En el transcurso del 2019 se puso en debate, una vez más, la llamada “jubilación de las amas de casa”. En el contexto de discusión de la prórroga de la moratoria (que permite a las mujeres sin los 30 años de aportes requeridos por el sistema previsional, acceder al beneficio de la jubilación) volvió a sonar fuertemente desde distintas voces de la sociedad y, en particular, desde el gobierno de Cambiemos, el discurso de que “es injusto que la gente que contribuye reciba lo mismo que la gente que no contribuye”.
Esta afirmación, además de culpar a la víctima (la trabajadora) de su propia precarización, impuesta en realidad por su empleador, resulta una falacia aún en los casos en que las mujeres se hallaran “desocupadas” o, en realidad, a cargo de tareas “hogareñas” no remuneradas por el mercado.
Ningún historiador se hallaría habilitado a relativizar la gravitación que la minería potosina tuvo sobre la economía colonial americana entre los siglos XVI y XVIII. La mano de obra que abastecía a Potosí provenía de la mita, un sistema de trabajo que combinaba trabajo libre y forzado, mediante el cual la Corona obligaba a las comunidades indígenas de los Andes a enviar hombres a trabajar en las minas.
La mita impulsaba así un inmenso volumen de migrantes que concurrían, por tandas, a tributar con su trabajo en los socavones del Cerro Rico. Sin embargo, los mineros no se trasladaban solos, ni perdían totalmente contacto con su comunidad de origen. Los varones mitayos se trasladaban a la ciudad de Potosí con sus familias, llevando pertrechos para el consumo durante el viaje y su estadía como tributarios mineros. De este modo, mientras los hombres laboraban en los túneles en busca de filones de plata, las mujeres eran las encargadas de la adquisición y preparación de alimentos, de la crianza de los niños, de cuidar de los animales (de granja, de carga) de adquirir y/o confeccionar vestimentas, de conseguir crédito y pignorar bienes con comerciantes urbanos e incluso de colaborar en algunas tareas mineras sin recibir paga (sobre todo el traslado de material).
La minería potosina recibía un significativo subsidio por parte de la economía campesina: los trabajadores migraban con bienes de consumo que producían esas sociedades, pero sobre todo llevaban consigo mujeres. Éstas constituían, entonces, un engranaje irreemplazable en el sistema de la mita: los jornales que los trabajadores recibían por sus labores mineras sólo permitían la supervivencia y reproducción familiar porque las mujeres realizaban un sinfín de tareas sin recibir jornal alguno. De este modo, aunque limitada en teoría al empleo de hombres en la minería, la mita potosina se convirtió en polea de transmisión de una explotación que se extendía a la totalidad de la sociedad campesino-indígena en los Andes y recaía con gran peso no sólo sobre los varones (que solían morir en las minas) sino también sobre las mujeres.
Actualmente el trabajo hogareño no remunerado de las mujeres sigue oficiando de subsidio a la totalidad de la economía, permitiendo que los ingresos registrados de los restantes integrantes de su núcleo familiar (o de ellas mismas) sean más bajos que si esas actividades tuvieran que ser abonadas. Aunque las amas de casa no realicen aportes dinerarios al sistema de seguridad social, sí contribuyen a mejorar la competitividad de la economía y, sobre todo, al aumento de los márgenes de ganancias de algunos sectores empresariales que ven reducidos sus costos laborales. Resulta entonces imperativo por parte del Estado, en el marco de una política de ampliación de derechos, sostener el reconocimiento que la “jubilación de amas de casa” constituye para todo un sector de la sociedad y economía históricamente subyugado e invisibilizado.
* Investigador de Conicet - UNMdP.