Semanas atrás, un típico revuelo mediático –tergiversador y mentiroso– buscó condenar a uno de los más respetados intelectuales argentinos, Horacio González, porque en una entrevista sugirió que alguna vez habrá que hacer "una valoración positiva de la guerrilla de los años 70". El silencio generalizado fue la mejor respuesta a la mala fe de lo que esta columna bautizó hace años como "sistema mentimediático".
Era una foto más de la insidia que impera en los llamados "grandes diarios" y en la telebasura, y con la que ya atacaron a Milagro Sala, Raúl Zaffaroni, Víctor Hugo Morales, Dady Brieva, quien firma y muchas personas más, distorsionando ideas y propuestas para silenciarlas, y fomentando en cambio el odio y esa maldita grieta que –se llame como se llame– es urgente obturar a fin de restaurar la concordia republicana.
Ahora mismo, cuando en vísperas del recambio gubernamental es imperioso restablecer el diálogo y mejorar la convivencia –recuperando primero la industria y el trabajo, la salud y la educación, claro está– resulta urgente contar con medios y sistemas comunicacionales democráticos, veraces y con vocación nacional. Y para esa inmensa tarea es fundamental instaurar, garantizar y defender una verdadera y sólida libertad de expresión, no dependiente de intereses partidarios, empresariales o sectoriales, sino virtuosa en el respeto irrestricto a la verdad de los hechos y a la libertad de las opiniones.
Se trata de desarmar la estrategia comunicacional autoritaria y engañosa del neoliberalismo, que en el caso de González fue implacable haciéndole decir lo que no había dicho. Porque donde él sostuvo que "algún día habrá que reescribir la historia argentina pero no en esa especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas de los estudios culturales, donde hay una multiplicidad graciosa y finita. Sino que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración te diría positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable", los medios hasta ahora oficialistas y la jauría intelectual interpretaron que HG hacía un panegírico de la violencia.
Lo escribieron en un documento que incluía algunas firmas inesperadas, y que fue multiplicado por el sistema mentimediático: "Lo que está diciendo (González) es que la violencia es una opción, una posibilidad, una herramienta de construcción social". Canallada lisa y llana, obvio, porque la entrevista era en realidad un llamado de atención sobre una parte del drama argentino que continúa silenciada, y destilaba humanidad e inteligencia sobre el decurso histórico del peronismo (http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/horacio-gonzalez ).
Los firmantes de aquella condena no sólo no comprendieron esa evaluación de la historia –no quisieron hacerlo– sino que mal leyeron y descompaginaron el texto quizás, casi seguro, por puro odio antiperonista.
En cambio, para quienes conocen a Horacio y leen sus textos y escuchan sus reflexiones es conjeturable que lo que dijo haya sido un modo muy sutil de instalar un debate que en la Argentina todavía no se da. Y en tal caso, enhorabuena, porque la guerrilla fue una estrategia de lucha política que muchísim@s militantes, la inmensa mayoría de jóvenes entonces, juzgamos desacertada y tomamos las debidas distancias. Pero no por eso juzgamos ni mucho menos condenamos a nuestros hermanos y hermanas de generación que optaron, por puro idealismo, por la vía armada.
Y hay que decir también que si la tragedia que vivió nuestro país durante aquellos años llevó a much@s –por ese idealismo acaso cuestionable, pero limpio y genuino– a inmolarse entregando sus vidas por la noble causa de la igualdad social y la liberación nacional, de ninguna manera eso habilita a generalizar ni mucho menos admite empates históricos ni silencios interesados.
Las mayorías juveniles que cuatro décadas atrás rechazamos la lucha armada y toda forma de violencia, sabíamos que no todo era igual como sabíamos que la "razón de estado" había enloquecido y preparaba el genocidio que luego llevaron a cabo. Por eso los represores jamás serán sujetos equivalentes en la Historia, ni habrá equilibrios ni "dos demonios", y en cambio sí quedará la sólida memoria, ahora y siempre, de que las juntas militares practicaron un cobarde genocidio al masacrar 30 mil vidas argentinas y robando niños y niñas. Y esta verdad no rebaja un milímetro el hecho también cierto de que algunos dirigentes guerrilleros tuvieron criminales responsabilidades que debieron ser sancionadas con el Código Penal y no con un genocidio del que ellos, precisamente, zafaron.
Quizás lo que Horacio González quiso fue llamar la atención sobre esta cuestión fundamental de la que todavía no se habla en el campo nacional y popular. A la historia argentina "hay que reescribirla", dijo, acaso con intención de colocar sobre la mesa de esta república, como diría Cervantes, esta cuestión trascendental.
Los mejores intelectuales se anticipan a los tiempos y son faros en la oscuridad. Se entiende que ataquen a González si le propone a la nación un debate necesario, que lentamente el pueblo argentino tendrá que darse. Ésa es "la valoración positiva" a la que ha llamado Horacio, a despecho de odiadores enfermos de antiperonismo.
Y todo esto es esencial en estos días, precisamente, cuando el macrismo huye en desbandada y negando choreos, timbas, abusos, el insensato militarismo bullrichiano, los negociados inmobiliarios del Guasón y los locos recursos para condicionar a Alberto y Cristina. Entonces parece aconsejable y urgente que el nuevo gobierno tenga prensa y tele propias. Que no tenerlas fue el gran error de cada gobierno democrático y popular, aquí y en toda Latinoamerica. No alcanza con leyes de medios que terminan judicializadas y/o desnaturalizadas. Hay que enfrentar a la mentira con verdad y con igual sonoridad. No hay otra. Y para eso hay que disputar el terreno donde la mentira impera: los diarios, la tele, las redes sociales, las radios. Y hacerlo preservando y garantizando la libertad de expresión de los medios ya existentes, porque nosotros no les tenemos miedo a las palabras ni al debate. Nosotros no hacemos callar a nadie; los discutimos, que es otra cosa.
La información veraz debe imperar y nosotros garantizarla, pluralizándola desde la sintonía de todas las voces y opiniones. No debemos repetir errores e inocentadas que conducen, inexorablemente, a tragedias como la de los últimos cuatro años.