"Cuando ladra la moral en modal inquisición / me corresponde cantar a la libertad, a la libertad": los versos que Andrés Calamaro escribió en "My mafia", una de las canciones del reciente Cargar la suerte, son para el ex Abuelos de la Nada una declaración de principios. En esa oda a la amistad con antiguos ladrones, el cantante planta bandera sobre cómo se relaciona con algunas personas sin pruritos ni preocupación por el "qué dirán". Eso mismo que en una canción son líneas inspiradas le ha traído en los últimos tiempos varias controversias y no pocos enojos (y "cancelaciones") cuando opinó públicamente sobre Lucas Carrasco o el cupo femenino en festivales, entre otros temas.
Ayer, en la mitad de su show sold out en el Movistar Arena, Calamaro se tomó un tiempo -y tres mates en medio- para hablar como si estuviera con el Twitter abierto. "Creo que uno puede sentarse a la misma mesa con gente de distintos partidos políticos o distintas religiones... y los ateos también", soltó, en medio de un discurso que fue desde su amor por las corridas de toros (otra controversia y van...) hasta una hilarante anécdota de un recital compartido con Manolo Tena en una cárcel española, en el que el fallecido cantautor agradeció a los presos por haber ido a verlo.
Pero si sus opiniones causan ruido mediático, hay un "ruido" que Andrés Calamaro sabe hacer como nadie, con personalidad y solidez. Es el viejo y querido rock, esa música que generó la cultura en la que se criaron tanto el ex Los Rodríguez como varias generaciones, y que todavía da algunos chispazos en un panorama dominado por los géneros urbanos y la supremacía del algoritmo. En la lista de canciones figuraba una de guitarra distorsionada al frente para abrir el concierto, pero el cantante eligió arrancar con un inesperado y conmovedor salto al pasado: "Vietnam", joya breve de Nadie sale vivo de aquí, le dio paso a "Alta suciedad". Y entonces el "ruido" ya estuvo en marcha.
La "excusa" del show, explicó Calamaro en un momento, era la presentación de Cargar la suerte, por eso sonó enseguida el corte "Verdades afiladas" y más tarde, mezcladas entre un "grandes éxitos" (al que habría que cambiarle el "grandes" por "enormes"), "Tránsito lento", "Cuarteles de invierno", "Diego Armando canciones", "Falso LV" y la mencionada "My mafia". Algunos titubeos vocales en el comienzo quedaron atrás rápidamente y el Salmón ofreció una performance notable, con picos en "All You Need Is Pop" (con un registro grave a la Iggy Pop '86 que le sienta bárbaro), "Crímenes perfectos" y "Estadio Azteca".
Como se trataba del último show de la gira, Calamaro le agradeció a todos los que participaron. Cuando lo hizo con el encargado de las visuales, dijo que con esas imágenes y las letras de las canciones no hacía falta que él hablara, porque todo estaba ahí. Y era verdad, porque por ellas desfilaron desde imágenes del primer peronismo hasta armas de guerra, videoclips con Robin Hoods de barrio marginal y jueguitos de Maradona, toros, archivo del propio Andrés y rostros de esos amigos a los que quiere pedirle que vuelvan en "Los chicos": a las fotos usuales de Miguel Abuelo, Gustavo Cerati, Pappo, Luis Alberto Spinetta y Osvaldo Pugliese, entre otros, ahora le agregó las de Juan Gabriel y Cacho Castaña.
Pero Calamaro sí habló. Para agradecer una y mil veces por una gira a la que calificó como "la mejor" de su carrera. Para desearle feliz cumpleaños "por unanimidad" a Hebe de Bonafini y prometerle a Pity Álvarez una visita en la cárcel, por ejemplo. O para hacer un balance sus 41 años de escenarios, desde aquel debut con Raíces hasta las 15 mil personas del Movistar Arena. "Pavimentamos el camino para que los siguientes músicos lo hagan con el culo sano", disparó.
Ese logro, que no es menor, tuvo que ver sobre todo con las canciones. Canciones como "Me arde", "Loco", "El salmón", "Cuando no estás", la monumental "Los aviones" o las elegidas para los bises: "Milonga del marinero y el capitán", "Sin documentos", "Paloma" y "Flaca". Con una base sólida construida por Mariano Domínguez (bajo) y Martín Bruhn (batería), la inspiración de Germán Wiedemer (teclados) y -sobre todo- Julián Kanevsky (guitarras) le dio aire a Calamaro para aflojar las métricas, intentar y triunfar con sus proverbiales jugueteos vocales, y mostrar su categoría como intérprete al pegarle fragmentos de "Smells Like Teen Spirit" (Nirvana) y "De música ligera" (Soda Stereo) al final de "Los chicos".
Esas canciones que Calamaro desparramó durante cuatro décadas lo llevaron a convertirse en un clásico del rock en lengua española a ambos lados del Atlántico. Y en un contexto en el que varios de los valores del género han entrado en conflicto -algunos muy justificadamente-, el Salmón vuelve a nadar contra la corriente, a escupir sus verdades afiladas le guste a quien le guste y a asegurarse el futuro por persistencia de melodía.