No hay que recurrir a la teoría económica neoliberal predominante en el mundo para entender las características del neoliberalismo criollo. Entre nosotros existe una avanzada de esa teoría que tiene el mérito de tratar de partir de la historia económica argentina y el error de tomar los intereses del sector interno dominante como base de sus ideas. Para los teóricos neoliberales de las grandes potencias, estas tienen por fundamento en sus políticas la expansión de sus economías, su comercio, sus industrias y sus finanzas a través de los procesos de globalización y constituyen una plataforma ideológica para dominar el mundo. La versión criolla, más modesta, propone, en cambio, mantenernos siempre dependientes de aquellas.

Es el caso, por ejemplo, de un autor con una extensa y respetable obra compuesta por numerosos libros y trabajos escritos, cargos en instituciones nacionales o internacionales en el ámbito académico, y una gran influencia entre historiadores y economistas, como Roberto Cortés Conde. Un reciente artículo periodístico suyo, al igual que otros en el pasado, van más directamente al fondo de sus ideas y a ellos nos referiremos principalmente.

Inflación

Para él, el mal de la Argentina es la inflación y ésta, según sus palabras, fue introducida por la industrialización promovida por las políticas económicas del primer peronismo. El 31 de octubre, publicó “El círculo vicioso de las recurrentes crisis económicas” en La Nación, que continua, en realidad, otro artículo publicado el 14 de mayo de 2010 en ese mismo diario titulado “Casi un siglo de caída económica”.

En éste afirma que la Argentina creció entre 1870 y 1914 a un 3 por ciento anual, mucho más que la generalidad de los países del mundo, y entró luego en una profunda decadencia, marcada por la Primera Guerra Mundial y por la crisis de los años 30, fenómenos que cerraron la economía produciendo una caída de las exportaciones y de los ingresos de los gobiernos y, sobre todo, un aislamiento del mercado internacional de capitales. Esto fue, para él, el resultado de factores externos -en verdad internos al modelo agroexportador ya desfalleciente-, como las crisis y la guerra mundial, que no pudieron evitarse. Pero luego predominaron otros de orden exclusivamente internos como consecuencia de las políticas proteccionistas e industrialistas adoptadas a partir de la llegada del peronismo al poder que fueron la causa inicial de un proceso inflacionario -tras medio siglo de estabilidad previo a la Segunda Guerra Mundial- que continua hasta el presente. “No se trata -dice en su artículo más reciente- de que el argentino tenga una perversa adhesión al dólar, sino de que la inflación reiterada durante 70 años le hizo perder al peso todo su valor”. Algo que también escuchamos del presidente Macri.

Según su punto de vista el problema principal es que se conformó una economía cerrada con sectores industriales de escaso capital, tecnologías obsoletas, baja productividad, importaciones de insumos y combustibles, y salarios más elevados. Para ello se usó el Banco Central que financió los déficits estatales y realizó transferencias de divisas del sector agropecuario al sector industrial. Se inició así la llamada restricción externa y las reiteradas crisis de la balanza de pagos que comenzaron en 1949 y siguieron en años posteriores. Ese sería el origen de los problemas económicos argentinos, aunque a la inflación le siguió algo nuevo: los default desde los años 80 del siglo XX.

Endeudamiento externo

Y aquí comete el error de dar continuidad hacia adelante a los ciclos económicos inflacionarios y obviar aquellos que vienen de muy atrás. En el período agroexportador de fines del siglo XIX, que el autor exalta, hubo también fuertes inflaciones, crisis de balanza de pagos y en algún caso default de la deuda externa, como en 1873, 1885, 1890 y 1913. Esas crisis tuvieron por causa principal, como plantean autores reconocidos (Williams, Ford, Prebisch), el endeudamiento externo. Salvo Cortés Conde que las atribuye a fenómenos de expectativas monetarias.

Los excesos de emisión de gobiernos como el de Juárez Celman, que decía que el Estado era un mal administrador y había que entregarle el manejo de la economía a las empresas privadas, se basaba en ese endeudamiento. El déficit fiscal causado por la gigantesca deuda sólo logró conjurarse a principios del siglo XX. Sin embargo, el endeudamiento continuó y al final de ese período, incluso con saldos positivos en la balanza comercial entre 1900 y 1912 -cuando se afirmó el patrón oro- los servicios de la deuda consumieron anualmente más de un 30 por ciento de las divisas obtenidas por las exportaciones, provocando otra crisis en 1913, al caer aquellas marcando ya los limites del modelo. Por otra parte, volver al patrón oro fue, en verdad, una forma de devaluar el peso sin decirlo, dado que la revaluación en pesos de las exportaciones por su expansión no convenía a los exportadores. En cambio, estabilizar su valor permitía aumentar el precio del oro y consolidar la fortuna de ese sector.

La oligarquía

Nadie niega que la Argentina tuvo una aceptable tasa de crecimiento económico en aquella época, aunque es más discutible la idea de que llegara a ser uno de los países más ricos de entonces y cabría preguntarse si su crecimiento se debió a una dirigencia clarividente. Más bien, fue el resultado de diversos factores. En primer término, de una renta agraria diferencial de carácter internacional gracias a las riquezas naturales de la pampa húmeda, que se tradujo en masivas exportaciones agropecuarias de las cuales se obtuvieron las divisas necesarias para importar los bienes manufacturados y los capitales que faltaban. El financiamiento se dio en el marco de una coyuntura internacional que favoreció el endeudamiento externo; mercados mundiales que requerían nuestros productos agrarios (en ambos casos, en especial Gran Bretaña) y la presencia de mano de obra barata como consecuencia, sobre todo, de la inmigración de poblaciones de países en crisis en Europa. Gracias a estos factores se pudieron obtener las divisas que impulsaron, atravesando períodos muy turbulentos, como la crisis de 1890, ese crecimiento, e hicieron posible, en especial, el enriquecimiento de una elite: la llamada oligarquía terrateniente.

Esa oligarquía no cedió un gramo de sus beneficios a la sociedad, lo que generó en los años 40 la legislación social del peronismo, plenamente justificada. Ninguna ley social importante se había dictado hasta entonces. Pero el gasto público con esos fines para el neoliberalismo criollo no es necesario. Lo mismo ocurre con las políticas para impulsar el proceso de industrialización, cuando en el mundo fueron éstas las que llevaron al desarrollo económico de los países que hoy conforman el círculo de los exitosos. Así sucedió con Canadá y Australia quienes comenzaron su inserción en la economía mundial como espacios vacíos al mismo tiempo que la Argentina y eran también agroexportadores. Ahora nos superan ampliamente en sus niveles de desarrollo.

En su artículo de 2010 Cortés Conde afirma que con el peronismo los objetivos de proteger la industria y asegurar el pleno empleo fueron contradictorios. Agregando que la salida populista consistió en mantener el poder de compra del salario bajando lo precios de los alimentos y de los servicios de transporte y energía “con sus consecuencias sobre el estancamiento de exportaciones y el déficit, lo que concluyó en inflación y reiteradas crisis”. Una tesis controvertida, porque la experiencia de los últimos años muestra lo contrario: el aumento de tarifas del macrismo fue una de las causas principales de la inflación actual. 

El peronismo pudo haber dado pasos errados en la industrialización del país, pero se encontró con formidables obstáculos externos e internos para ese proceso. Por el lado de las importaciones, el obstáculo fue la inconvertibilidad de la libra, porque hasta ese entonces, Gran Bretaña era el principal socio comercial. Esto afectó las compras en Estados Unidos, el proveedor casi exclusivo de la época. Por el lado de las exportaciones el mayor problema fue el Plan Marshall que cerró los mercados europeos a la Argentina. Es cierto que en 1949 se produjo un quiebre en la sustitución de importaciones y por eso la crisis. Pero no fue originada como en las crisis posteriores o anteriores por el endeudamiento externo sino por la insuficiencia de equipamientos y maquinarias -que ya venía de los años 30 y de la Segunda Guerra Mundial- y por dos sequías consecutivas. Lo más remarcable es que se salió de ella con los más bajos índices inflacionarios de la historia reciente (salvo el abismo deflacionario del uno a uno), el 4 por ciento en 1953 y el 3,8 por ciento en 1954, con un crecimiento del 5,4 y 4,4 por ciento, respectivamente. Es decir que la economía no andaba tan mal. La crisis no afectó mayormente la política de ingresos de los trabajadores. La participación de los asalariados en el ingreso nacional alcanzó en todo el período los mayores niveles de la historia económica argentina.

Populismo

No obstante, serían la industrialización y el populismo –según afirma la revista británica The Economist (14/2/2014)- los responsables de la inflación y del declive del país. Una tesis con la cual el neoliberalismo criollo coincide. Pero cuando uno observa las cifras concretas, en el período que va de 1945 a 1975, esa inflación fue entre un 20 y un 30 por ciento anual, salvo años en que se aplicaron planes de estabilización del FMI. Una inflación promedio alta para los países desarrollados pero muy baja con respecto a la Argentina que vendría después, lo que Cortés Conde reconoce. También acepta que entre 1964 y 1974 la tasa de crecimiento fue del 5 por ciento anual, mientras continuaba la industrialización sin crisis. Sin embargo, del mismo modo que olvida mencionar los procesos inflacionarios del período agroexportador para él existe una especie de continuidad hacia delante entre la inflación que se habría iniciado en los años 40, y la generada por las políticas neoliberales impuestas por la dictadura militar de 1976 que siguieron gobiernos posteriores.

Aquí pone bajo un mismo techo dos etapas económicas completamente diferentes y se oculta el inicio de la verdadera decadencia del país con la implementación de las políticas neoliberales. A partir del ’76 se revierte el proceso de industrialización, tratando de volver al pasado agroexportador de endeudamiento externo y apertura total de la economía. La inflación pasó (ya en 1975 con el Rodrigazo) a ser de tres dígitos, hubo formidables crisis en la balanza de pagos, hiperinflación, cuasi dolarización de la economía con el uno a uno y la convertibilidad (un remedo trágico del patrón oro), y políticas de ajuste con altas tasas de desocupación y pobreza. En este caso, el endeudamiento externo tuvo de nuevo un rol decisivo, y nos llevó directamente a la crisis de 2001, acompañado por un crecimiento nulo o negativo de la economía para todo el período. Luego, desde 2015 la vuelta del neoliberalismo creó la fantasía de poder llegar a ser un hipermercado del mundo, acentuando la desindustrialización y conduciendo a la crisis actual.

Lo que Argentina no tuvo es una clase dirigente identificada con el desarrollo industrial. Las recurrentes crisis inflacionarias que sufrió el país fueron por esa puja de los intereses agroexportadores y del capital internacional con aquellos que pretendieron cambiar las reglas del juego predominantes en la economía argentina desde el siglo XIX, culminando con la aceptación del Consenso de Washington y los consejos del Fondo Monetario Internacional, corresponsable de las últimas crisis argentinas.

* Profesor Emérito de la UBA y del ISEN (Instituto del Servicio Exterior de la Nación).