“¿Vos vendés flores o estás exponiendo las fotos?”, le pregunta una mujer alta y perfumada que no termina de comprender la escena, y que tampoco será la única desorientada en las próximas horas. Parado en la entrada de la Fototeca Latinoamericana (FoLa), el fotógrafo argentino Leo Vaca le responde, con una sonrisa amplia y nítida, que está haciendo las dos cosas. Lleva puesto un traje con hojas gigantes pegadas en el pecho y el pelo levantado en forma de copa, pintado con una franja multicolor que parece un arcoíris sobre su cabeza. Delante de él, un carro de supermercado repleto de inmensos ramos de flores. Detrás, sobre una cuidada pared de madera, los diez cuadros con las fotos que componen la muestra que acaba de inaugurar: Vengan las Flores (expuesta en FoLa hasta marzo del año que viene). La mujer revisa el carro y elige un ramo de astromelias espigadas con rugosos pétalos blancos y rosados. Entonces, con la elegancia de un prestidigitador, Leo Vaca señala una foto en la que incontables puntos y líneas negras se disparan como las esquirlas de una explosión silenciosa. La mira y le dice: “ésa es la misma flor que tenés en las manos”.
Al adentrarse en las sigilosas fotografías que componen Vengan las flores, lo primero que crece es la sospecha: en esas imágenes nada es lo que parece. Allí pueden observarse moluscos escondidos en las profundidades de un océano ciego, estructuras ahuecadas sobre las que se derraman finas hebras de oro, la estela que deja un insecto diminuto en su vuelo, un fuego extinguiéndose entre las brasas. Todo eso se esconde en el corazón de las flores. “Lo que hago es fotografiar los ramos mientras los voy armando. Es todo un mismo proceso de composición”, explica este fotógrafo y florista de 46 años sobre el origen de su muestra, al tiempo que avanza empujando su carro en FoLa.
A fines de 2015, con la llegada al gobierno de Cambiemos, Leo Vaca fue despedido de su trabajo como editor de fotografía del portal Infojus Noticias (que además fue cerrado y vaciado de contenidos). Los medios gráficos se retraían y él no encontraba espacios para seguir viviendo de ese oficio en el que ya llevaba veinte años y que le había hecho ganar múltiples premios, como el Pléyade a la edición fotográfica en revistas nacionales. “Siempre me gustaron las flores, como símbolo de la naturaleza con la que nos conmovemos. Me gusta regalar flores. Cuando no tenía para comprar, cortaba de casa y sino robaba de un jardín”, recuerda. “Me llevan a un estado de bienestar. El trabajo escaseaba y me propuse armar ramos personales para salir a vender”.
Ese primer movimiento de subsistencia le fue abriendo un camino desconocido. Las mañanas pasaron a estar ocupadas por las visitas a La cooperativa de floricultores y el Mercoflor, los dos mercados de venta de flores –ubicados en las inmediaciones de La Plata– que concentran el setenta por ciento de la producción del país. Luego volvía a su casa frente al Parque Pereyra Iraola y lo recorría buscando helechos, yuyos, ramas y brotes verdes. “Con esas matas armo ramos que podrían ser 'de autor', aunque es una expresión muy trillada. Son dedicados, o especiales. Me maravillaban las formas, los colores que aparecían en ese proceso, y fue algo natural sacar la cámara”. Entonces comenzó a subir las fotos que sacaba a una cuenta de Instagram con el nombre de su proyecto: Vengan las flores. Ese segundo movimiento terminó de armar lo que es al mismo tiempo una psicodélica muestra de fotos que va aumentando su número, un personaje performático y un emprendimiento itinerante.
La venta de flores como medio de vida lo llevó a recorrer con su carro desde semáforos hasta espacios icónicos como la Galería Rolf Art, el Museo de Bellas Artes Emilio Petorutti y la Feria de Libros de Fotos de Autor (Felifa). “No sé a dónde llegará. Pero por lo pronto es algo que me relaciona con lo primitivo, con la naturaleza. No hay un sentido de guión en las fotos que elijo para la muestra. Son imágenes en las que sentía que algo de lo que decían parecía trascender”, explica Leo Vaca sobre la selección de esas fotografías que, trabajadas con un lente macro y su mirada personal, transmutan en formas indefinidas e inasibles para el sentido: imágenes que se mantienen abiertas a la interpretación de cada mirada.
Mientras recorre con su carro de supermercado las otras muestras con las que comparte espacio en FoLa –“El oeste oscuro” del estadounidense Bryan Schutmaat y “Looking for the masters in Ricardo´s golden shoes”, de la francesa Catherine Balet– a cada momento se acercan personas para comprarle flores y sacarse selfies con él. Su cuerpo pequeño y delgado, su atuendo lisérgico y su carro lleno de lirios, calas y fresias lo hacen parecer una especie de duende mágico del conurbano. “Lo siento como un personaje que clama por un acto milagroso de conciencia a través de las flores, que hace un llamado de atención que pretende ser sutil, hermoso, presente y también universal”, describe Leo Vaca a su rol de performer. Desde que comenzó a trabajarlo y llevarlo por distintas galerías, continuó haciendo trabajos freelance como fotorreportero. En 2018, su cobertura de la marcha de Ni una menos –una serie de retratos en blanco y negro difuminados por un vidrio opaco– lo llevó a ganar el premio Gabriel García Márquez de fotografía.
“Me interesa fotografiar de una manera no tan literal, generar que el espectador de la imagen haga su interpretación. Me gusta que la imagen esté liberada, que no esté todo encerrado ahí adentro. Con las flores siento no estoy contando una historia sino acompañando poéticas o abstracciones de la naturaleza”, explica sobre el trasfondo de su muestra, cuando su carro ya va quedando vacío. El próximo paso de su emprendimiento será en la galería De Pura Madre en City Bell, el 9 de noviembre. Allí montará un invernadero dentro del que también estarán expuestas sus fotos. “Los cuadros van a ser más y habrá sonidos, olores. Una experiencia más sensorial y aumentada”.
Si bien no buscaste armar un relato con tu muestra, ¿encontrás algún patrón fotográfico que una las imágenes?
Lo que creo es que son pequeñas reflexiones. Hay una foto de una planta seca, que cualquiera pisaría en el suelo, y sin embargo entre los colores hermosos que todavía tiene la volvés a ver entera. Está la flor africana Gloriosa, de Nueva Ghinea, que es poderosísima. Otras que parecen de papel o hechas por una alquimia. Hay una sola que no es una flor. Es una corona que me regaló un cacique amazónico en Pará, cuando hacía una nota sobre sobre un magnate que compró territorios en la Amazonía iguales a Bélgica y Holanda juntas. Hay quizás un sentido de resistencia entre toda esta naturaleza.
El movimiento hippie enarbolaba la bandera de que en la belleza siempre hay resistencia. ¿Sentís que tu proyecto se vincula con esa idea?
Lo que me encontré fue con que a la gente le daban mucha felicidad las flores. Entonces el proyecto es una especie de compañía ante tanta incertidumbre y dificultades de estos últimos años en el país. Por otro lado me da mucho miedo el maltrato que le estamos dando al planeta: la quema de los montes, la Amazonia, los ríos contaminados, la megaminería. Todo en contra de la madre tierra. Y la naturaleza, más allá de lo que hagamos, intenta sobrevivir o sobreponerse. Si nosotros nos extinguimos por todo esto que hacemos, el planeta se va a reconstruir, va cerrar el agujero de ozono, se van a reciclar los ríos y las aguas hasta volver a estar en armonía. Quizás sirva para entender que acá el único problema somos nosotros.