Bartleby el escribiente es un relato de Herman Melville cuya trama aborda el caso de un amanuense que, tras un tiempo de fructífero rendimiento, comienza a responder los encargos del abogado que lo contrató con la sencilla frase: “Preferiría no hacerlo”. La imperturbable actitud del empleado –primero en llegar y último en retirarse- deja perplejo a su jefe: “Había algo en Bartleby que no sólo me desarmaba de forma extraña, sino que, sorprendentemente, me conmovía y desconcertaba”[1] - dice, tras fracasar en obtener alguna explicación de tan insólito comportamiento. Un domingo el hombre de leyes pasa por la oficina a buscar unos papeles y descubre que Bartleby se había instalado allí para vivir de manera miserable. Tras idas y venidas intenta despedirlo, le ofrece ayuda y dinero, pero sin éxito alguno. Para ese entonces Bartleby había dejado de escribir, -prefería no-, al tiempo que el resto de los empleados en la oficina comenzaban a hablar de manera similar al reticente amanuense. Finalmente, la incomodidad se torna insoportable por lo que el abogado decide abandonar la oficina con la excusa de buscar un barrio de mayor jerarquía.
Al comentar la frase en inglés (I would prefer not to), Gilles Deleuze observa que “su terminación abrupta, not to, que deja indeterminado lo que rechaza, le confiere un carácter radical, una especie de función-límite”[2] . Agrega que la fórmula “excluye cualquier alternativa, y engulle lo que pretende conservar tanto como descarta cualquier otra cosa; implica que Bartleby deja de copiar, es decir de reproducir palabras; excava una zona de indeterminación que hace que las palabras ya no se distingan, hace el vacío en el lenguaje”[3] . Se hace tentador considerar que preferiría no se acerca al carácter autista de la letra, ese incurable constitutivo a partir del cual se organiza la subjetividad y cuya condición de objeto genera la división propia del neurótico, en este caso representada por la indeterminación del abogado, impotente para acceder al acto y así desembarazarse del amanuense. En cierta forma, la cadena significante de todo ser hablante no cesa de repetir bajo el manto de la represión esa fórmula que, por albergar la singularidad, resulta inasimilable a la comunicación: preferiría no. Por algo, dice Lacan: “El inconsciente, es que en suma uno habla — si es que hay hablaser (parlêtre) — solo. Uno habla sólo porque uno no dice jamás sino una sola y misma cosa — salvo si uno se abre a dialogar con un psicoanalista. No hay medio de hacer otra cosa que recibir de un psicoanalista lo que molesta su defensa”[4] . En fin, desde luego, preferiría no continuar.
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1Herman Melville, “Bartleby, El escribiente”, Argentina, Biblioteca Página12, Ediciones Cátedra, p. 37.
2Gilles Deleuze, “Bartleby o la fórmula” en Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama, 1996, pp. 98 y99.
3Gilles Deleuze, op. cit. p. 105.
4Jacques Lacan, El Seminario: Libro 24, “Lo no sabido que sabe de la Una equivocación se ampara en la morra”, clase del 11 de enero de 1977. Inédito.