En lo que va de 2019 se estrenaron unas 25 películas de terror, entendiéndose por “terror” no una valoración –en ese caso serían muchísimas más de 25– sino la adscripción a situaciones y códigos del cine de los sustos, la sangre y los espíritus malignos. Pero a finales del milenio pasado el panorama era distinto: con los personajes emblemáticos de los ’80 caídos en desgracia o, en el mejor de los casos, explotados hasta el hartazgo en franquicias con destino directo de VHS o DVD (el Jason Voorhees de Martes 13, el Freddy Krueger de Pesadilla, el Michael Myers de Halloween), el género encontró nuevos aires con Scream. El director Wes Craven dejó boquiabiertos a todos matando al personaje de una actriz famosa como Drew Barrymore en la escena inicial, primer y más evidente síntoma de la mezcla de clasicismo y autoconciencia, de golpes de efecto y metadiscursividad, que atravesaba la trama. Hasta que en el Festival de Sundance de 1999 apareció una película que daría una nueva vuelta de página. Una que asustó en serio, que aterró a quienes no podían disociar cuánto había de “real” y cuánto de ficción en lo que se veía en pantalla. Aquella película se llamó El proyecto Blair Witch, y este lunes se cumplen veinte años de su estreno en Argentina.

El tiempo no le ha sentado bien a la ópera prima de Eduardo Sánchez y Daniel Myrick. Ver hoy El proyecto… implica descubrir que ha envejecido, quedándose anclada en un tiempo y espacio del cual es difícil extrapolarla. Pero su importancia va más allá de los límites de la pantalla y los siempre discutibles méritos artísticos. A fin de cuentas, sigue ostentando el récord de recaudación para una producción independiente, con más de 248 millones de dólares en la taquilla mundial y apenas 60 mil de gastos de producción, abriéndole al género –y, por qué no, a todo el cine de Hollywood– un camino que hasta ese momento nadie sabía que podía desembocar en un éxito planetario: difícilmente hubieran existido Actividad paranormal, Cloverfield, Poder sin límites o Proyecto X, entra otras tantas, sin El proyecto Blair Witch. Parodiada hasta el infinito y más allá, fue además la primera película que encontró en el por entonces incipiente mundo digital un canal ideal para llegar a un grupo específico de espectadores e inflarla en la previa a su estreno, inaugurando así lo que años después, con la llegada de Netflix y sus ultra calculadas estrategias de marketing, lo que al norte del Río Grande llamarían “hype” (y aquí “autobombo”).

Todo arrancó con la idea de la dupla de hacer una “found-footage movie”, esto es, una película con materiales audiovisuales filmados por un tercero –o “unos terceros”, en este caso- cuyo sentido original se resignifica en la sala de montaje, un formato íntimamente asociado al cine documental. Esos materiales eran aquí las filmaciones caseras de tres chicos que, en 1994, se internaron en un bosque de Maryland tras los pasos de la bruja del título y nunca más se supo de ellos. Desde ya que todo había sido especialmente rodado para la ocasión, apelando a cámaras de Super-8 y 16 mm que manipulaban los intérpretes mientras actuaban, y nadie había muerto ni mucho menos desaparecido. El proyecto Blair Witch, entonces, como primera película-selfie de la era moderna, la madre putativa del 99 por ciento del contenido de Youtube. “La directiva principal era que todo tenía que lucir completamente real. La iluminación tenía que tener sentido, el sonido no debía ser bueno. Tampoco habría banda de sonido, solo el del material editado”, recordó Sánchez al diario The New York Times unos meses atrás.

Pero Sánchez y Myrick no inventaron nada. O no al menos la idea de asustar a través de la construcción de un nuevo sentido en imágenes previamente grabadas. Si bien fue la primera película masiva en recurrir a esa técnica, el italiano Ruggero Deodato había hecho algo similar en 1980 con Holocausto caníbal, en la que casualmente también desaparecía un equipo de rodaje integrado por jóvenes. Sí pueden atribuirse el haber hecho la película justa en el momento preciso y valiéndose de las mejores herramientas. Sucede que para esa época los reality shows empezaban a convertirse en amos y señores de la televisión norteamericana primero y del resto del mundo después, formando así un nuevo pacto de lectura audiovisual con el espectador que cuadraba perfectamente con la búsqueda de la dupla. Incluso los directores han reconocido que eligieron como protagonistas a Heather Donahue, Joshua Leonard y Michael C. Williams –que llegaron a la audición gracias a un aviso publicado en la revista Backstage– no tanto por el talento actoral como por la capacidad para improvisar y operar una cámara.

Esos requisitos eran fundamentales para llevar adelante una particular metodología de trabajo que consistía en dejar a los actores solos en el bosque durante ocho días con la condición de que filmaran todo, todo el tiempo. Como única guía tendrían las instrucciones que los directores dejarían anotadas a diario en la caja de suministros. “Todos los ruidos y sonidos raros somos nosotros corriendo alrededor del bosque”, dijeron Sánchez y Myrick al sitio Broadly, y detallaron: “Cuando ellos se despiertan y encuentran las piedras afuera de la carpa, era porque las habíamos puesto nosotros. También colgamos de los árboles los muñecos de palo. Los dejábamos solos las 24 horas, como si todo el bosque fuera el escenario. Tenían un GPS que programábamos a diario con el lugar al que tenían que ir y el horario. Les hacíamos cosas para asustarlos en medio de la noche y que se volvieran locos antes de llegar a la casa. Básicamente, la Bruja éramos nosotros”.


Pasado el rodaje y la edición, era hora de pensar en el estreno. Y si la idea era hacer una película alineada al incipiente formato reality, la publicidad no podía hacerse sino a través de una herramienta que por aquellos años dejaba de ser un fenómeno de nicho para modificar los usos y costumbres de consumo de todo el planeta: internet. Sánchez y Mike Monello, uno de los productores, armaron un sitio web (www.blairwitch.com/project/main.html ) con fotos y datos sobre una historia que presentaron como real, desatando así un sinfín de teorías entre los fanáticos del género que ellos mismos se encargaban de retroalimentar con nueva información. Mientras tanto, Myrick y Sánchez armaban un falso documental con entrevistas y material de descarte de la película, llamado The Curse of the Blair Witch, que el canal Sci Fi Channel emitió una semana antes del estreno en Sundance. 

El debut en el festival fue soñado; el efecto en el público, instantáneo. Un par de secuelas innecesarias –una tara que Hollywood no puede evitar con todo producto exitoso- no arruinaron la carrera de El proyecto Blair Witch rumbo al panteón del cine de terror. Un éxito irrepetible, como reconoció el propio Sánchez: “Hoy uno fácilmente podría encontrar en internet que Heather no es una estudiante sino una actriz. Y que, desde ya, no está desaparecida en absoluto”.