“En las raíces, como empujados por dentro, brotaban retoños, yemas tiernas que venían a roer escolopendras, amuletos de lapislázuli, bisagritas de córnea mandarina”, así ruge el veranito en Cobra de Sarduy, un chiflido de tierra nada cubano que sin embargo lo emparenta en temblor distante con el suelo en que nació, será mérito del calor. Y es ese calor el que trepita gemelo en los dibujos cubanos de Anne, una botánica norteamericana nacida de Rindge, en New Hampshire, que decidió dejar Nueva Orleans y mudarse a Matanzas cuando Charles Wollstonecraft (su esposo y el hermano de Mary Wollstonecraft) murió. Viuda en Cuba, Anne, que firmaba con el seudónimo de D'Anville, y que escribía ensayos sobre ecología y sobre de los derechos de las mujeres –un apartado necesario la nombra en voz alta y la une a la lista de las botánicas ecologistas que guardan hojas laceradas y denticuladas en los bolsillos de sus delantales embarrados mientras escriben la historia verde y avanzan por un camino feminista– dedicó su vida manzanareña al estudio detallado de la flora insular y lo copió en un extenso manuscrito ilustrado, herbario secreto de descubrimientos botánicos.
Secreto a su pesar, porque la revista Boston Monthly nunca publicó aquel florido manuscrito que nos ilusiona con pétalos frescos y el sabor de la guanábana –después de haber descartado la cáscara verde con espinas aunque esta vez no haya encías que la prueben–, que Anne le envió poco antes de morir asistido por la tinta de sus apuntes y algunas cartas. La Boston Monthly sí había publicado en 1826 un artículo de Anne sobre “Los derechos naturales de las mujeres”, un texto que exigía mejoras en la modalidad educativa, “no educar a las madres crea obstáculos casi insuperables para la mejor educación de las hijas”, y bregaba por la inclusión de las mujeres en el estudio académico de las ciencias y las artes.
Después de casi doscientos años el original escondido, como una almenada casa Brontë en Birstall, consagrado en minucioso reparo a las “Especies de plantas y frutas de la isla de Cuba” está digitalizado y se puede ver o descargar a través de la Biblioteca de la Universidad de Cornell. El delicado trabajo de Anne, taxonomía de savia fresca disecada –más de cien especies, más de ciento veinte acuarelas– se hojea despacio y se mira sin prisa porque en el detalle está sucediendo algo: aliento en el pecíolo, humedad en el limbo, luz en las nervaduras.
Como muestra y con ganas de más, en algunas páginas se repiten palabras que fingen un resplandor de lengua: iriopteris citrifolia, y en otras, florece un corazón ámbar envuelto en malva mientras seis verdes imitan la sombra de una hoja. El cuadernillo de Anne con observaciones personales, postulados farmacológicos, alusión a hechos históricos, apuntes filosóficos y poesía, es desde su recuperación “el corpus más importante de ilustraciones de plantas en la historia colonial de Cuba". Descubrir a Anne Kingsbury Wollstonecraft es una sorpresa sin emboscada y un encuentro narrado en un libro infinito sobre la invariable condición de la paciencia. Como si la germinación en el frasco de mermelada con papel secante y algodón húmedo hubiera preservado cualidades durante dos siglos a la espera del primer brote verde.