El Festival Dilda no fue generación espontánea ni solo la conjunción de tortas feministas con deseo de transformar la escena musical y cultural local: se trata de una experiencia concreta que ya tiene cuatro años de existencia. “Siempre veíamos a pibas que no sabían donde tocar. Yo había hecho un ciclo de fotografía en donde para el cierre siempre había pibas o tortas y entonces me pareció que había un montón de necesidad de que existan estos escenarios” cuenta Punto Eme, productora del festival, acerca de los primeros pasos de la Dilda. Habló con su socia, Florencia Mazzone, y la idea se hizo carne entre las paredes de Ladran Sancho, un bar cultural ubicado en el barrio de Almagro. Allí empezaron a pensar cómo sería subir tres bandas al escenario un domingo cada 15 días. El resultado fue Dilda Dominga Feminista, un minucioso trabajo de acopio de bandas y solistas, con una gran cantidad de nombres e investigación para subir el cupo feminista enchufado. En la Dilda subieron al escenario músicas que se animaron a tocar por primera vez en modo recital. “Con algunas bandas de las provincias nos pasó que no teníamos para costear los viajes pero les organizábamos fechas en sus ciudades y sumando con lo que podían hacer acá terminaban viniendo”. Hasta el momento pasaron 150 bandas. En Dilda además, hubo personas que siendo espectadoras y dedicándose a la música, se dieron cuenta de que era posible tocar y cobrar por eso: “Se empezó a caer la idea de talento, como si todas las personas que se suben al escenario tuvieran que cumplir con una cuota de talento”.
La apuesta continuó en alza y a los recitales en vivo se le sumaron propuestas de ferias, performances, tatuajes en vivo, fanzines y conversatorios que durante este año abordaron temas como el amor romántico, neoliberalismo, salud y educación, punitivismo, fútbol disidente y fiesta entre otros que laten fuerte en el corazón de la agenda feminista. Parece que cuando hay Dilda las veredas, los cordones, la pista y el patio interno se vuelvan lugares en donde se trafica un aire de amistad y de acuerdos que tiene un piso para empezar a hablar: el cuidado colectivo.
¿Cuáles son los elementos en este engranaje? ¿Cómo se aceitan las dinámicas de convivencia feminista en un contexto recitalero? La tarea se da en todos los planos que conforman la constelación de Dilda, desde las personas que llevan a cabo el trabajo de la barra, la técnica en el sonido y la limpieza hasta quienes asisten frecuentemente a la hora señalada como una suerte de ritual amistoso afectivo. “Cada fecha es un mundo” dicen por ahí y eso implica una labor para aspirar a la mayor coherencia posible en cada encuentro: la puerta -el dinero destinado a las bandas- se divide entre la cantidad de personas y no de bandas, es decir entre quienes se suben al escenario. Ninguna tarea en el local está realizadas por varones cis, el orden en el que tocan en cada fecha no está estrictamente relacionado al grado de popularidad que tenga la banda y todas tienen el mismo lapso de tiempo para probar sonido y subir al escenario.
Al Festival que cumple su tercera edición le quedan tres días de escenario (hoy, mañana y pasado). Durante esta semana las noches fueron cambiando de temperatura y el total condensado es de 20 bandas y 7 djs. La apertura fue el domingo que inauguró el último mes del año con la presentación de Las Vin Up, Playa Nudista y Marilina Bertoldi -ganadora del último Gardel Oro-. Entre los cuerpos que fueron rotando entre la pista principal y el patio interno se entrecruzaron comentarios según gustos y afinidades “la esta rompiendo”, “ahora viene la que me gusta a mi”, “me compro una birra y vuelvo”... Es que el Festival es circulación continua, bombeo permanente en donde se destaca la idea de refugio para pasar un momento agradable: “Vine hoy, vuelvo el miércoles y supongo que el domingo también, que es el cierre con Ibiza Pareo. Todas las fechas están buenísimas, tenés a gente re grosa tocando en un lugar que no es gigante ni ostentoso, tiene algo de recital en casa” dice Caro, que ya pasó los 35 años, juega al fútbol y cuando hay Dilda trata de no faltar. La idea de refugio y de hogar se va replicando en los movimientos de quienes asisten, el espacio es habitado para beber y comer, fumar en el patio, bailar o entregarse al estado de contemplación de la banda musical. Pasada la medianoche toca la última banda del fixture y arranca el aquelarre de djs. La puesta en escena se repite cada fecha del festival con una curaduría que intenta que estén la mayoría de les amigues de la casa. “La gracia del festi es que se sumen bandas que quizás tocan en lugares mas grandes como Chocolate Remix, Sasha Sathya, Sudor Marika o Lucy Patané, la dificultad es que hay que ajustar todo a un espacio mas chico y a una entrada mas barata. Quizás hay bandas que cortan una cierta cantidad de tickets y tocan por un cachet que acá es mas reducido” cuenta Barbi Recanati, música y productora del festival. “Yo siempre estuve en Dilda como artista y lo lindo de este Festival es poder visibilizar el ciclo que muchas veces pasa desapercibido dentro de la cantidad de cosas que suceden en la ciudad”.
Dilda sucede por la meticulosidad de la tarea, por abrir horizontes y por ambicionar transformaciones que se fundan en detalles y en la tenacidad de no dar nada por sentado, de hacer tripa corazón cuando la autogestión es el modo cotidiano que muchas veces no encastra con las dinámicas de una agenda cultural normada por coordendas de venta y marketing, y sin embargo se elige y funciona. El despliegue estaá hecho, la propuesta sobre la mesa y este fin de semana se puede degustar algo del mundo Dilda hecho para paladares hambrientos de un under diferente.