En distintos momentos de la hora y quince minutos que dura Línea 137, a la pregunta por la violencia las víctimas la niegan o minimizan, como si el efecto hiciera que los golpes dolieran menos. “Es la primera vez que se puso violento” dice una mujer mayor de su hijo y al minuto aclara que alguna vez le rompió toda la casa. “El amor es ciego, por eso yo no quise creer” dice una chica golpeada con su bebé en brazos en una visita higiénica a su pareja presa. “A mí mi padrastro me respeta bastante, en mi casa no jode” dice el hijo de una mujer violentada y cuando la operadora le retruca “sí, porque son hombres” se anima a decir, sin pensar, “obvio”. Muchas cosas quedan en evidencia del engranaje de la violencia machista en este documental dirigido por Lucía Vassallo, con guión e investigación de Marta Dillon. Muchas que se dicen y muchas que se niegan, se naturalizan o se deforman para no ver lo que duele, lo que rompe, lo que mata.
Desde el año 2006, el Programa Las víctimas contra Las Violencias, que creó y coordina la referente Eva Giberti, psicóloga, psicoanalista y asistente social (quien además aparece en una escena del documental), atendió 200 mil llamados que denunciaron algún tipo de abuso familiar y/o sexual. Vassallo, que se contactó con Dillon por otro proyecto, encontró en esta investigación el aporte que quería hacer desde su profesión, el cine. “En el momento en que Marta me ofreció ser la directora del film que ella imaginó, yo no conocía tanto la línea pero me fui interiorizando. Lo quise hacer porque en esos años estuve muy interpelada por el femicidio de Lola Chomnalez, lo tenía muy a flor de piel, y cada vez más empezábamos en diferentes grupos a hablar sobre feminismo. Fue el año de la primera marcha de Ni Una Menos, yo sentía que se estaba empezando a gestar todo un movimiento donde yo tenía ganas de participar y de luchar desde mis herramientas” explica Vassallo, quien además dirigió La cárcel del fin del mundo, sobre la cárcel de Ushuaia y está post produciendo el largometraje de ficción Cadáver exquisito. “La violencia es un tema que me interesa mucho” dice, pero el proceso no fue fácil. Aunque el dinero para hacerlo fue rápidamente reunido y llegó el apoyo del Incaa, Vassallo estuvo muchos meses en la sala de edición y dos meses montándolo. El rodaje, cuenta, fue muy complicado, pasó decenas de noches yendo a las guardias y compartió mucho tiempo recibiendo llamados con lxs operadores y escuchando y mirando lo que ocurría hasta que seleccionó a las personas que podían estar delante de cámara. Adrián Stefanelli, Liliana Parlatto, Marcela Gómez y Macarena Toribio son quienes ponen el cuerpo, la voz y el cerebro en funcionamiento para resolver cada caso, que, como deja en evidencia la película, siempre ondula entre la fragilidad y el fracaso. Porque, se sabe, nada termina con la intervención del Programa pero gracias a que el Programa existe, hay personas que se atreven a denunciar o a nombrar en voz alta que son violentadas. El disciplinamiento es transversal a todas las clase socio económicas, tanto como los golpes, los insultos y la manipulación psicológica pero es cierto que la vulnerabilidad económica, la condición migrante y la exclusión social empeora todos los panoramas. Todos los estereotipos se despliegan pero es la textura de lo doméstico lo que se pone de manifiesto, y ahí es donde es tan complicado desarmar las tramas, donde hay hijxs, dependencia económica, y sobre todo, ese ideal tóxico que llamamos “amor romántico”. Por eso el segundo plano del documental, mientras se escuchan los relatos que no pueden tener rostro porque las identidades se protegen, cuenta tanto como los testimonios: un oso de peluche, los mates y bizcochitos que corren entre los operadores o un televisor puesto en el programa de Tinelli.
“Me dijo vos tenés que ser una leona” cuenta una mujer que le reprochaba su pareja mientras la violentaba. Y en el medio del reclamo siempre insatisfecho de los que violentan y los llantos de lxs denunciantes, sus temblores y furias, están la policía, los operadores de justicia, las guardias de hospital, las órdenes de restricción y los botones antipánico, que nadie termina de saber si darán resultado pero son la respuesta posible en tantos casos. Lxs trabajadores que ponen el cuerpo no se cansan de explicar la diferencia entre denuncias civiles y penales (muchas víctimas viven aterradas por las consecuencias de denunciar), enseñan a identificar los distintos tipos de violencia y, sobre todo, habilitan la palabra de quien se anima a hablar. “Tu relato es la prueba más contundente” dice una trabajadora social de la línea.
“Estuve algunos meses filmando antes de empezar el rodaje de la película, y cuando arrancó éramos tres personas, una chica de producción, una de sonido y yo como directora y camarógrafa. Siempre fue muy complejo. Tuve insomnio los primeros meses de rodaje, cistitis, muchos nervios, y pasé situaciones peligrosas como pasan lxs operadores de la línea, donde te piden que te pongan chalecos antibalas, vas a allanamientos a cualquier hora y te exponés en todo sentido. El solo hecho de estar al lado de las víctimas y escuchar sus relatos a mí me afectó mucho” dice Vassallo, y asegura que filmar entre Buenos Aires y Chaco fue doblemente complejo. “Cuando más o menos me adapté y terminé la etapa de Buenos Aires, viajé a Resistencia y me encontré con una realidad mucho más compleja todavía que la de Capital y fue de nuevo superar el miedo, superar las ganas que yo tenía de meterme en las situaciones y tratar de ayudar. Fue un rodaje al que le puse mucho el cuerpo y se hizo a lo largo de todo un año”.
La línea 137 funciona solamente en cinco ciudades del país por una cuestión de costos y de falta de voluntad política para hacerla federal. La diferencia entre la 137 y la 144 es que la 144 solamente atiende llamados telefónicos, la 137 desplaza los móviles que son los que acompañan a las víctimas en todo el proceso de denuncia. Eso cuesta muy caro y el Estado no solo no lo promociona sino que lo va cerrando cada vez más. Todo este programa que empezó en la gestión de Néstor Kirchner fue sufriendo cambios y aprietes: antes estaban divididos, había gente que atendía el teléfono y otros que salían en los móviles, pero hace unos años empezaron a juntar estas funciones y eso hizo que muchas personas renuncien y otras tengan cada vez más cargas horarias y peores condiciones de trabajo. “En Chaco si alguien llama del Impenetrable no se puede ir porque el auto no llega, y la gente que llama lo hace muchas veces desde esos lugares, zonas que no están donde la línea trabaja” explica Vassallo. Las dificultades son muchas y en el documental se van desgranando con angustia y pocos momentos de alivio de la tensión.
Para Dillon, el desafío de hacer esta investigación nace de la complejidad para narrar los femicidios y para contar en general la violencia machista. “Siempre tenemos este problema de que se cuenta del lado de las víctimas. Para mí contarlo desde las operadoras y sin que se vean las víctimas podía generar otro efecto que es el de la no política, aún cuando cada empleada pone todo de sí entra en una burocracia de la violencia en la que me parece que lo más fuerte es aquella mujer que dice, al final de la película, “si no hacen nada lo voy a hacer yo”. La idea era contar la quemazón o el modo en que sobrellevan quienes escuchan todo el día historias de violencia y que tienen que poner el cuerpo ahí. Todo esto está pasando mientras la sociedad sigue su ritmo habitual y detrás de la cifra de un femicidio por día hay miles de llamados que se reciben en las líneas”.
Línea 137 se estrena el 9 de diciembre en La Habana, en el marco del Festival “Mujeres ante la cámara”, entre decenas de documentales de agenda feminista. En Argentina se va a estrenar el 8 de marzo acompañando el Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Trans y Travestis.