He tomado, apenas, una copa de vino, así que nadie acuse este escrito de hijo de la beodez. Solo estoy mirando una cortina de pequeñas hebras de bambú que hay delante de mí. Por la ventana abierta entra una brisa de final de verano, suave, ya no pegajosa sino un soplo de comodidad. Entra la brisa y mueve sin buscarlo, me imagino, las hebras del bambú que se mantienen fijas solo porque las ayuda un hilo. Un hilo que intenta parecer oriental pero es en realidad un hilo criollo. Bien criollo. Y cuando las hebras se mueven me van entregando un efecto de estar y no estar. Un ondular óptico que me sorprende. Cómo algo puede verse estar y no estar simplemente por efecto del viento suave, de la brisa. Pero así es. De inmediato pienso qué es lo que me extraña de esto, si al final todo lo que nos rodea está y no está solo por efecto de nuestro pensamiento, el mundo existe o deja de hacerlo porque yo lo pienso, sin más. Y es absurdo, lo reconozco antes de que los críticos me hagan puré, este pensamiento. Y es absurdo porque toda la filosofía, desde el principio de los tiempos, ha estado argumentando sobre este hecho. Pero. Y sabemos que siempre hay un pero. Pero acaso algún filósofo se puso a hablar de: una copa de vino, una cortina de hebras de bambú, un hilo criollo, y -no quería decirlo pero acá está- de un plato de capeletines, de esos comprados secos nomás, pero con una salsa robada al mundo celestial. A ver, que alguien lo reconozca, no es habitual hablar de por qué algo y no la nada en ese marco que acabo de describir. Vino, cortina, capeletines, salsa celestial. Por qué una cortina que se mueve aparentando otra cosa y no la nada de nada, una cortina de mierda podría decir, pero quedaría mal en un texto con ínfulas metafísicas. Y si contara, además, que en el medio de esta escritura desenfrenada, en medio de semejante visión, se me aparece, y sin saber por qué, la imagen de la fachada de un supermercado que está cerca de mi casa, entonces, si contara eso que acabo de contar, más de uno escupiría la profecía de que espera por mí un loquero, o un guarda locos.

Sigamos. Cómo es esa imagen. Es muy difícil describirlo, lo reconozco, pero intentaré, total quién puede objetarme si nadie la está viendo igual que yo en este momento.

Es una frágil tira, porción vertical, de varas de madera, le llaman bambú (nada especial, una cortina que se vende en cualquier cadena multinacional de supermercados, y que tiene una etiqueta que dice fabricado en China, o en un caso mejor en Tailandia). Sigo: una franja vertical de varillas de madera atadas, también en forma vertical, por un hilo oriental-criollo que la recorre, otra vez verticalmente, a lo largo de casi dos metros. Como es de imaginar en algún momento estas varillas terminan, porque la cortina tiene una extensión, en su ancho, de un metro y veinte centímetros, más o menos - tampoco es que soy arquitecta- y donde terminan aparece la brisa. Y la brisa las mueve y en ese movimiento se produce algún efecto óptico que muestra algo que está pero no está. Quiero decir que está, eso es seguro, y que al moverse pareciera que no está. Algo así como cuando creemos que el sol se mueve y que desaparece en el horizonte, cuando en realidad la que se mueve es la tierra y el sol sigue estando donde, tal vez, quizá, siempre estará. 

Entonces, ahí, ahí mismo se piensa: cómo es esto de descubrir el pensamiento del ser humano en toda su magnitud al mirar una cortina de símil bambú movida por una brisa de final de verano cualquier sábado en la mitad del paso del tiempo a las 14,22 horas después de haber comido un plato de capeletines y tomado una copa de vino tinto en un país perdido en el medio de un globo terráqueo que nunca vimos en realidad pero que imaginamos, eso sí, después de haber visto tantas imágenes.

Y así es que pienso habiendo cerrado ya el archivo, habiendo guardado el texto en “Guardar como: Final de verano”. Pienso, sigo, que esto viene a ser igual que la literatura, o el ejercicio de escribir, para no ser tan pretenciosa, viene a ser igual porque uno juega ahí con ser y parecer, con estar y no estar, con lo que se ve y después desaparece. Con la realidad que no lo es y sin embargo tiene su ser tan intacto como el que lo tiene.