“La ventaja de haber vivido en una ciudad chica es que la gente, sus caracteres, se dan muy diferenciados. El loco es el Loco del Pueblo y, aunque no haya solamente un loco, hay siempre uno que es más loco que los otros. En un pueblo se dan arquetipos. El divorcio o la separación de una pareja son un acontecimiento, un escándalo popular. Esas cosas, vistas u oídas en la niñez, quedan muy grabadas en lo profundo de la conciencia”, dice Abelardo Castillo en Ser escritor. Cuando empecé a garabatear mis primeros cuentos no tenía demasiada confianza en mi lugar de origen como posible escenario y tema. Es más, quería despegarme, mantener lejos ese pasado, no escribir sobre él. La literatura estaba en otra parte. Por eso escribía cuentos fantásticos con ogros y dragones y algunos menos fantásticos, pero ambientados en la China o en una selva inventada. Unos adefesios pretenciosos y ajenos a mí. Sin vida. Cuando los leía o daba a leerlos era eso precisamente lo que me decían, que no me creían nada. Pasaron los años, acumulé unas cuantas frustraciones y llegó un dolor. Uno en particular, del que salí escribiendo. Y lo que escribí fue sobre mi propio paisaje, sobre ese dolor y lo que más o menos conocía, que era la gente de mi pueblo. Ahora la reacción de los lectores era muy distinta y eso, de a poco, empezó a darme confianza hasta que al fin comprendí que, como dijo Faulkner una vez, “el pequeño sello postal de mi suelo nativo merecía que se escribiera sobre él, y que yo nunca viviría lo bastante para agotar ese tema”. En eso estoy. El tío difícil es uno de esos cuentos, un homenaje a la niñez y a uno de los personajes que la marcaron.