¿Por qué no aparece mi nombre y apellido en estas crónicas? ¿Por qué anónima? ¿Y por qué no? ¿No puedo tomar lo que afirman Miguel Benasayag y Angelique del Rey en su libro “Medicina y biopoder” y asumir que la mejor forma de ser discapacitado es ser invisible? Por supuesto, no se refieren puntualmente al tullido escribiente, pero ya que está de moda hacerlo, saco de contexto y uso para defender mi postura (que, básicamente, es la misma desde hace unos años. Literalmente, digo).
¿Qué beneficios aparecerían si se supiera cómo me llamo o me llaman? No busco ser reconocida. No me interesa ser convocada para hablar sobre discapacidad por ninguna institución, centro cultural, iglesia evangélica, programa de televisión, etcétera porque no tengo vocación docente ni quiero ubicarme en el parnaso de la superioridad moral para dar consejos acerca de cómo debe ser tratado el discapacitado (recuerden que no quiero ser “incluida”, por lo tanto, no iniciaré una campaña de visibilización del drama tullido para que les desconocides me abracen y me besen la frente cuando tengan que ayudarme a subir a un colectivo sin rampa o con rampa pero sin un chofer que tenga ganas de desplegarla).
Si aquello que he pensado y sigo pensando constantemente, le sirve a alguien para algo, maravilloso. Si no le sirve a nadie debo decir, con la simpatía que me caracteriza, que no me importa. Leo, pienso, escucho, pregunto, y me analizo y trato de analizar mi entorno todo el tiempo para saber dónde estoy parada… Eh... Se entiende, ¿no?
No busco tampoco tener cientos de seguidores en ninguna red social esperando, con injustificada expectativa, que escriba algo genial. Hace un tiempo, una amiga me dijo “hay muches que están buscando ídolos todo el tiempo”. Creo que tenía razón y que esa búsqueda se vincula con el poco tiempo que algunes le dedican a pensarse, a construir lo que llamo “interioridad”. Entonces, todo el tiempo están buscando a quién seguir, prestándole tanta atención a lo que otres hacen o piensan que se evitan la tarea de hacer o pensar elles.
La compulsión de sacarse fotos todo el tiempo o compartir frases que otres pensaron (por lo general, con la complejidad que puede tener el razonamiento lógico de una babosa… Muerta, tirada en un charco) pienso que se vincula con lo mismo: fugarse constantemente de la miseria que a veces atraviesan nuestros universos personales, usando el tiempo que podríamos dedicarle a la reflexión para compartir un meme en el que el Pato Donald da consejos para pronunciar bien el idioma castellano.
¿Qué tiene que ver todo esto con el anonimato? Pues bien, no quiero que se sepa mi nombre para que no puedan buscarme y expresarme admiración o me digan cuánto les cambió la vida leer lo que escribo porque, insito, me alegrará saber eso (lo pueden expresar en la página de Facebook o Instagram del suplemento Soy y algune amigue seguro me avisará) pero no quiero exponerme y arriesgarme a creérmela, ¿me explico?
Cuando dudo (sobre todo cuando dudo de mí) puedo pensar o razonar algo. Y pensar me gusta más que masturbarme y, por suerte, como me aclaró una amiga, la primera actividad es irrefrenable: la segunda la puedo controlar.
En caso de que surja algún problema legal o alguna denuncia del I.N.A,D.I. o de alguna organización pro tullides que me quiera prender fuego, la editora de Soy, Liliana Viola, tiene todos mis datos y podrá informarlos cuando sea pertinente.
Sé que es extraño que en esta época de la sobre exposición una persona elija no mostrarse para frotarse la chapita del ego, pero no ejerzo la tolerancia; intento poner en práctica la indulgencia, pero jamás la tolerancia (pueden poner en You Tube “Capusotto Fascismo” y entender por qué reivindico mi intolerancia). Entonces, no quiero ofrecerme para el consumo ni abrir la posibilidad de la consulta o la crítica porque es muy probable (pero muy) que yo invierta horas pensando en qué responder cuando quizá, del otro lado, haya quien pasó 5 minutos sobrevolando un tema que nunca le interesó, sólo para vomitar su desacuerdo enarbolando la bandera que dice “Aunque opine una gilada que se me ocurrió hace 32 segundos, vos me tenés que respetar”.
En mi tulliword, respetar significa valorar positivamente algo o a alguien. Y no respeto indiscriminadamente. Puedo asegurar que no busco esconderme en el anonimato porque sólo así me asiste la valentía ¿? de hablar de ciertos temas.Pero no creo que se gane nada con saber cómo es mi cara, mi nombre o mi silla de ruedas. Una verdadera desgracia tullida y encima ortiba.