El teatro alternativo sigue entregando joyas que pueden parecer imperceptibles, pero que con el tiempo se agigantan para ofrecer un instante teatral nuevo e irrepetible. Es el caso de La música, obra escrita por Marguerite Duras, que actualmente exhibe su versión local en el Teatro La Comedia, dirigida por Graciela Pereyra e interpretada por Debora Longobardi y Ulises Puiggrós.
En un hall de un hotel, en las afueras de París, se encuentran un hombre y una mujer de mediana edad, luego de divorciarse, para terminar de resolver la división de bienes. Michael y Anne Marie fueron pareja, pero su reencuentro se les revela incómodo, como un trámite de esos que deben realizarse de forma expeditiva. No obstante, el diálogo áspero y distante va incorporando nuevos matices, y lo que parecía una relación terminada se presta a nuevas lecturas.
“A esos dos, en ese hotel de Francia durante una noche de verano, sin un beso, yo los haría hablar durante horas y horas. Nada más que por hablar. En la primera parte de la noche, tienen el tono de la comedia, de la disputa. En la segunda parte de la noche, no, han regresado a ese estado integral del amor desesperado”, definió la novelista francesa, quien escribió esta historia para televisión en 1965, y que luego tuvo su adaptación cinematográfica en 1967.
Fue Ulises Puiggrós quien descubrió el texto en 2010, y decidió encarar una segunda versión, luego de la interpretada por Patricia Palmer y Osmar Núñez, en 2008. En ese momento, el actor asistía a un seminario con Agustín Alezzo y cuando decidió llevar a escena el material que había caído en sus manos, comenzó a buscar a su compañera de elenco. “En un almuerzo le consulté a Alezzo: ‘Maestro, ¿quién le parece que me puede acompañar en La música?’, y me respondió: ‘Debora Longobardi. Sin duda’. Entonces, le envié el texto a ella y le encantó enseguida, y así empezamos a ensayar”, cuenta.
“Me sentí un poco identificada, porque los personajes sienten mucho amor, y cuando eso se termina sienten un dolor igualmente grande. Como actriz, en mi vida personal, también amo de la misma manera apasionada con la que después desamo”, sostiene Longobardi. Luego de estudiar la obra, ambos salieron a buscar a su director, y en el camino se encontraron con la maestra de actores Lili Popovich, quien los ayudó a interpretar a sus personajes, y con Graciela Pereyra, quien asumió el desafío de darle una impronta personal a la puesta. “A mí me gusta mucho la autora y la conocía bastante –revela Pereyra–. Desde muy chica, me gustaron su pensamiento y su personalidad, independientemente de lo que escribió, y cuando me llegó la posibilidad de dirigir esta obra, pesó mucho ese amor anterior”.
Como un voyeur que observa a través del ojo de una cerradura, el espectador asiste al encuentro íntimo de dos personas que expresan sus sentimientos aun en lo que no dicen y callan. En ese espacio, y en ese tiempo, confiesan parte de su pasado, y recuerdan el amor vivido, en un diálogo donde los reproches también dejan lugar para la seducción. Es esa composición dramática la que, según advierten los actores, requirió de un trabajo riguroso, que estuviese a la altura de la complejidad del texto.
“Cuando empieza la obra, los personajes ya tienen toda una historia, que es la que se revela después, y si no trabajábamos eso era imposible contar este texto de la manera en que Graciela quería hacerlo, y se podía contar de una manera muy superficial. Recuerdo que Alezzo decía: ‘Esta es una charla entre dos personas en la que no pasa nada’, porque además Marguerite Duras escribía de una forma muy coloquial”, señala Puiggrós. Y Pereyra agrega: “Duras tiene una filosofía de vida y si uno la entiende puede navegar en su agua. Si no, este texto se transforma, como dijo Alezzo, en una simple conversación. Para que esto no ocurriera, hubo que encontrar esa hondura”.
La música pone en escena una relación amorosa con una carnadura emocional que excede los límites de la puesta. “¿Este es el principio o es el fin?”, le pregunta Michael a Anne Marie, casi como en un ruego. Y en esas palabras se hace evidente que la obra no busca complacer al espectador con los convencionalismos del amor romántico, sino hacerlo pensar sobre la profundidad de los vínculos.
“Probablemente en esta pareja no haya un fin –reflexiona la directora–. De todos modos, si esas dos personas están dispuestas a transitar otra vez ese amor tan particular, existiría un principio de algo diferente, y desde otro lugar. Cuando ellos ven lo que vivieron y además se reclaman lo que no les gustó del otro, sientan un precedente de lo que no quieren volver a vivir”. Al respecto, Longobardi expresa: “Nosotros nos basamos en esa pregunta para trabajar, pero no le dimos una respuesta ni tomamos partido, pero no pude actuar esta relación como si existiese un fin. Este hombre y esta mujer se aman, y si como actores no hubiéramos entendido que esta es una gran historia de amor, habríamos interpretado a dos personas que en algún momento tuvieron un vínculo, charlan, toman un café, y nada más. La historia de amor existe, aun cuando dos personas no terminan juntas, pero estamos acostumbrados al final feliz, y entonces está bueno que se empiecen a ver en el teatro otros finales posibles”.
* La música puede verse en el Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062), los viernes, a las 21.15.