Daniel Arroyo estará a cargo del ministerio Desarrollo Social, un área que tiene los números comprados para ser el centro de no pocas tensiones. En el país de “mecha corta” que deja la gestión de Cambiemos hay 300 mil argentinos sin trabajo y un índice de pobreza del 40 por ciento. Pero además hay una circunstancia inédita: nunca hubo tanta militancia dispuesta a trabajar con el Estado en la construcción de políticas públicas como en este momento. Si en 2003, cuando asumió Néstor Kichner, las organizaciones sociales sentían recelo, desconfianza o directamente rechazo hacia el Estado, ahora lo que hay es expectativa, el convencimiento de que este es un momento de avanzar, de pasar a la gestión. Es imposible prever cómo puede decantar esa combinación de elementos, aunque su centralidad es evidente. No por casualidad Arroyo fue el primer integrante del gabinete nacional en ser confirmado. Veinte días antes de la elección presidencial, a principios de octubre, presentó junto a Alberto Fernández el Plan Argentina contra el Hambre, que será uno de los ejes del futuro gobierno.
Viceministro de Desarrollo Social en el gobierno de Néstor Kirchner de 2003 a 2007 y ministro de Desarrollo Social bonaerense con Daniel Scioli, el presidente electo lo describió como “el que más conoce el tema” social . De su gestión con Alicia Kirchner, que transcurrió como ahora luego de un violento ciclo de empobrecimiento, ha dicho que le quedó una asignatura pendiente: la creación de una tarjeta alimentaria, que será una de las medidas iniciales de su gestión. La tarjeta para comprar alimentos, en articulación con otras políticas -como la apertura de mercados alternativos de abastecimiento- y la generación de trabajo desde el Estado -mediante la creación e impulso a cooperativas de la construcción que mejoren el acceso al agua potable en villas y asentamientos- es uno de los procesos a los que apuesta para revertir el avance de la pobreza, que en esta crisis combina la escasez de ingresos de las familias con la alta inflación en el precio de la comida.
En este camino -y este es un propósito declarado por Arroyo- su gestión buscará dar impulso a la economía popular, ese mundo de comedores, redes de cuidado, cooperativas, recuperadas, textiles, pequeños productores de alimentos y comercializadoras alternativas surgidas desde los excluidos del trabajo.
Arroyo cree que los planes sociales, entendidos como medida de contención, deben combinarse con políticas que fortalezcan a ese sector como generador de empleo. Su lectura sobre la historia de las políticas de asistencia en la Argentina sigue el siguiente camino: Raúl Alfonsín creó las Cajas PAN, que llegaron a 500 mil personas; Carlos Menem las suplantó por políticas focalizadas, ligadas a la teoría del derrame, que aún así ampliaron la cantidad de asistidos. Fernando De la Rúa tercerizó las políticas sociales, pero también las extendió. Eduardo Duhalde asumió con un 57 por ciento de pobreza y creó el programa Jefes y Jefas de Hogar: de 200 mil planes se pasó a dos millones doscientos mil. Cristina Kirchner incorporó la articulación entre lo social y lo político y universalizó su cobertura, con la Asignación Universal por Hijo. Cuando terminó su mandato recibían la AUH 8 millones de personas. Mauricio Macri amplió esta asignación a los monotributistas, con lo que quedaron 9 millones cubiertos. “Esto indica”, ha marcado, “que el problema no es la política social, sino la estructura económica de la Argentina”.
Su propuesta está en sintonía con la de los movimientos sociales. Arroyo también viene hablando del acceso al crédito para los sectores populares y de la capacitación de los jóvenes.
El designado ministro de Desarrollo Social tiene 53 años. Nació en Castelar, en una familia de clase media: su madre era directora de escuela y su padre trabajaba en informática. Hizo la escuela primaria en el colegio parroquial Don Bosco. Fanático del Ciclón, de chico jugaba en la Primera D de Luz y Fuerza, su club de barrio.
Conoció a su mujer, la odontóloga Alejandra Folco, en el grupo parroquial de la iglesia. Con ella tienen dos hijos, ya crecidos. La hija mayor se recibió de psicóloga y el más chico está estudiando para ser actuario.
Arroyo cursó el secundario en una industrial de Hurlingham, de donde egresó como maestro mayor de obra. Su primer trabajo fue de albañil, con un tío, y su primer sueldo formal como empleado de una compañía de Seguros. Hizo la carrera de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires, y luego un postgrado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Aunque para la mayoría es conocido por su perfil técnico, su historia muestra que nunca se bajó de la carrera política. En 2011 fue candidato a intendente de Vicente López, la localidad donde vive. En 2015, candidato a vicegobernador bonaerense como compañero de fórmula de Felipe Solá, con Sergio Massa como candidato a presidente. En 2017 fue electo diputado por el Frente 1País. Al año siguiente, con la ruptura del bloque del Frente Renovador en el Congreso, conformó el bloque Red x Argentina junto a Solá, Victoria Donda y Leonardo Grosso. En 2018 fue uno de los aspirantes a convertirse en candidato a gobernador bonaerense, lugar del que se bajó con la construcción de la unidad del peronismo, que lo llevaría a integrar el gabinete del gobierno de Fernández-Fernández.
En el Congreso fue uno de los principales impulsores de la Emergencia Alimentaria, ley que dispuso la reasignación de partidas para destinar este año 40 mil millones de pesos a los comedores populares y escolares. Si bien es católico, y tiene una relación fluida con la Pastoral Social de la iglesia y Cáritas, en el debate sobre la ILE apoyó la legalización del aborto.
No hay movimiento social que no haya pasado por su despacho. Los referentes de las organizaciones cuentan que recibe personalmente a todos los que le piden audiencia. “Te recibe directamente. Cuando fuimos a hablar con él, antes de nosotros había atendido a otra gente, y antes a otra y una de esa gente que atendió era de una sociedad de fomento. Tiene una agenda que no se termina nunca. Nos reprogramaron varias veces las reuniones, pero te atiende él”, contó una referente de una organización social que no se podría describir como de las más grandes.
En los últimos seis meses bajó 12 kilos. Camina 45 minutos todos los días. Dice que se lo propuso como objetivo del año, como una manera de prepararse físicamente para lo que el 2020 traiga.