“Esta chica puede ser campeona”, les decía el profesor de tenis a los padres de Marcela Losardo cuando era pequeña. Por eso, hubo un tiempo en que ella dudó mucho si dedicarse a ese deporte no era acaso su verdadero destino. Eligió la secundaria en el Lenguas Vivas pensando, precisamente, que necesitaba un colegio de medio turno para poder entrenar. Antes había cursado la primaria en una escuela inglesa de doble jornada. De adolescente, se preparó y compitió profesionalmente hasta que un día optó por el camino académico, se puso a estudiar Derecho en la Universidad de Buenos Aires y archivó la raqueta. Recién después de diez años encontró el modo de volver al deporte y juntar todas sus pasiones. Ahora incluso la amistad que forjó en la facultad con Alberto Fernández le ofrece un ingrediente que completa el mapa de su vida: Losardo, una de las personas de máxima confianza del próximo Presidente, será ministra de Justicia dentro del gabinete . Cada tanto repite la frase de su viejo profe de tenis, para darse fuerza en cualquier cancha donde le toque jugar.
Mientras estudiaban, en los años de la última dictadura, Losardo y Fernández compartían grupo de amigos en la facultad. Se conocieron, en rigor, a través de la entonces pareja del presidente electo, Marcela Luchetti, madre de su hijo. De la barra también formaba parte Claudio Moroni, ahora futuro ministro de Trabajo. Jorge Argüello, el ex embajador argentino en Naciones Unidas, era del mismo núcleo, así como el actual marido de Losardo, Fernando Mitjans, escribano y presidente del Tribunal de Disciplina de la AFA, nexo con el club Boca Juniors. Con Mitjans tiene una hija de 25 años, Clara, que se recibió de abogada con diploma de honor, entregado por el próximo presidente.
Su experiencia
La futura ministra tuvo su primer trabajo vinculado al mundo del Derecho como meritoria no rentada en un juzgado civil. Ya entonces entendió la lógica del poder de “la familia judicial”: como ella no tenía parientes en el Poder Judicial, no conseguía que le dieran un nombramiento y veía ascender mágicamente a otros y otras con algún apellido conocido en ese mundo. Para ganar unos pesos probó dar clases de inglés por la tarde en el colegio Champagnat.
Desde que se graduaron, Losardo --volcada al derecho civil-- y Fernández --especialista en derecho penal-- trabajaron juntos. Pusieron un estudio jurídico compartido pero en cada incursión que él tuvo en la función pública, siempre hubo un lugar para ella. Igual que para la mayoría de los amigos de la facultad: cuando Fernández fue superintendente de Seguros durante el menemismo y también cuando gerenció el Banco Provincia con el duhaldismo.
En sus tiempos de legislador porteño ella fue designada en una comisión de legislación. En 2003, Alberto asumió la jefatura de gabinete y Losardo fue su jefa de asesores; en 2005 la nombró secretaria de Justicia. El ministro de Justicia era entonces Alberto Iribarne. En 2006 fue la representante del Poder Ejecutivo en el Consejo de la Magistratura. Cuando el ministro del área pasó a ser Aníbal Fernández, ella continuó un tiempo. Dejó la función en 2009, en medio de versiones desmentidas de pelea con el entonces titular de la cartera, y volvió al estudio de Callao y Posadas, donde su socio ya había regresado tiempo antes. Con Alberto, suele contar a quienes le preguntan, jamás tuvo una pelea importante. Apenas puede distanciarlos por un instante el fútbol: ella es de Boca, Fernández de Argentinos Juniors.
Losardo fue ayudante de Cátedra de la jueza de la Corte Suprema Elena Highton de Nolasco en Derechos Reales, y conservan un vínculo afectivo y cercano de muchos años. De hecho se le atribuye injerencia en su designación en el máximo tribunal, aunque Alberto tenía amistad con ella y –como jefe de gabinete– le ofreció postularla para el cargo.
Quienes trabajaron con Losardo le reconocen gran habilidad para las relaciones públicas, lo recuerdan más que su actividad como jurista. Siempre evitó tener alto perfil, algo que se le hará difícil ahora, y más aún teniendo en cuenta la centralidad que tienen los asuntos judiciales en la agenda política. Rubia, esbelta, elegante y con mucha presencia, la próxima ministra empezó hace rato a desplegar su arte sociable en la arena judicial.
Ya a comienzos de este año se la vio en el acto de apertura del año en la Corte, moviéndose a sus anchas por el cuarto piso del Palacio de Justicia y, de a ratos, haciendo rancho aparte con Elenita Nolasco, la hija de la jueza suprema que tiene a cargo una secretaría especial creada a su medida. Su inminente designación fue celebrada ahora también el despacho de Ricardo Lorenzetti, quien apuesta a recuperar interlocutores en el poder.
Todo hace suponer que Losardo es, en general, buena para el diálogo. También asistió a la asunción del juez Sergio Torres en la Suprema Corte bonaerense, después de dejar su juzgado en Comodoro Py. Y estuvo en la jura de Juan Bautista Mahiques –uno de los estrategas de la ofensiva macrista contra jueces y juezas de poco agrado del Gobierno que se va–, que pasó de ser secretario de Justicia al cargo de fiscal general de la Ciudad de Buenos Aires.
El tenis sigue siendo parte clave de la vida de Losardo. Juega en el Club Belgrano Social de Barrancas y el Mayling Club de Campo de Pilar. “Juego como veterana”, a veces acota. El Mayling, cuentan en tribunales, también ha sido escenario de reuniones suyas con jueces con los que ya intenta tender puentes antes de asumir. Allí también es vecina, entre otros, del empresario Daniel Hadad, a través de quien consiguió darse otro gusto igualmente útil para su tarea: tener un ciclo de entrevistas en Infobae, donde les hace preguntas a personajes de la “justicia”, llamado “Justicia Abierta”. Sus últimos entrevistados fueron los jueces Ricardo Basílico, Patricio Manariello, María Florencia Budiño, Fernando Lima, Luis María Cabral. También pasaron por el programa Juan Manuel Culotta, cercano al macrismo, y Ricardo Recondo, radical antikirchnerista furibundo. Ese espacio, todo indica, podría ser un pequeño muestrario de su ductilidad en el plano de las relaciones con jueces y juezas, que será determinante si el nuevo gobierno decide avanzar una reforma de fondo sobre el sistema de justicia.
Los desafíos en el Ministerio de Justicia
Entre los grandes desafíos deberá decidir si avanza: en un cambio de esquema judicial donde se diluya el poder de los jueces federales porteños; en determinar qué hacer para evitar las operaciones y la injerencia de sectores de inteligencia en los tribunales; en la implementación completa de la reforma procesal aprobada en 2015 que Mauricio Macri frenó, que instala un sistema acusatorio, más rápido y con protagonismo de los fiscales; qué pasa con el régimen de protección de arrepentidos (que Mauricio Macri reformó por DNU para evitar que el nuevo gobierno lo controle); el destino de la Oficina Anticorrupción; el funcionamiento del Consejo de la Magistratura; la oficina de escuchas, ¿quedará en la Corte Suprema?
En una de sus pocas expresiones públicas, la inminente funcionaria dijo en el programa de radio Gente de Derecho: “No podemos dejar de mirar el informe de la ONU sobre la Justicia Argentina, es el resumen de muchas cosas que ocurrieron. Estoy segura que vamos a encontrar una camino para que la justicia sea independiente, que sirva y que fortalezca las instituciones. Es el único poder que pone el equilibrio en los otros. Ahí no podemos fallar”.