencia cuasi masoquista que la sociedad ha desarrollado se debe en gran parte a la permanente repetición en diversos ámbitos académicos y, en especial, en los medios masivos de comunicación, del discurso económico mainstream. El cual ha sido minuciosamente diseñado para inhibir la posibilidad del desarrollo en países atrasados y perpetuar así las relaciones de poder imperantes.
La sistemática difusión de este mensaje obsoleto y carente de toda rigurosidad científica como única alternativa posible no es casual, sino que la construcción de subjetividades que impulsa, se encuentra debidamente direccionada y orquestada por aquellas minorías que se benefician con estos proyectos y con la reproducción de una estructura productiva subdesarrollada que garantiza la continuidad de los actuales esquemas de poder.
Como sostuvo el filósofo francófono de origen argelino, Jacques Derrida, “No hay nada por fuera del texto” y en este caso, no hay nada por fuera del discurso. Todo es lenguaje, nada existe por fuera del lenguaje, lo que no se nombra, no puede ser percibido. Este concepto es especialmente aprehendido por quienes construyen sistemáticamente la subjetividad social, a través de los medios hegemónicos y las redes sociales, a partir del animoso silenciamiento de visiones económicas heterodoxas de mayor rigor científico. Al tiempo que procuran además, difundir su doctrina en espacios que no permitan un profundo abordaje, ni el debido intercambio de argumentos, dada la probada incapacidad de este entramado teórico para impulsar el desarrollo y el crecimiento económico.
En este marco, la heterodoxia económica debe redoblar su esfuerzo y agudizar su ingenio para difundir y promover en todo ámbito posible las ideas económicas que han permitido a diversas sociedades desarrollarse. La evidencia que la historia económica brinda permite sustentar debidamente estos argumentos, ya que no existe sociedad en la historia económica que se haya desarrollado a partir de los mandatos del libre mercado. Por el contrario, ha sido siempre la regulación estatal y la planificación económica lo que permitió a las actuales potencias globales desarrollarse a través de la educación, la ciencia y la innovación productiva.
En efecto, la realidad económica exige para la construcción del sendero hacia el desarrollo, la diversificación del entramado productivo y la integración del mismo con un mayor componente de valor agregado nacional, con el objetivo de superar la recurrente restricción externa. Para ello es indispensable la planificación de largo plazo, la administración del comercio exterior, del mercado cambiario y financiero, la distribución progresiva del ingreso y el incremento de la inversión en ciencia, tecnología y educación pública. Esto no puede concretarse sin un marco lógico de autonomía e independencia para la toma de decisiones en pos del bienestar y la sustentabilidad del proyecto nacional.
Sin una sociedad consciente de esta realidad y comprometida con un proceso de estas características, el desarrollo económico continuará siendo esquivo. Por ello, la construcción de consensos en esta dirección y la adopción de esta perspectiva teórica por parte del imaginario colectivo resultan imprescindibles e impostergables.
El discurso político está obligado y naturalmente destinado a erigirse como herramienta indispensable para la transformación y el progreso. De forma tal, que si no se construyen las condiciones estructurales para el desarrollo económico desde lo discursivo en primera instancia, será imposible luego desplegar las condiciones materiales que lo concreten políticamente. Por tal motivo, la construcción de un discurso sólido, extendido, innovador, sencillo, persuasivo y especialmente dirigido a los sectores populares, que logre colocar a la política económica heterodoxa en el centro del debate, resulta ineludible para un armado político que busque sinceramente impulsar el desarrollo económico.
* Economista UBA.
@caramelo_pablo