En los primeros diez minutos de Los Angeles de Charlie (2000), Cameron Diaz, Drew Barrymore y Lucy Liu mostraban 28 vestuarios diferentes. Había pelucas, bikinis, trajes de astronauta y una máscara de látex al estilo Misión: Imposible que transformaba brevemente a Barrymore en el rapper LL Cool J. Lanzada casi 20 años atrás, Los Angeles de Charlie es un show de fuegos de artificio y exceso, en el que todo está al servicio de sets extravagantes y celebrar el trasero de Diaz. En el momento en que se estrena un reboot que tuvo una desastrosa respuesta de taquilla (apenas 8 millones en su fin de semana de estreno en Estados Unidos, y la película costó 48 millones) y respuestas algo frías de la crítica, quizá sea momento de reconocer a su predecesora como una especie de obra maestra.

Probablemente no fuera la intención. Los Angeles de Charlie comenzó su producción en 1999 sin un guión (“No es precisamente la película más introspectiva de la industria”, le dijo el director McG a Entertainment Weekly), y al menos dos integrantes del elenco se odiaban. “Entiendo por qué están ustedes aquí, y tienen talento”, aseguran que le dijo Bill Murray a Barrymore y Daz en el set, antes de mirar a Liu: “¿Pero qué demonios estás haciendo vos acá? ¡No podés actuar!”. Aseguran que Liu empezó a lanzar golpes, y Murray, que interpretaba a Bosley, no volvió para la secuela de 2003.

Pero en el espíritu de improvisación, de “simplemente hagamos cualquer cosa” es donde la película se vuelve fascinante. En sus implacables tomas cercanas de culos, su fijación por los dientes brillantes y el pelo sacudido al viento; en la absoluta ausencia de narrativa y personajes, en su música salida de un compilado de los ’80. En realidad, Los Angeles de Charlie es un involuntario film de arte, un caramelo visual maximalista y ambiguo que lo vuelve casi warholiano.

El revival de Elizabeth Banks, liderado por un trío de estrellas con menos amperaje como Naomi Scott, Ella Balinska y Kristen Stewart, ha sido criticado por su “feminismo de remera” y la interminable repetición de la importancia del girl power. Y aunque aparentemente manejó ese mensaje de manera muy pobre, Banks tampoco tuvo muchas más opciones que hacerse cargo del sórdido elefante en el salón. Desde su aparición como una serie producida por Aaron Spelling, orgullosa representante de lo que se conocía como “Jiggle TV”, Los Angeles de Charlie trataba exclusivamente de mujeres hermosas en ropas ajustadas resolviendo crímenes. En lugar de sus tramas y líneas argumentales, lo que quedó como mayor marca cultural fue el peinado de Farrah Fawcett. La versión de 2000 es igualmente prehistórica en sus elecciones estéticas: la cámara se fija en las curvas, los traseros y las piernas. En un punto Barrymore lame un volante, y Diaz baja el cierre de su traje de baño en cámara lenta.

Drew Barrymore, Cameron Diaz y Lucy Liu: Angeles en el 2000.

Pero en otros sentidos era bastante progresista. Como rara película de acción de gran presupuesto protagonizada exclusivamente por mujeres, Los Angeles de Charlie también representa una temprana victoria para productoras mujeres. Junto a su socia Nancy Juvonen, Drew Barrymore llevó el proyecto a su concreción tras años de estar en el infierno de la preproducción, y sus huellas digitales están en todo el producto final. Como la persona pública de Barrymore, es implacablemente positiva de un modo políticamente neutral y dulce hasta lo enfermante, libre de prejuicios e inundada de un feminismo de la era Spice Girls que encajaba perfectamente en stickers para el auto. Los Angeles, Natalie (Diaz), Dylan (Barrymore) y Alex (Liu) eran mejores amigas, evitaban la rivalidad o la competición, con su amistad prevaleciendo por sobre los hombres de sus vidas, lo cual era todo un punto. Aun cuando, en última instancia, la declaración política con la que el film comienza y termina es la idea bastante básica de que las mujeres pueden disfrutar de zapatos, maquillaje, sexo y tonterías y también ser inteligentes.

Pero la película también parece consciente de su feminismo de papel. Como resumió el crítico Roger Ebert, Los Angeles de Charlie  “es como el trailer de una película de videojuego”. Es una celebración deliberadamente descerebrada del glamour y el sinsentido, que quizás no deberían ser celebrados pero igualmente pueden ser apreciados. Como una menta que llega con la cuenta del restaurante, su supuesta trama es graciosa pero insustancial. Involucra a un genio del software (Sam Rockwell) cuya invención cayó en manos viles. Como socia de negocios de Rockwell, Kelly Lynch es también la secreta villana: sabemos eso porque luce una enorme peluca marrón, un peinado que la hacer parecer la melliza malvada de Chrissie Hynde. “¡Por supuesto!”, se lamenta Natalie en un punto. “Todos los satélites Red Star tienen sistemas de posicionamiento global. ¡Combinen eso con la identificación de voz y cualquier teléfono celular puede ser un dispositivo de referencia!”. Semejantes escenas de exposición pasan casi en cámara rápida, con los Angeles terminando las oraciones de la otra y arribando a conclusiones similares. Y luego llega otra escena en un set sexy, que usualmente involucra alguna vestimenta ajustada a la piel o una danza de vientre.

Su fascinante levedad es mejor reflejada, y más victoriosa, en cómo destila el estrellato del cine en un bocado digerible. Natale, Dylan y Alex no son personajes sino avatares de la fama, la belleza y la seducción estétca; un símbolo de tres cabezas que representa el hechizo por las personas que se ven muy, muy bien. Si el estrellato es un indefinible “Factor X” que solo puede ser reconocido por saber instintivamente cuando se está enfrente de uno, entonces Los Angeles de Charlie es su punto final por naturaleza, la confirmación de que mientras se pueda impactar en pantalla con la belleza y el color, todo lo demás es incidental. Diaz está tan a punto para la cámara, tan bronceada, que prácticamente brilla. McG le dedica tres secuencias enteramente inútiles para mostrar su elasticidad física: cuando baila en ropa interior, cuando sueña con hacer una coreografía disco en compañía de bailarines masculinos y cuando se avergüenza a sí misma en el show televisivo Soul Train. Ella es toda dientes y extremidades y brillante entusiasmo, e irradia tal fuerza de “Lista A” de Hollywood que solo al segundo o tercer vistazo uno se da cuenta que no sabe absolutamente nada de Natalie como persona.

Barrymore, con su pelo rojo desordenado, se ve y suena como una estrella de rock. Se pavonea en su Chevrolet blanco tras deshacerse de su novio, y escapa de una celda tras despachar a tres matones, todo con sus manos atadas a la espalda. Liu, en tanto, quita el aliento, llena de fuerza y glamour. Dado que tuvo un entrenamiento rápido en convertirse en estrella de cine, filmando al mismo tiempo la película y la serie Ally McBeal, la ausencia de una sola película como estrella tras Los Angeles de Charlie es la prueba de que el Hollywood de los 2000 no tenía idea de qué hacer con intérpretes no caucásicos.

Los Angeles de Charlie se las arregla para salir adelante a causa del poder de sus estrellas realzado por una canción increíble, “Independent Women Part 1” de Destiny’s Child, que es igualmente cool, brillante y leve en su empoderamiento. Esa mezcla de hermosas estrellas de cine, brillante cultura pop estadounidense y escenas de Diaz pegándole a gente mientras suena “Smack My Bitch Up” de The Prodigy transforma a la película de una basura abyecta en un casi una obra maestra del post-cine.

Quizá por eso es que a su nueva versión no le haya ido tan bien. Si se remueve la frivolidad, se introduce un aire de autoimportancia y se enlaza a la pobre Kristen Stewart (a quien todos señalan como lo mejor del film) junto a dos jóvenes actrices a quienes no conoce nadie, no queda mucho por hacer. “Quizá la gente piensa que es una porquería”, dijo Barrymore sobre la película en 2000. “Pero lo importante es que le dimos a la audiencia algo que puede disfrutar”. Para bien o para mal, la película es exactamente lo que Barrymore esperaba que fuera.

*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.


Jaclyn Smith, Farrah Fawcett y Kate Jackson;: los Angeles originales.