Qué año de mierda el 2020, ¿no? Ojalá termine pronto. ¡Pero si todavía no empezó, Chiabrando!, dirá usted. Ya sé, querido lógico de mi corazón, es que estoy siendo pesimista por las dudas. Como dice el proverbio, "piensa mal y acertarás". Siempre viene bien un pesimista en la familia porque hace levantar la guardia del resto, o sea de ustedes, chichipíos míos. Si las cosas salen bien (aunque yo sé que no) será en parte porque yo los alerté y ustedes se pusieron las pilas.

Lo bueno de ser pesimista es que las malas noticias no te toman desprevenido. Por eso cuando el peronismo ganó las elecciones no abrí la botella de champagne que guardo desde el ´80 a la espera de una verdadera buena noticia. Ni hablar de cuando lo soltaron a Lula. No dije ni un ¡hurra! en minúscula, vea, porque como buen pesimista sabía que en breve llegaría la mala noticia, llámese Bolivia o Chile. ¿A usted lo sorprendió? A mí no, porque pensé mal y acerté.

Sólo el pesimista entiende bien el futuro, que será bien negro. Sólo el pesimista (yo) lee los libros de historia y sabe que las tragedias se repetirán calcadas o perfeccionadas. Usted me dirá que no es así, que ahora cuando van a masacrar a un pueblo inventan recursos novedosos para que ese pueblo no entienda la dimensión de la tragedia o sea cómplice, y que la tecnología y el Big Data bla bla…. Entonces yo recurro a mi Manual de Pesimismo (que escribí yo, claro) y veo que en 1572 sacerdotes católicos recorrían Francia enviados por Carlos IX y su madre Catalina de Médici para decirle a la gente que la matanza de San Bartolomé (miles de hugonotes muertos) había sido ordenada por San Miguel. Pero claro, decían los franchutes. Cambie la palabra curas por televisión y hugonotes por indígenas y tenemos Bolivia o lo que sea de terrible que pase esta semana.

¿Y cómo tomaremos las buenas noticias, Chiabrando?, preguntará usted. Con desconfianza, entusiasta amigo. Levantando la guardia más que nunca. Porque el mal y los hijos de puta no son derrotados nunca. Vea al fascismo. Se lo doblegó en todos los frentes y ahora vuelve cantando, bailando y disfrazado de carnaval para que nadie lo llame fascismo. Y ahí está, usando tantos nombres y armas que hasta los intelectuales más grosos le pifian feo y luego me llaman para preguntarme qué decir. Yo les digo: sean pesimistas y acertaran.

¿Usted cree que exagero? Mire por la ventana y tendrá que darme la razón.

Ser pesimista te vuelve desconfiado. Así es más difícil que te vendan gato por liebre. Yo, por ejemplo, cuando me regalan algo lindo voy y me compro algo feo. No sea cosa que la felicidad me reblandezca. Eso no significa que no habrá más buenas noticias. Porque las malas noticias lo son en comparación con las buenas, sino no tendría gracia.

Ser pesimista me enseñó que los enemigos te van a perseguir a vos, los hijos de ellos a tus hijos y los nietos a tus nietos. Dicen que los pobres tienen hijos para cobrar subsidios. Los ricos tienen hijos para heredarles el odio. Y si no te fusilan en vida te perseguirán en efigie o como fantasma. Está en mi manual en el capítulo de Servet. A Miguel Servet (descubridor de la circulación sanguínea de los pulmones) lo quemaron en la Ginebra de Calvino. Ya la iglesia católica lo había quemado en efigie. Su crimen era ser antitrinitario. En 1942 el gobierno francés colaboracionista de los nazis quemó una estatua suya. Era, según dijeron, un monumento al pensamiento libre.

Cambie Calvino por Trump u Obama y Servet por Evo o Perón y es lo mismo. Quemar su estatua casi cuatrocientos años después era tratar de borrar la esperanza que despiertan ciertos personajes. ¿Por qué sino se las agarrarán con la estatuas de Perón, Evita, Néstor? ¿Por qué cuando invaden un país derrumban las estatuas de sus ídolos? ¿Por qué estos sujetos impresentables que gobiernan Argentina apagaban la imagen de Evita en la 9 de Julio? Y usted me dirá, con toda razón, que volvimos a encenderla. Y yo le diré que ellos la volverán a apagar. Suena feo, pero es mejor estar preparado. Y disculpe que sea tan pesimista, es mi tarea: desenmascarar los rincones profundos del optimismo tonto que abunda y daña.

Para que lo peor no suceda una y otra vez, hay que tener más memoria, crear más anticuerpos, poseer más armas de todo tipo, ser más inteligentes y aprender más del enemigo. Por eso, los pesimistas somos (debemos ser) los que llevemos la batuta. Porque los pesimistas siempre supimos que el amor no vence al odio (a las pruebas me remito), que el pueblo unido es vencido una y otra vez (a las pruebas…), que sí pasarán cada vez que quieran (a las…), y que siempre somos nosotros los que ponemos los muertos (a…).

Cuando sos pesimista, no hay decepciones. Justamente me curé del optimismo gracias a las decepciones: esperar la revolución, el futuro próspero, el hombre nuevo. De haber pensado más pesimistamente aún, este año de mierda que aún no comenzó no me hubiera tomado desprevenido. Es que a veces no soy lo suficientemente pesimista, vea. Aunque espero la maldad, a veces me quedo muy corto. No esperaba que la policía reprima a sus compatriotas disparándoles a los ojos como diversión, ni que en el siglo XXI se pueda cambiar las autoridades de un país en nombre de Dios. Ni que volverían los golpes militares (en eso soy uno de esos intelectuales que no pegan una, vea).

Estos tres ejemplos demuestran algo: nunca se es demasiado pesimista. Pero si a usted le molestan los pesimistas, hagamos una cosa. Sea optimista, que de lo otro me encargo yo. Eso sí. No sea ingenuo, porque del optimismo a la ingenuidad hay un paso cortito como viraje de laucha. Ante la duda, mire por la ventana.

 

javierchiabrando@hotmail.com