Cada 8 de marzo sobra mucho y falta más. Sobran los regalos de ocasión (un apartado en el que no me detendré ahora merece el despliegue del dos por uno por un merecido día de spa tan repugnante como la promocionada y permitida noche de chicas) y los saludos muy de Facebook que vomitan elogios vacíos con más de tres signos de admiración (siempre son más) detrás de la palabras genia, madraza, musa, hermana de la vida y que suelen estar escritas por quienes ponen en su perfil de whatsapp imágenes y frases alusivas al #Ni Una Menos y educan a hijxs que le dicen puta a sus amigas y compañeras de escuela. El vacío profundo se convierte en agujero y el agasajo cae en un pozo infinito, sempiterno como los sueños de Little Nemo. Sobra la celebración apoltronada, sobra  el slogan con fecha del día que sobra siempre y todavía más cuando se repite mientras las mujeres mueren porque lxs que pueden pagarse un aborto no lo legalizan. Sobra limitar la efeméride a la estampita de las mujeres quemadas vivas en su fábrica por pedir derechos elementales en los Estados Unidos en el 1900 como si fuera un episodio del pasado. Las mujeres seguimos exigiendo derechos elementales y se nos sigue quemando vivas. Que la imagen de museo del Triangle Shirtwaist Company, aquel triángulo de fuego trágico formado por las inmigrantes calcinadas de América del Norte que no tenían ninguna protección laboral (en su mayoría era chicas jóvenes judías e italianas) no les sirva para expurgar culpas a quienes solidifican su violencia machista demoliendo las razones políticas de la opresión de género con un minuto de silencio y un ramo de flores. La fecha sirve para recordarle al que siempre juega al Don Pirulero que se celebra lo que falta sobre lo está  hecho, lo que falta sobre lo que se ganó en la calle pulverizando al patriarcado -sabemos bien que se construye la palabra dicha desde el patriarcado más de lo que se cree y dice- que adoctrina a diario promoviendo femicidios sin tener en cuenta si está o no está el sol, si cambió el número del día o el nombre del mes. La celebración desde 1909 en Nueva York (hay registros de un acto por el Día de la Mujer en un hotel de Chicago un año antes) en honor a las primeras huelguistas (en el afán por escalar primero la cumbre más alta aparece en una genealogía un primer 8 de marzo de 1857 como la fecha señalada, ese día un grupo de obreras textiles neoyorkinas salieron a la calle para pedir mejores salarios y condiciones laborables saludables hasta que llegó la policía para dispersarlas y amedrentarlas, dos años después otras mujeres crearon su primer sindicato) fue desarrollando a través de los años aires de batallas no tan diferentes. Cambió más rápido el siglo que los reclamos, es fácil notarlo si pasamos lista y vemos que seguimos trabajando más -no olvidemos sumar al trabajo rentado con menor salario el trabajo diario no rentado y el precarizado- y seguimos ganando menos dinero que el que ganan los hombres haciendo el mismo trabajo. El recorrido conmemorativo de marzo que este 8 será de paro, este 8 de marzo de 2017 las mujeres hacemos huelga, marca mojones en aristas de época y descorcha licores por algunos logros. “Pan y rosas”, “Paz y pan” (huelga en febrero de 1917 de mujeres rusas tras la muerte de dos millones de soldados) o “Fin del trabajo infantil” fueron los primeros carteles que cruzaban las calles sostenidos entre los dedos de sus manifestantes. Aquel frío de los últimos días de febrero y primeros de días de marzo hacen eco a través de las décadas en la vida cotidiana cuando un día de frío cualquiera una nena de menos de ocho años abre con la boca un broche para colgar en la soga las sábanas de otro, demasiado frío para pedirle fuerza a los dedos. La dominación no quiere retroceder ¿Cuánto tiempo pasó desde aquellos reclamos? ¿Cuánto desde aquella conferencia de mujeres socialistas en Copenhague en 1910 que propuso en la voz de Clara Zetkin la creación del Día Internacional de la Mujer en la que se reivindicaba el derecho al trabajo, al voto, a ocupar cargos públicos y se pedía además terminar con la discriminación laboral? Mientras los derechos no llegan y el consumo ayuda para que no lleguen distrayendo con ofertas y chocolates alusivos (algunos son riquísimos pero en este lado de la pampa húmeda se derriten en marzo), el feminismo verdadero que enfrenta a la dinastía eterna de los que dominan siempre y disfrutan ejerciendo el poder en la desigualdad, se hace en la calle, en los sindicatos, en los barrios, en algunas escuelas, en algunas casas, en algunos trabajos. Es un trabajo sin tregua que hacen las mujeres que son una patria no un verano como creen los inciertos a los que la superficie alcanza. “Por cierto no lamentaba ser mujer; por el contrario, sacaba de ello grandes satisfacciones. Mi educación me había convencido de la inferioridad intelectual de mi sexo admitida por muchas de mis congéneres. `Una mujer no puede esperar pasar la agregación antes de cuatro o cinco fracasos`, me decía la señorita Roulin que ya llevaba dos. Ese handdicap daba a mis éxitos mucho mas esplendor que a los de los estudiantes varones; me bastaba igualarlos para sentirme excepcional; en verdad, no había conocido a ninguno que me hubiera asombrado; el porvenir estaba tan ampliamente abierto para mí como para cualquiera de ellos; no poseían ninguna ventaja”, escribe la joven Simone antes de aclarar confirmar en las memorias formales que el buen trato que recibía de sus compañeros se debía a que como las anotaban como supernumerarias las mujeres nunca podían ponerlos en jaque ni disputarles lugar alguno. Sí, pasan los años y se repiten las dominaciones y eso pasa porque el mundo va y viene con moda y reglas de cortesía femeninamente falsas impuestas por hombres y mujeres patriarcales a disposición de todos para disculpar el perpetuo maltrato. No vaya a ser cosa que el 8 de marzo y todos los días que no son 8 de marzo celebremos -sin repetir y sin soplar saliva banal machacada por el macho- una respiración unísona un orgasmo de identidad nada imaginario ni simbólico: uno real.