Fue un discurso de campaña. No fue un informe de lo que se hizo y hubo pocos anuncios concretos de lo que hará. En ese contexto electoral, de todas las estrategias que se le habían planteado –respaldarse en logros de su gestión o en promesas para el futuro– es evidente que Mauricio Macri eligió la de polarizar con el kirchnerismo. Más aún, polarizar con Cristina Kirchner. Cada frase fue pensada de esa manera. Y por primera vez destacó la importancia de su liderazgo, en un esfuerzo de diferenciar su imagen de la de su gobierno como si siguiera el intrincado resultado de alguna encuesta.
El riguroso vallado policial en un radio de varias cuadras para un discurso del primer año de cualquier gobierno es un dato ineludible. Es probable que mucha gente lo siga apoyando. Pero ese vallado demuestra que mucha gente lo detesta. En un año, Cambiemos profundizó la brecha que abrió cuando era oposición. Pero esta vez, los que lo apoyan mantienen una actitud pasiva y los que se movilizan ya no lo hacen por oposición política, sino en defensa de salario, trabajo, jubilaciones, de sus comercios, de sus industrias, de todo lo que fue puesto bajo amenaza por las políticas del Gobierno.
Frente a ese escenario, Macri buscó la polarización. Cada frase tuvo su contraposición con temas del gobierno anterior. La estrategia fue ocultar las consecuencias sociales de su gestión presidencial y la protesta que despierta detrás de una supuesta grieta política. La principal víctima de esa estrategia es Sergio Massa que apostó a una cercanía con el oficialismo, que ahora puede resultarle muy tóxica.
Hubo frases poco felices y dijo todo al revés de lo que hace. Embarrado en los Panama Papers y los escándalos por Arribas, Avianca y el Correo, no puede hablar de anticorrupción sin hacer mención, aunque sea mínima, a esos temas. Todo se convierte en un alarde de cinismo si dice que su meta es combatir la pobreza cuando todas las medidas de su gobierno favorecieron ostensiblemente a los más ricos. O decir que se preocupa por los trabajadores, cuando produjo cientos de miles de despidos y está tratando de poner un techo a las paritarias, empezando por la docente. Habló de diálogo y tiene presa a una dirigente social opositora, Milagro Sala, y con su gobierno empezaron los tiroteos a actos opositores y los ataques a locales de partidos de oposición. Habló de la lucha contra el narcotráfico y desmontó la oficina antilavado, cuando el lavado es la madre del negocio. Habló de los derechos argentinos sobre Malvinas, cuando lo primero que hizo su gobierno fue tratar de negociarlas a cambio de un puesto en la ONU para la canciller Susana Malcorra. Y sobre seguridad forzó estadísticas que no se condicen con lo que todo el mundo constata en la realidad. Si encima afirma que “se acabó el tiempo del cinismo”, en ese contexto parece una burla.
Habló de obras públicas que no existen ni están en marcha, como el Plan Belgrano, y de miles de kilómetros de carreteras, que fueron licitadas por el gobierno anterior. El discurso que sus seguidores hubieran podido entender habría sido uno que aludiera al “sacrificio necesario” para crecer. Pero no reconoció nada de la grave situación que sufre la economía y gran parte de los argentinos.
Entre todo lo que dijo, hubo una frase imperdonable que dirigió al titular de los docentes bonaerenses, cuando dijo que “Baradel no necesita a nadie que lo defienda”. El dirigente de los maestros ha sido amenazado y no solamente él, sino también sus hijos.