Cuando Ciudad de Dios se estrenó en Brasil en 2002, su director Fernando Meirelles saltó al primer plano de la consideración internacional. Ese fresco sobre las favelas cariocas no tardó en llegar al Festival de Cannes y luego a las puertas del Oscar. Tres años después, contó con Ralph Fiennes y Rachel Weisz para su versión de El jardinero fiel, sobre la novela de John le Carré. Y en 2008 se animó con José Saramago, de quien adaptó su novela Ensayo sobre la ceguera, con Julianne Moore y Mark Ruffalo como la pareja protagónica. La nueva película de Meirelles viene del brazo de Netflix, que produjo Los dos papas (The Two Popes) y que se estrenará el próximo jueves en cines argentinos y el 20 de diciembre por la plataforma de streaming de la N roja.
Para tamaña producción no ahorraron en costos: en la historia ficcional de la despedida, en 2013, de Benedicto XVI como Sumo Pontífice y el ascenso de su sucesor, el Papa Francisco, se eligieron dos grandes actores galeses. Anthony Hopkins y Jonathan Pryce son los encargados de dar vida en la pantalla a Ratzinger y Bergoglio. A sus 81 años, Hopkins interpreta a Benedicto XVI, mientras que Pryce, nueve años más joven que el actor de Hannibal, encarna a Francisco. Las escenas de los recuerdos de Francisco, a través de flashbacks, muestran a un Bergoglio joven, interpretado por el argentino Juan Minujín (ver nota aparte).
Con guion de Anthony McCarten, Meirelles imagina algunas de las conversaciones que estas dos figuras históricas podrían haber tenido durante esos convulsos días en el Vaticano. Frustrado por el rumbo que sigue la Iglesia Católica, el cardenal Bergoglio solicita permiso para retirarse en 2012 al Papa Benedicto XVI. En cambio, y haciendo frente al escándalo y la duda personal, el introspectivo Benedicto convoca a Roma a su futuro sucesor con el fin de revelar un secreto que sacudiría los cimientos de la Iglesia. Tras de los muros vaticanos se desata un duelo entre la tradición y el progreso, la culpa y el perdón, en la que estos dos hombres tan diferentes confrontan su pasado para encontrar un terreno común y forjar un futuro para mil millones de seguidores en todo el mundo.
En diálogo con PáginaI12, Meirelles señala que cuando fue “invitado a hacer la película” tenía otro proyecto para dirigir una serie en Inglaterra. “Dije que no podía porque estaba por hacer la serie y mi representante me dijo: ‘Este es un guión muy bueno y me gustó mucho la historia’. Como la serie fue postergada, volví para aceptar dirigir la película”, recuerda el realizador brasileño. Y tiene una posición tomada respecto de la figura del Papa. “Para mí, Francisco es una de las nuevas voces más interesantes de hoy porque la Iglesia es la mayor organización del mundo. Y esa institución es la única que hoy habla contra el sistema económico, a favor de los cambios que el planeta precisa. Yo quise hacer la película para poder conocer mejor al nuevo papa”, plantea Meirelles.
-¿Usted cree que es la institución la que promueve estos cambios o es la figura de Francisco?
-Una mezcla de todo. Este papa es un símbolo muy fuerte del cambio. Ahora, está cambiando de verdad. El papa está preparando a la Iglesia para hacer los cambios.
-¿En qué difiere el papa de su película del real?
-Yo creo que es un papa distinto del que conocemos porque charlando con mucha gente que lo conoce, todos dicen que Bergoglio era muy diferente respecto de cómo es como papa. Era un hombre duro. Y a mucha gente no le gustaba. Lo respetaban mucho porque cocinaba para todos, lavaba la ropa, pero personalmente era desagradable. Después, cambió completamente: se convirtió en una figura como la que conocemos.
-¿La relación con Ratzinger es complicada?
-Sí, claro porque representan dos lados distintos de la Iglesia: una Iglesia más tradicional, que tiene la verdad inmutable respecto a dónde el mundo debe ir, y Bergoglio tiene que ver con una de Iglesia que necesita dialogar con el mundo, y escuchar al mundo. Es decir, busca transformar la Iglesia. Ratzinger no quiso transformar la institución. Son dos visiones opuestas. El encuentro entre ellos nunca se vio. Entonces, la película es sobre un encuentro como si hubiera acontecido porque todo lo que dicen está apoyado en entrevistas que tuvieron y textos que escribieron. Es un diálogo que nunca aconteció pero es muy verdadero porque todo lo que dicen es un contrapunto de uno respecto del otro.
-¿Usted es creyente?
-No, soy católico pero no practicante. Desde los 9 años que no voy a misa.
-¿Admiraba a Bergoglio antes de que fuera papa?
-No, no lo conocía. Mi admiración por Bergoglio fue más por su postura política contra los sistemas económicos. Ahora, que estoy leyendo más y escuchando, veo que tiene una fe que también me encanta. Verdaderamente, es un hombre de fe.
-¿Cómo analiza el rol de Bergoglio durante la dictadura y cómo buscó plasmarlo en la película?
-Yo creo que tuvo cierta culpa. No fue él el responsable. Quizás omitió y por eso hubo curas que fueron presos. La película muestra la culpa. Vinimos a la Argentina para hablar de ese período porque él sentía que podía evitar que eso pasara, y no lo hizo.
-¿Cree que esto en Bergoglio es clave para la formación de Francisco tiempo después?
-No sé. En el guión es clave porque después del período de la dictadura, Bergoglio fue enviado a Córdoba como cura de una parroquia pequeña. Fue apartado durante dos años. En ese período cuidaba ancianos, los alimentaba, lavaba baños, no podía hacer misa. Y fue cuando recibió todos los libros de la Teología del Pueblo. Fue un período de dos años en los que no podía hacer nada. Incluso los curas que estaban ahí no podían hablar con él. Fue una especie de prisión. Al menos, en el guión fue el período en que pensó, repensó y cambió.
-O sea que la película no deja de lado las contradicciones que pudo tener el personaje real sino que las plantea.
-Sí, no estamos huyendo de las contradicciones. Es parte del conflicto de la película y el conflicto para Francisco. Así lo entendemos en el guion. Es una historia sobre la culpa, sobre el perdón y el autoperdón.
-¿Es una historia de redención?
-Sí. También tiene el error de Benedicto. El también tiene su culpa. Es un perdón al otro y a sí mismo.
-¿Por qué pensó en Jonathan Pryce y en Anthony Hopkins para esos papeles?
-Porque los dos personajes son muy fuertes y opuestos y ellos son excelentes actores. Pryce se parece mucho al Papa y eso ayuda mucho. En todos los pequeños gestos, en la expresión está increíble.
-¿Y en Juan Minujín para Bergoglio joven?
-Bueno, no se parece tanto a Bergoglio y hubiera sido interesante tener un actor que se pareciera más, pero Minujín es un actor extraordinario y estuvo muy enfocado. Comprendió que Bergoglio joven era muy austero e hizo un trabajo increíble.
-¿Qué cree que puede gustarle de esta película a un espectador creyente y qué puede gustarle o no al que no es creyente?
-Yo creo que al que no es creyente puede gustarle porque la verdad es que no es sobre la Iglesia. Es sobre dos figuras muy poderosas que lidian con sus problemas personales, y sobre cómo deben lidiar con el poder. Es el poder visto en la intimidad, por dentro. Yo creo que es interesante. Y para los que creen, tiene muchos diálogos sobre teología y sobre lo que debería ser la Iglesia, que tiene que ver con lo que comentaba antes de las oposiciones de la institución. Todo ese debate está en la película. Y creo que también al que no es católico puede resultarle interesante.