Primero fue la difusión de una serie de videos, uno de los cuales promueve su balance junto a felicitaciones navideñas con las consabidas imágenes en las que aupa niños, abraza a su Barbie negrera (Juliana Awada), o lookea con Putin, Trump y Morales (la imagen de Evo es más breve); aunque ya, a esta altura, la más top para capturar glamour popular, la de su famoso bailoteo ye ye, hoy ya constituya un agravio al pueblo, como si bailara sobre el 40 por ciento de pobreza alcanzado bajo su dominio a la manera de un Zorba el griego perverso. Pero tal vez nosotres, talibanes de la verdad por contraste con su sistemática diarrea de mentiras triunfalista y afirmaciones de hechos no ocurridos –siempre será recordado como el autor de una hazaña económica: el “crecimiento invisible”– insistimos demasiado con cebarnos en sus confesiones inopinadas como cuando, a último momento, anunció que le habían pedido una cadena , clásico ritual popular para someterse a la suerte por la proliferación de unos mensajes con redacción para estampitas (en el fondo sabía que sólo le quedaba entregarse a la oración). O nos ensañamos cuando reconoce que “los resultados de las reformas económicas no llegaron a tiempo”, deschavándose, más allá de su candidatura, con su voluntad de ser reelegido una y otra vez, práctica que ha denunciado con severidad estudiada en los gobiernos populares. O, quizás, setentistas atravesados por las máximas del estructuralismo, no comprendamos que sus discursos constituyen una novedosa variante de autonomía textual, una auténtica insurgencia al totalitarismo del referente.
Plaza y sacrilegio
¿Se puede decir la nada? se preguntaba un crítico literario. Mauricio lo logró en el acto de esta vez: unos minutos de abstracciones sentimentales con la mano derecha en el corazón como un yanqui votando. Claro que no abandonó su habitual negación programática: Mientras en la plaza del Más juntos que nunca las declaraciones de odio a Cristina se atropellaban en los micrófonos de los movileros y una mujer hasta propuso matarla, mientras que otra la acusaba de haber enfermado a su hija Flor y el se dobadon todo florecía en versiones igualmente perezosas en sus formulaciones furiosas, él le adjudicaba a su auditorio el ser gente de paz y contraria a toda violencia: agradecía a las mujeres por sus movilizaciones a lo largo de los últimos años “por sus familias y sus futuros”, devolviendo a los feminismos que se le adelantaron varias veces en llenar la plaza, a una calificación pre política y ocultando bajo la palabra “familia” el activismo por la legalización del aborto.
Y ¡qué gorilaje de nuevo pelo! Porque en la Plaza de Mayo no estaban las descendientes políticas de una Unión Democrática que se oponía a Evita hasta rechazarle el sufragio, damas que iban desde la Victoria Ocampo que se declaraba “furiosamente aliada” y a quien le molestaban los uniformes salvo el de Mussolini, con quien se mostró condescendiente en un testimonio, a pesar de que el facho combinaba galones con plumas y tacos altos, a la Alicia Moreou de Justo que ya era feminista el año del nacimiento de Simone de Beauvoir y que me elogiaba en 1981 la belleza de los milicos (“son tan buenos mozos”) pero Perón era otra cosa. Ayer estaban las señoras mayores que tenían que optar entre los remedios y llenar el changuito pero que se encrespaban de furia porque ahora su sacrificio sería sacrificio nomás y no lo que imaginaban como una gesta, como cuando Fidel pedía alcanzar determinadas cifras en las zafras. ¡Qué locura!: parecían la “Fita” de las ficciones reales, esa bocona reaccionaria que desgranaba por Televisión Abierta una derecha de monedero y llamada al comando radio eléctrico ante la visión de cualquier piel oscura que no correspondiera a mano de obra conocida. Había señores que enunciaban una Libertad en abstracto sin su huella histórica de privilegio. Y no faltaron las banderas argentinas con que se suele pretender que el adversario no pertenece a la Patria, ni el agite de la palabra “corrupción” que es la herramienta extorsiva de los que practican desde el poder una desigualdad criminal que se vende como ascenso de clase por exclusión de los desposeídos. Pero no hacía falta que Mauri hablara: se jugó al sacrilegio simbólico –el balcón, la camisa remangada , el dejarse llevar en andas (que entre paréntesis pareció darle bastante cagazo) – cometiendo un acto de apropiación y de amenaza bajo el control remoto de sus secuaces en Chile, Uruguay, Brasil y Bolivia. Y, por supuesto, un exabrupto (¡cómo iba a faltar! ) : en lugar de aquel célebre “miren que si me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño”, un casi tronante “¡Los amo, los amo con locura!”.
Cerrá el orto
El filósofo Paul Preciado ha hecho la reivindicación política del ano, ese órgano asociado a los placeres prohibidos, cuando no a un ethos cloacal al que la educación enseñará a llevar límpio y cerrado salvo para la función llamada “natural”. El ano no daría ganancia alguna, no emprendería nada (sólo se desprende de ) por tanto no se queda con plusvalía, no expele como la vagina productos para la asignación compulsiva en género masculino o femenino, puede cazar para su placer pero siempre deja salir a su “presa” libre de retirase a su vez, a la soledad de su propio placer saciado y al gire en su renovada búsqueda. El “cerrá el orto” actual no es un imperativo homofóbico sino una invitación a callarse a las bocas que se consideran de cloaca , emisiones orales de las cartas de lectores de La Nación o de los comentarios que salen ubicados bajo ciertas notas como divertículos inflamados de odio.
Un hit de Facebook fue, durante esta semana, el relato de una hermosa fábula popular: Transcurre en el colectivo 26 . Quien postea, en género femenino, cuenta la subida de un pibe que no tiene plata para el boleto y entonces le presta la Sube. “Un pibe visiblemente humilde, medio fierita, que se pone a explicar que tenía cáncer y este gato mafioso le cortó los remedios, y que está contando los días para que llegue Alberto y le repongan los remedios que estuvo consiguiendo a cuentagotas porque el tratamiento se fue al carajo con su salud a cuestas, notoriamente deteriorada”. Murmullos de temor y, por que no, de asco que otra pasajera sintetiza: “Ya están festejando los vagos que vuelve la faraona de Tolosa y los va a mantener a todos con nuestros impuestos. Qué país” Entonces la posteadora relata sus quinces minutos de fama (colectivero ) que consistió en este intercambio:
– Cerrá el orto vieja pelotuda, que vos no mantenés a nadie piojo aspiracional. (…)
– ¡Ay por dios! La que nos espera con esta gentuza.
– Hacés bien en preocuparte. Te espera una cerrada de orto por cuadra. Estamos hartos de viejas tilingas, ignorantes, prepotentes y racistas como ud que votan al contrabandista evasor que vive de vacaciones y hablan de vagos y mantenidos. Cerrá tu puto orto desclasado de una vez.
No será la retórica de Cristina Fernández de Kirchner a lo Emile Zola en su célebre Yo acuso, que convirtió a sus jueces en piltrafas judiciales reducidas a balbuceos burocráticos, pero que ganas de despedir a Mauricio con un nacional y popular “¡Cerrá el orto!”