¿Cómo no acercarse a Thanks for the Dance con miedo de lo que va a sonar? Leonard Cohen fue demasiado grande. You Want it Darker, su álbum final, es sencillamente perfecto, la conclusión ideal para una trilogía imaginaria iniciada con Old Ideas en 2012 y continuada por Popular Problems en 2014. El 7 de noviembre de 2016, cuando murió, hacía apenas diez días que había lanzado ese disco de canciones sublimes, en el que anunciaba “Estoy listo, Señor”. Lo que podría haber sonado como oráculo siniestro sonaba en realidad a epifanía. Era el inmejorable epílogo para una larga carrera como delicado arquitecto de canciones y poemas.

Y entonces llegó el anuncio de su hijo Adam: Leonard había dejado algo más. Una pequeña colección de pistas de voz para que su heredero y productor, y los músicos que tantas veces interpretaron lo que sus canciones necesitaban, terminaran de darles forma. Pero ¿cómo no tener temor al resultado? La industria musical ha dado demasiadas muestras de “rescates” innecesarios, que ensombrecen más que enaltecer el legado de un artista. Sí, el adelanto “The Goal” sonaba a un Cohen de pura cepa, pero difícil no preguntarse qué podría deparar esa caja de Pandora.


Thanks for the Dance llega para obturar toda duda cínica. Y es que en principio hay que convenir que Adam Cohen no buscó precisamente aficionados para completar la tarea. Allí está Daniel Lanois, que se habrá convertido en placa célebre del Parnaso de los productores gracias a su asociación con Brian Eno (y U2), pero que en obras maestras como For the Beauty of Wynona o el único disco de Black Dub dio sobradas muestras de su talento para la instrumentación en guitarra y piano, la sutil construcción de mundos sonoros. Está un nene llamado Beck, que se puede transportar de una punta a otra del arco estilístico y siempre aportar buen gusto. Está el laudista Javier Mas, que sabe positivamente qué necesita la música de Leonard porque... bueno, porque tocaba con Leonard. Está el Shaar Hashomayim Synagogue Choir que ya impactó en You Want it Darker; están Jennifer Warnes -cantante que cruzó micrófonos con el canadiense con resultados que quitan el aliento- y Leslie Feist, con el tono justo para el contrapunto con el cavernoso hálito de Cohen.

Y, claro, está el protagonista. Leonard Cohen registró estas voces transido de dolor, en el crepúsculo de su vida, consciente de la despedida. Pero la emoción que transmite “Happens to the Heart” no es oscura ni deprimente. Sí, el hombre está juntando sus cosas. Dice que “trabajé sin pausa pero nunca lo llamé arte / era solo una convención, como el caballo delante del carro / mirá, sé lo que al final / le pasa al corazón”. Es el hombre que ha vivido mucho y lo ha aceptado todo, y será por eso que la melancolía que se desprende de Thanks for the Dance nunca es nociva sino estimulante.

La vestimenta es mínima, y está bien. El entramado de pianos y cuerdas –la mandolina del israelí Avi Avital suma un color inconfundible- resulta el tejido ideal para que vuelva a lucir esa voz que conmueve en lo físico y lo emocional. Viejo y sabio, Cohen vuelve sobre antiguas obsesiones con lo femenino, como en los juegos de seducción de “The night of Santiago” y la etérea “Moving On”, dedicada a su ex amor Marianne Ihlen, donde afirma que “amé tu cara, amé tu pelo, tus remeras y tus vestidos de noche / Y esquivé el mundo, el trabajo, la guerra / Solo para amarte más”. Y hay una inasible belleza en el vals que titula el disco, con Feist dibujando melodías, contrapesada por el ominoso recuento de “Puppets”, con “presidentes marioneta ordenando a tropas marioneta que quemen la tierra”.

Todo Cohen reaparece aquí, en una gloriosa coda a un final de carrera de por sí glorioso. Cuando se llega al último track, ya sin necesidad de más argumentos para considerar al disco no como un Frankenstein de descartes sino como una obra hecha y derecha, llega el golpe de gracia. En su último encuentro con la prensa, en octubre de 2016, Cohen regaló a los presentes un recitado que decía “Listen to the hummingbird / Whose wings you cannot see / Listen to the hummingbird / Don’ t listen to me”. Esa misma grabación fue rescatada por Adam para el cierre de Thanks for the Dance, y es otra decisión acertada en un álbum lleno de ellas. Escuchen al colibrí cuyas alas no pueden ver; escuchen al colibrí, no me escuchen a mí, pide el poeta. Pero no hay manera de obedecerle. No hay manera de dejar de escuchar a Leonard Cohen.