“Perdí el jopo en algún aeropuerto, y me dejé el pelo largo para compensar”, ríe él. Quién lo ha visto y quién lo ve al Gonzo Palacios. Ayer con esa impronta, esa estética de los ochenta que lo atrapó en alma y cuerpo cuando fue ladero musical de Los Twist, Sumo, Los Redondos o Charly. Hoy tiene treinta años más, pero con una elipsis capilar que lo vuelve a los 17. Y unos gustos musicales que lo sumergen, incluso, más atrás en el tiempo. “Escucho música cada vez más antigua, muy antigua y la voy incorporando de manera sutil a mi idioma musical. Pero sigo siendo un músico de blues y rock and roll - y pop - que se las arregla para desempeñarse en ámbitos variados, y sobrevivir”, subraya. Todo esto, vaivén temporal y vivencial incluido, le pasa al saxofonista que todos querían tener en su banda antes que emprendiese su largo viajo hacia Europa. Todo esto le pasará, se prevé, hoy martes cuando, junto a una banda de entrañables amigos, vuelva a presentarse en la ciudad que lo acunó. “Ah… también le he dado alguna satisfacción al pibe que soñaba con ser un músico clásico, y se tropezó por el camino”, añade.

La cita es en el marco del Ciclo Jazzología del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551), donde el Gonzo, eterno y confeso admirador de King Curtis y Maceo Parker, prevé tomarse revancha de un proyecto inconcluso. “Algo que quedó trunco hace más de veinte años. A pesar de que se retoma después de tanto tiempo, hoy lo siento más vigente que entonces, ya que es música en vivo, música viva… música para mover y conmover”, explica Palacios, cuya banda con base argenta forma con Alejandro Ridilenir en guitarra, Daniel Castro en bajo y Fernando del Castillo en batería. “Pura química y conexión”, asegura. “Es como una reunión de viejos compañeros que se encuentran después de años, y conversan como si nunca hubieran dejado de verse”.

--¿Cuánto tiene éste Gonzo de aquel que brilló con la tríada rock-pop-reviente de los ochenta?

--Digamos que estoy muy desembarazado del personaje. Donde vivo hoy no tengo pasado y eso me permite hacer solo lo que me gusta o me conviene mientras me mantiene alejado de cierta neurosis. Sin embargo, es nada más que llegar a Buenos Aires con un concierto por delante y ponerme en ´modo Gonzo´ bastante rápido (risas). Me da curiosidad ver si encuentro un equilibrio, o si en un par de semanas me convierto en un pavo real con pocas plumas.

--¿Qué te pasa cada vez que volvés a la Argentina?, ¿cómo la ves?, ¿cómo es el “choque” emotivo?

--Muchas cosas. Engordo un par de kilos, pero también los pierdo. Lloro un poco, me río mucho. Me gusta el color de la gente, me desespera la falta de color de algunos… evidentemente me sumerjo en la gran contradicción que es este país. No sé. Sufro cuando encuentro algún lugar de mi vida muy cambiado. Este año, por ejemplo, me bajé del tren en Belgrano C esperando que se desate una catarata de recuerdos y me dio un patatús. Soy muy sentimental con esas cosas. Me gusta salir de viaje y ver pampa durante horas, me hace bien… Igual, el mundo fue y será una porquería y va a ser peor, no veo porqué Argentina debiera ser la excepción, pero es “mi” porquería.

Gonzo define el plan para el show porteño en este retorno como “un juego de contrastes”. Fundamenta: “la banda es muy dinámica y podemos ir de lo más potente a lo más íntimo con gran facilidad. Por momentos funcionamos como un grupo numeroso con sección de vientos y temas explosivos por momentos como un cuarteto que conversa suavemente”. En términos de repertorio, tales palabras se transforman en "Song for My Father", de Horace Silver; "Skunky Green", soul de Hank Crawford, “llevado a tiempo de calipso blues, casi twist”, según el músico, y un doble homenaje a The Beatles y el excelso trompetista Herp Albert a través de "A Taste of Honey" y "Don't Get Around Much Anymore" de Duke Ellington, el primer tema de swing que aprendió en el saxo. “Cuando empecé este proyecto la idea fue tocar exclusivamente la música que me gusta, incluso la música de mi vida. Puede sonar un poco ´yoista´, pero como tengo gustos populares y poco sofisticados, y los músicos de la banda somos generosos y buscamos complacer, la cosa funciona”.

--¿Hay alguna forma “concreta” de definir el ensamble?

--Ponele que hacemos ´swing-to-rock and roll´. O un mosaico de blues, shuffle, funk y rhythm and blues.

--¿Qué fue lo mejor que te pasó en Europa?

--¿Lo mejor?... Bueno, vivir el boom del blues de fines de los ochenta y principios de los noventa en Inglaterra. Lo aproveché al máximo, girando por toda la isla británica y el norte de europa. Y lo mejor de lo mejor: estar una temporada en gira con Phillip Walker, porque me dio una contundente lección de cómo estar arriba de un escenario. Por lo demás, conocí folklores impensados, instrumentos lejanos; me hice amigo de las bandejas de disc jockey; conseguí tiempo y paz de espíritu para recuperar ciertos amores musicales de la infancia y la adolescencia. Hoy sigo juntando oficio, tan imprescindible en la formación de un músico popular, algo que a los de mi generación nos costó adquirir.

--¿En qué sentido, puntualmente?

--En el sentido de que, por urgencias expresivas y por esa... ¿suerte? de triunfar jóvenes, nos saltamos la etapa de músicos laburantes.

--A propósito ¿cómo funcionan las reminiscencias porteñas?, ¿qué te pasa cada vez que pensás en esos ochenta?

--Me viene una época maravillosa, especialmente cuando arrancó todo y las cosas estuvieron por una vez mucho mejor que lo estaban antes. Mientras duró esa circunstancia irrepetible, mientras hubo frescura, inocencia, y cierta inconsciencia se creó mucho y muy bueno, con gran libertad y renovación. Después, bueno, no se puede estar sin dormir demasiado tiempo ni escribir desde la cúpula y luego enojarse por la irrupción del rock barrial. Desde lejos se hace patente la manera en que vivimos mirando hacia afuera: estuvimos a la vanguardia en muchos aspectos y en relación a muchos lugares... y ni nos dimos cuenta.