PáginaI12 En Francia

Desde París

¿Suicidio político, como se lo pregunta el semanario Le Nouvel Observateur?. ¿O estrategia genial solapada, o simplemente impunidad absoluta?. En medio del terremoto político provocado por la convocatoria oficial del ex primer ministro y candidato conservador a las elecciones presidenciales de este año, François Fillon, en vistas a ser imputado por el trabajo artificial de su esposa Penelope en la Asamblea Nacional, la prensa y la clase dirigente trata de conjeturar una respuesta a lo que, en una democracia del rango de la francesa, parecía imposible. Fillon fue convocado por la justicia para el próximo 15 de marzo para ser imputado en la causa abierta por la Fiscalía Financiera. Lejos de conmoverse, el candidato del partido Los Republicanos salió a ratificar que seguía en la carrera presidencial: “No cederé, no me rendiré, no me retiraré”, dijo Fillon quien no sólo llamó a sus partidarios a “resistir” como si estuviera acosado por la mafia sino que, además, alegó ser víctima de un “asesinato político” para luego arremeter de forma grosera y violenta contra la justicia.

Fillon garantizó que desconocería las acciones judiciales y, a cambio, se sometería “al veredicto de las urnas”. Esta posición incumple con su promesa: Fillon había dicho que renunciaría a la candidatura si fuera inculpado. La inculpación es un hecho pero el líder de Los Republicanos no se hace a un lado, culpa al sistema, alega que el país está “al borde de la guerra civil” y, sobre todo, persiste en el “asesinato” (diario Libération) de la justicia y de los medios.

Lo primero que consiguió Fillon fue perder al apoyo de una de las fuerzas de centro derecha que lo respaldaban, los centristas de la UDI. Lo segundo fue una reacción en masa del sistema político, empezando por el mismo presidente francés. François Hollande, por segunda vez, salió a defender a los jueces atacados con un estilo camorrero, tanto por Fillon como por la otra candidata imputada por las mismas causas, la líder de la extrema derecha Marine Le Pen. La candidata del Frente Nacional llegó incluso a amenazar a los jueces con un castigo una vez que llegase al poder. Lo de Fillon fue un acto apoteósico, una mezcla de desesperanza e impunidad absoluta ante el trabajo de las policías y las evidencias acumuladas en su contra. Hollande dijo que “una candidatura a la elección presidencial no autoriza a suscitar la sospecha sobre el trabajo de los policías y los jueces”. Es ha sido sin embargo la táctica de Fillon y de Marine Le Pen. En lo que atañe a Fillon, su respuesta aparece tanto más descabellada cuanto que su partido, Los Republicanos, es una fuerza política de gobierno, heredera del movimiento gaullista. 

Fillon se ha puesto al mismo nivel que la extrema derecha, cuya candidata, Marine Le Pen, tiene media docena de causas abiertas por corrupción y malversación de fondos. Fillon se considera objeto de un complot conjunto de los medios y la justicia, argumenta que su caso no ha sido tratado con igualdad y que, al final, no ha cometido ningún delito. Las investigaciones prueban lo contrario. Si bien es cierto que una buena parte de los diputados emplean a miembros de su familia, todas las investigaciones llevadas a cabo demostraron que la esposa de Fillon y sus hijos cobraron el poco más del millón de dólares sin haber dejado ni la más mínima estela de su paso por la Asamblea Nacional. El ojo del ciclón está allí, en la falsedad del puesto de trabajo, no en el hecho de que haya recomendado a los integrantes de su familia. Según Fillon, la rapidez con que actuó la justicia, la fecha de la convocatoria ante los jueces, el 15 de marzo, es decir, dos días antes de que se cierre el plazo para la presentación de las candidaturas, prueban que todo está “calculado para impedirme que sea candidato, y, más allá, para impedir que la derecha y el centro dispongan de un candidato”. 

En la narrativa de Fillon y de Marine Le Pen, los acusadores son los infractores y los acusados los inocentes. Cada semana, hay que frotarse los ojos para creer que lo que se está ocurriendo en una de las mejores democracias de Occidente. Fillon ha trasladado toda la responsabilidad hacia la justicia, a la que acusa de “asesinar la elección presidencial” y de “privar” a los electores de su derecho. Vestido de punta en blanco de víctima, Fillon ha perdido sin embargo un aliado de peso. Los centristas de la UDI se retiraron de su campaña y están por decidir si respaldan a Emmanuel Macron, el ex ministro de Finanzas de Hollande que, en 2016, dimitió de su cargo para crear, sin anclas en ningún partido, el movimiento En Marcha con el cual hoy compite en las presidenciales. 

Macron y Marine Le Pen son las dos figuras que más se benefician con esta crisis profunda. Le Pen porque estas aguas contaminadas refuerzan la convicción de muchos de sus electores de que el sistema está podrido, y Macron porque recupera los votos moderados que hubiesen elegido a François Fillon. Según las encuestas de opinión, Marine Le Pen ha subido 2,5 puntos en las intenciones de voto y Emmanuel Macron ha superado a Fillon. Ello hace prever un duelo final entre Marine Le Pen y Macron. La izquierda, dividida en dos candidaturas imposibles de unificar hasta ahora, la del socialista Benoît Hamon y la del candidato de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, ve alejarse cada vez más su presencia en la segunda vuelta. 

El hundimiento de Fillon ha sido una lotería para Le Pen y Macron. Con François Fillon defendiendo su programa, la derecha está viviendo un suplicio. No hay ya casi lugar donde el candidato se desplace sin que haya incidentes feos, insultos, silbidos, cacerolazos y reclamos al estilo de “devolvé la guita que se robó tu familia, ladrón”. Además, el escándalo Fillon ha matado la campaña: no se debaten temas de economía, política o sociedad. La disputa ha quedado cautiva del caso Fillon. A finales de noviembre, cuando François Fillon ganó las primarias de la derecha –dejó afuera al favorito Alain Juppé y al ex presidente Nicolas Sarkozy– el ex jefe de gobierno aparecía en el trono de la presidencia con una certeza categórica. Pero desde que surgió la historia del trabajo de su esposa e hijos fue perdiendo el crédito y la legitimidad. Sigue aferrado a la carrera presidencial, a la narrativa del complot entre los medios y la justicia. Parece un paracaidista en caída libre que aún sueña con que llegará a tierra sano y salvo y con la medalla de oro en el cuello. 

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