“En 1987 Kruguer no era siquiera un pueblo. Tenía noventa y siete residentes fijos. Una chocolatería, una casa de té, una proveeduría, un restorán, una farmacia, un pequeño, un hotel que llevaba el mismo nombre y había sido construido a principios de siglo por Jerónimo Kruguer, el fundador. Sus casas eran, invariablemente, chalecitos a dos aguas, de tipo alemán o suizo, con jardines bien cuidados, rodeadas de un espeso bosque de pinos que se extendía a kilómetros alrededor, con un arroyo donde la gente podía bañarse en verano y montañas cuyos picos no tardaban en cubrirse de nieve”. Así, desde una perspectiva de postal, cualquiera podría pensar que se trataba de un paraíso terrenal. Y en cierto modo lo era; por lo menos hasta aquel fatídico 27 de junio cuando en plena celebración de la Fiesta de la Nieve fue asesinada prácticamente toda la población. A excepción de una mujer, la señora Leandra Howell, que estaba de viaje por Europa el día en que se desencadenó la masacre. ¿Qué fue realmente lo que sucedió? O como se preguntará uno de los personajes centrales de la historia, el comisario retirado Carlos Dut: “¿Por qué?” Sobre estos interrogantes surge La masacre de Kruguer, la nueva novela de Luciano Lamberti, autor perteneciente a una generación que, con Stephen King a la cabeza pero sin soslayar una fuerte tradición rioplatense, ha renovado el género de terror en nuestro país. Por medio de una técnica narrativa deslumbrante logra una estructura de documental que irá desplazando lentamente la lógica de un relato realista hasta imponer un universo sobrenatural, fantástico,siempre aterrador.
“Los monstruos y lo fantástico son una excusa para mirarnos a nosotros mismos” señaló en una entrevista el escritor. “Estoy consciente de que los monstruos siempre hablan de algo. Siempre están hablando de cuestiones inconscientes a las que no se podría acceder de otra forma. Creo que para eso sirve un poco el género. La idea de género puro, del Castillo de Otranto, ya nadie la curte. Es imposible porque además estamos super estimulados con millones de cosas para escribir sólo dentro de determinado género. La literatura es un espacio de libertad donde podés usar todo lo que te pasa. Desde tu tara cotidiana y la serie que estás viendo hasta las noticias del diario”.
A partir de distintos testimonios, documentos, libros, fotografías, entrevistas y hasta registros televisivos, como si en esa telenovela, La indomable, que solía capturar la atención del pueblo entero frente al televisor, fuera posible acercarse a un determinado perfil psicológico de los habitantes de Kruguer; porque al principio, el lector devenido ahora en espectador de un documental cuidadosamente editado, tendrá que reconstruir las distintas historias, una trama polifónica colmada de personajes que serán acechados por sus propios demonios, como el doctor de Kruguer, que a sus sesenta y cuatro años, sin que nadie pueda explicar el motivo, aparece muerto al lado del río.
El verdadero motivo de la muerte del doctor Keselman iniciará esa zona narrativa tan propia de Luciano Lamberti en La casa de los eucaliptos, donde el horror es un costado de la realidad al que se accede por medio de una violencia que un día irrumpe y se instala simulando a veces desequilibrios psicológicos, un exceso de lucidez que lleva a la locura y el asesinato, o pensamientos mágicos desesperados por darle un orden natural a los acontecimientos como sucede en La masacre de Kruguer cuando son los habitantes de Los Primeros, pueblo vecino que, a la hora de ser entrevistados, se refieren a una maldición que pesaba sobre toda aquella gente que será asesinada. Así lo expresará Roberto Soto, en el capítulo titulado Premoniciones, cuando cuente que en esa época viajaba todos los días a Kruguer porque estaba terminando una casita de fin de semana que había levantado con su mujer. “Todo a lo largo de ese año. Pero a medida que se acercaba la fecha de lo que fue la masacre se nos fueron las ganas de vivir ahí. No sé cómo explicarlo. No es que hayamos visto algo anormal. Era una sensación. Por fuera todo parecía igual. Hermoso. Como de cuento de hadas. Todo muy cuidado. Pero ni loco me iba a vivir ahí” Y finalmente: “ Yo lo hablaba con mi mujer. Tratábamos de hablarlo porque era más bien un presentimiento. Una sensación. Una impresión. Y el 27, cuando se supo todo, yo pensé que sabía que iba a pasar algo así. Que todos lo sabíamos”.
Será Carlos Dut, el ex comisario, quien intentará encontrar una explicación lógica a partir de una libreta que dejó una sobreviviente con extrañas anotaciones de los comportamientos irregulares de los habitantes de Kruguer. Unas horas antes de la masacre, el pueblo entero comenzará a sufrir los primeros síntomas de lo inexplicable: nadie prenderá las chimeneas esa mañana, los chicos no irán a la escuela ni habrá desayunos ni saludos o autos encendiéndose. “Di Paolo, el dueño de la proveeduría, pasó toda la noche en vela escribiendo una carta que los bomberos intentaron descifrar después de la masacre, la chocolatería de Frenkell abrió tarde y sus empleadas tenían el pelo sucio, la ropa desaliñada y andaban por las mesas como zombis; Rodolfo Wairon, el presidente de la comisión vecinal, andaba desnudo por la casa frente a su mujer y sus hijos cuando se arrancó un diente sin sentir dolor; la señora Méndel se arrancó mechones de pelo frente la espejo y el señor Shultz se amputó un dedo con un cuchillo de cocina, un dedo que había cobrado vida, consciencia, y le había dicho cosas durante la noche mientras dormía”.
En un clima de terror que se tensa hasta quebrarse recién en las últimas páginas, La masacre de Kruguer consagra definitivamente a Luciano Lamberti como uno de los escritores más representativos de la narrativa contemporánea. “Sé que mi libro gira en torno a la idea del misterio”, dirá un personaje de esta novela tan genial como escalofriante. “De esa parte de la experiencia humana para lo que no hay palabras. Del misterio, de la locura y de la oscuridad en la que vivimos”.