Desde Londres
El consenso de encuestas, académicos, politólogos y “opinators” de derecha, izquierda y centro es amplio, desde ya no infalible: en las elecciones del jueves solo hay dos resultados posibles. En el primero, el conservador Boris Johnson saca una amplia mayoría parlamentaria que le permite concretar la salida de la Unión Europea (UE) el 31 de enero. En el segundo, consigue una primera minoría y queda a merced de una posible coalición entre laboristas, nacionalistas escoceses, autonomistas galeses, liberal demócratas y verdes en base a la posibilidad de un nuevo referendo sobre Europa.
Nadie se atreve a negar de cuajo ese espectacular cisne negro que sería un gobierno con mayoría del laborismo de Jeremy Corbyn, pero a nivel de encuesta nacional, Johnson comenzó la campaña con una ventaja de 20 puntos sobre Corbyn. A cinco días de los comicios esta ventaja parece haberse estabilizado en 10 puntos, casi imposibles de revertir.
Johnson ha logrado unificar al grueso de las tropas conservadoras y ha llevado adelante una campaña basada en la salida de la Unión Europea como solución a todos los problemas. Con un mensaje elemental (un "let´s get Brexit done" repetido hasta el hartazgo), busca garantizarse ese 52% de votantes que se manifestó a favor del Brexit en el referendo de 2016. La decisión de Nigel Farage, líder del Brexit Party, de apoyar a Johnson en las circunscripciones electorales en las que podían dividir el voto y facilitar el triunfo de un anti-Brexit, favoreció esta táctica.
El talón de Aquiles del primer ministro es su falta de credibilidad. Johnson tiene una reputación de mentiroso serial. En su historial figura la invención de citas y distorsión de noticias cuando era periodista, la suspensión de su propio partido cuando fue diputado por mentir públicamente, sus giros de 180 grados como Canciller de Theresa May. Ni siquiera la clásica alusión familiar de campaña le funciona: la semana pasada se negó a responder cuántos hijos tenía. Tiene la suerte que la mayoría de los británicos piensa que Jeremy Corbyn no da la talla de primer ministro: un importante porcentaje lo considera incompetente, débil y/o extremista.
En campaña el primer ministro ha prometido que él es el único que va a “get Brexit done” a condición de que obtenga la mayoría parlamentaria que necesita. Mentira. Johnson logró un acuerdo de “divorcio” de la relación con el bloque europeo que contiene una transición hasta diciembre de 2020 durante la cual el Reino Unido permanecerá en el interior de la UE, pero sin voz ni voto. En este período las dos partes deberían negociar el tipo de relación posterior al “divorcio”, proceso que, en promedio, tarda siete años. Johnson y sus ministros insisten que tendrán el acuerdo listo para mediados del año próximo (fecha límite para solicitar una extensión de las negociaciones), pero en este mensaje monocorde han comenzado a aparecer grietas: el ministro de finanzas Sajid Javid tuvo que admitir esta semana la posibilidad de salir de la UE sin acuerdo.
En este caso, la relación del Reino Unido con la UE que representa la mitad de sus intercambios comerciales con el mundo se regirá por las reglas de la Organización Mundial del Comercio, con aranceles de hasta 15 por ciento para alimentos y partes de automóviles, por ejemplo. No habrá “Brexit done”, esa ilusión de borrón y cuenta nueva que elimine el cuco europeo. Con o sin tratado de libre comercio, la relación con la Unión Europea seguirá dominando la agenda británica a nivel doméstico e internacional.
El segundo resultado de estas elecciones ofrece una vía alternativa. Corbyn tiene una intensa popularidad entre jóvenes menores de 35 años, sindicalistas y trabajadores, la izquierda laborista y grupos históricamente leales al partido. Su ambicioso plataforma electoral coincide con los deseos de una mayoría de británicos en muchos rubros: nacionalización de ferrocarriles, electricidad, gas y agua, masivo programa de vivienda, rechazo a rajatabla de la privatización del Servicio Nacional de Salud, aumento de jubilaciones y salario mínimo. Su performance durante la campaña ha ayudado: la de Johnson ha sido tan pobre que el equipo conservador se negó a una entrevista con Andrew Neil, el periodista más temido de la BBC.
La propuesta laborista de renegociar el acuerdo con la UE y después someterlo a referendo ofreciéndole al electorado la opción de seguir siendo parte del bloque europeo, debería conseguir el apoyo de los nacionalistas escoceses, los liberal-demócratas, los verdes y autonomistas galeses. La formación de una alianza no será fácil. La líder de los liberal-demóctatas, Jo Swindon, que tuvo una muy pobre campaña, ha dicho que “jamás podría apoyar un gobierno de Corbyn”. Los analistas calculan que, llegado el momento, no le va a quedar más remedio que hacerlo.
¿Cuáles son las chances de revertir este consolidado 10 por ciento de déficit en las encuestas? Imposible de decir porque el porcentaje mismo puede ser un error. Las encuestas en el Reino Unido no son una excepción a su desprestigio en el mundo: nadie previó el referendo por el Brexit o los resultados de la elección de 2017. En el caso británico, la complejidad del sistema electoral británico ha contribuido a opacar la bola de cristal.
Más que una elección nacional, el Reino Unido tendrá el 12 de diciembre, 650 elecciones locales para decidir el representante en el parlamento de cada zona según un sistema no proporcional al porcentaje de votos, llamado first past the post (el que gana en cada zona se alza con el escaño parlamentario, el que pierde, aunque sea por un voto, se queda sin nada). Los conservadores tienen 317 escaños. En más de 100 la diferencia en las elecciones pasadas fue de menos de cinco mil votos. Cada zona es un mundo en el que se intersectan idiosincracias locales con temas de orden nacional, en especial el Brexit y el estatal Servicio Nacional de Salud (NHS)
Los conservadores tienen en la mira decenas de zonas en el norte del país, históricamente laboristas, pero que votaron a favor del Brexit. Los liberal-demócratas apuntan al afluente sudeste inglés, normalmente conservador, pero que votó masivamente a favor de la UE. Grupos de diferentes partidos y apartidistas fomentan el voto táctico y útil con la consigna “anyone but Boris”. Ni el escaño que tiene que defender Boris Johnson para poder ser primer ministro está a salvo. Su mayoría es de cinco mil votos y activistas liberal-demócratas están alentando a votar al candidato laborista de esta zona del noroeste de Londres, Uxbridge and South Ruislip.
Imposible prever cuántos abandonarán en cada zona la lealtad histórica partidaria debido al Brexit o a la amenaza de desintegración del NHS visualizada más que nunca esta semana con la visita del gran aliado de Johnson, Donald Trump. A Johnson lo favorece el repliegue del Brexit Party, pero ¿conseguirá retener Richmond, donde tiene una mayoría de 45 votos y el electorado es abrumadoramente pro-europeo? ¿Lo ayudará que Corbyn pierda escaños en la llamada “red Wall” (muralla roja) del norte de Inglaterra?
La resolución de este tipo de dilemas será decisiva para el resultado de una elección a la que todos, incluso el parco The Economist, califican como la más importante en décadas.