Con asombrosa rapidez, se han producido en Latinoamérica un conjunto de hechos conmocionantes. Por un lado, golpes de estado que parecen de fabricación casera y que no desean confesarse de ese modo a sí mismos, pero que son golpes que se inspiran en el odio a los nuevos experimentos de igualdad, en protocolos mundializados de control social en la era de la financiarización de la vida y de la declinación de las ya maltrechas democracias. Por otro lado, grandes movilizaciones populares repletas de ingenio, valentía y perseverancia, con costos en vidas provocados por las armas manipuladas contra multitudes heterogéneas movilizadas, por policías acorazados que asemejan a los cascarudos de El Eternauta.
Como un soplido de desahogo excepcional, en un significativo contrapunto, debemos mencionar la libertad de Lula y la elección argentina, que interrumpe uno de los ciclos más vergonzosos de la vida política del país. Ciudadanos latinoamericanos, pasamos por rápidos momentos de alborozo, para sumergirnos nuevamente en el corazón de las tinieblas. Hombres y mujeres de Latinoamérica, pasamos largos periodos proclamando la unidad de nuestros países sobre la base de deseos, intereses y políticas liberacionistas, y nos vemos dispersos en momentos asincrónicos, donde en unos reina el golpismo caricaturesco, pero no sin eficacia, en otros grandiosas movilizaciones, y en todos el filón apenas insinuado pero sumamente grave de un nuevo fascismo que cuesta definir mejor, si es que aspiramos a construir conceptos más precisos que sostengan acciones sociopolíticas compuestas por un nuevo humanismo crítico.
Esta perspectiva crítica debería incluir economías sociales que no reproduzcan nuevos colonialismos, y hagan surgir políticas públicas que rechacen todo sometimiento, sea de los trabajadores a los grupos económicos de ideología flexibilizadora del acto laboral, sea de formas de relación interhumana que plasmen ideologías de sumisión patriarcal o de servidumbre donde se obliga a sacrificar la libertad para mantener la vida, aun en sus formas más rústicas y precarias. Aquellos sucesos recientes de violencias golpistas en Bolivia y de tensiones multiplicadas en las calles, remueven las formas políticas conocidas, introducen nuevos estilos de desestabilización, pero también el despertar de sentimientos adversos al largo despotismo que recubre nuestras sociedades. Es evidente que, en este nuevo nudo de la historia, en diversos puntos de nuestras cartografías territoriales, despuntan indicios neofascistas y militaristas.
Un evento novedoso debe ser considerado, la fusión a la manera de un binarismo activo, de políticas económicas neoliberales con atisbos neofascistas que las acompañan en su manifestación político cultural. Como abominable rareza en la historia de nuestros países, el presidente del país de mayor extensión territorial del subcontinente, ofrece numerosas imágenes de su figura empuñando armas en actitud perversa, invitando a hacer lo mismo a sus adictos como acto de ciudadanía procaz, ejerciendo su mandato con gestos de bandolero del Far West y en su fluctuante estilo macarrónico, imponiendo el patoterismo, el desprecio de clase y el encono racial como políticas de gobierno.
Nunca Latinoamérica ha hundido tanto su nombre en estos fangos, que parecen pertenecer a un avatar de las democracias como receptáculos de reproducción financiera, pero recuerdan más al pretérito señor de las fazendas que en el siglo XIX, sin embargo, trataba mejor a sus esclavos. Hay náufragos en el Mediterráneo, hay cadáveres. Migrantes en caravanas desesperadas en Latinoamérica. Las larvadas guerras promovidas por los gobiernos imperiales dejan millares de huérfanos viviendo subrepticiamente en una Europa que se revuelve en sus entrañas dejando escapar fondos anímicos sombríos, odios arcaicos sobre los que transitan niños y mujeres abandonados. Son personas despojadas de sus mínimas condiciones de vida que recorren como mendicantes medievales los territorios hostiles, hasta encontrar alguna moderna ONG o una fosa anónima junto a sus semejantes, los suplicantes desfallecientes que los precedieron en esta minuciosa y metódica catástrofe de época. Un mundo que parecía irregular y virulento, pero con sus males ya estipulados, deja paso a otra situación mundial en la que todas las formas heredadas del estado de derecho, estallan o se ponen al servicio de la planificación más depurada de las violencias de turno. Del dron de vigilancia en remotos confines de Asia u Oriente a la tanqueta que lanza chorros de agua coloreada en Chile, nuestros ojos que contemplan a las ciudades convertidas en este insólito basural de casquillos de todo tipo de proyectiles mortales, son ojos en peligro.
Todo ello genera el sentimiento inusitado de que cada hecho surgido de las instituciones que constituyen el arco del poder mundial, nos coloca ante un vacío de ley. Es que las novedosas formas represivas, tanto simbólicas como materiales, se dan su propia ley. Cada hecho contradictorio emanando en la era del individuo atrapado en la tela de araña del neocapitalismo, tiene su propia autojustificación, por el mero hecho de haberse producido. Para ello han destruido por dentro los sistemas judiciales y la represión es de por sí siempre admisible, puesto que existe y su motivo es inherente a ella misma. Si existe, por ese solo hecho ya tiene legalidad propia y eventualmente licencia para matar. Lo vimos en las calles de Bolivia y de Colombia, de Chile, Ecuador y Haití. Habría finalizado el ciclo de las democracias sociales y del reconocimiento de derechos culturales anteriormente humillados.
Como si una gran rajadura abriera los distintos planos en los que se mueve la acción humana, por un lado vemos el avance de sistemas cybersociales de control mundial cuyas estrategias no contemplan las creencias democráticas que dicen defender, y por otro lado, un rosario de manifestaciones populares -como las ya mencionadas de Chile y Bolivia- , no necesariamente motivadas por las mismas cuestiones, pero con un dramatismo similar y un reguero de sangre que contemplamos atónitos en las imágenes que llegan a nuestros ojos, solidarios con aquellos otros expuestos al gas pimienta o al condimento letal que sea. Estamos en una Latinoamérica convulsionada, territorio de tensiones de sumo riesgo que fragiliza gobiernos, los tumba si es necesario, y les tolera sus visos fascistas cuando escasean otras alternativas.
¿Qué batuta universal propia de estos tiempos, rige esta aglomeración de desgracias? ¿Son las guerras económicas de los imperios, la necesidad de abastecerse de materias primas, como en los siglos de los antiguos imperialismos mercantiles, las teologías de mercado o el mercado de las teologías, que recrea fanatismos que a veces se agotan en sí mismos, pero las más de las ocasiones son el velo que recubre negocios comunicacionales o maniobras de las economías extractivistas? Todo en nombre de unos dioses a los que la mayoría de sus creyentes les da otras interpretaciones humanizadas, por más sacras que sean, y que ahora son confiscados por una minoría de perdularios golpistas que piden la bendición de Moloch, mientras entonan sus marchas triunfales sojeras y baten sus tambores de guerra a glifosato limpio. Tecnologías del golpe de estado de carácter antes no conocidas, han aparecido a la vista de todos. Pero principalmente, los procedimientos con los que las revoluciones y saltos tecnológicos intervienen en la sociabilidad común, le han dado nuevos recursos políticos y extra políticos al gobierno sobre las personas, sobre la vida cotidiana como conjunto de expectativas previsibles y a la organización del uso de los consumos, los gustos y los esparcimientos.
Al principio de los años treinta Curzio Malaparte publicó un famoso libro, Técnica del golpe de Estado, donde reseñaba el modo en que un reducido número de “técnicos” ocupaba los nudos visibles o invisibles del Estado con apoyo de modalidades publicitarias unilaterales. Si el libro quedó anacrónico es solo porque los técnicos a los que alude, ahora no solo son militares conservadores o militantes revolucionarios, sino especialistas en redes, agentes publicitarios de la difamación que rocían al mundo de tweets como fumigadores profesionales, desde bases de datos donde operan anónimamente agentes del poder de prédica, tanto mesiánica como judicial, policial, financiera y comunicacional. En esta época neoliberal y de supra vigilancia colectiva, son hechos políticos importantísimos tanto el modo técnico de circulación en las ciudades, como un ecologismo superficial que con total desenfado se usa como fachada de la plusvalía inmobiliaria urbana, que estrangula la posibilidad habitacional de millones de personas en todo el mundo, a lo que agregamos los estilos de reconstrucción plástica o imaginaria del cuerpo humano, donde la carne no tiene edad sino valor de compraventa creando diversas imágenes perceptivas de la propia figura humana en el mercado libre de la biopolítica.
En todo el mundo los bancos de datos operan como pirámides egipcias secretas, conviviendo con una supuesta libertad ciudadana o con la implantación de horizontes de creencias religiosas portátiles o de salvación personal, trastocando la anterior idea que teníamos de la política, que contenía discursos públicos dirigidos a auditorios reales, sin médiums que los desmembraran en los zócalos televisivos. Quienes deseen a partir de ahora cambiar las formas de representación política, para reponerla sobre sus ejes de legitimidad, confianza colectiva y superación de una nueva ilegalidad, deben encabezar, además, una nueva crítica a los mecanismos y retóricas que destruyen la política. Las neoderechas proto fascistas anexadas a economías neoliberales reemplazan el tiempo socialmente necesario del trabajo por el tiempo baldío pero secreto de las finanzas, con sus espumarajos de ganancias extraordinarias y el abismo de las llamadas burbujas que arrasan a los pueblos cuando la ficción del dinero a futuro llega a su límite.
Todos estos hechos y poderes de la economía de la información o como la llamen, se reviste con las máscaras de la ley, que es lo que vimos hasta ahora en la Argentina y en todos los países, pero tienen más amplias garantías cuando se expresan en su verdadera esencia, que, en su fondo más elocuente, es sin-ley, ajena a toda normatividad social. La caída y el desprestigio de las democracias neoliberales, a los que solo les resta su capuchón destartalado, obligan hoy a llamar política a dictámenes extraídos de antiguas prédicas evangélicas que adquieren ahora aspectos virulentos, encubiertos de tortuosos profetismos. Vienen acompañadas de nuevas ficciones jurídicas que solapan la universalidad de la ley con utensilios represivos que actúan, como dijimos, disfrazados de ley, como la guerra judicial contra políticos de arraigo popular, o las pruebas falsas sembradas con participación de nuevos métodos periodísticos sostenidos en alianzas con jueces, policías y servicios de informaciones de los Estados.
Todas estas acciones, en conjunto o por separado, se aplican en nuestros países, no de un modo sincrónico y homogéneo, sino seleccionando momentos y situaciones. Pero luego de un lapso prolongado en que predominó la operación política forjada en sigilo tripartito de jueces, operadores periodísticos y brokers del carpetazo, se ven obligados ahora a expresarse por medio de gases lacrimógenos, pimienta en los ojos y balas de distinta nocividad hasta llegar a la instancia definitiva de letalidad. Los países de la línea cordillerana atraviesan estos momentos más comprometidos con luchas político sociales, Ecuador, Colombia, Bolivia y Chile, los planes económicos de tipo fondomonetarista afectaron la vida social, desde el derecho al transporte, al trabajo, a la salud, a la vivienda o a la educación. Por eso debió poner en acción sus fórmulas alternativas, las nuevas policías estratégicas que aprendieron a matar con la simplicidad de una patada en el pecho.
En el golpe de Estado en Bolivia presenciamos estos artificios, engrosados por derechas con un doble ropaje, mesiánico y empresarial, que sustituyen el manto de un impeachment arbitrario, como el que hubo en Brasil, por una cruzada religiosa, con la cruz del evangelio apócrifo convertida en la espada de la OEA y el litio alimentando las baterías neofascistas. Ensayan una guerra bíblica contra el indigenismo que, a su vez, con la gran invención del estado plurinacional, era portador de nuevas respuestas políticas para la organización de pueblos y naciones. Que el golpe no se animara a llamarse de ese modo a sí mismo y precisara aún coberturas democráticas, no puede engañar a nadie.
Un golpe es también una violencia a las instituciones democráticas que reclama para su propia embestida, una pseudo justificación democrática, por eso pueden inventar una presidenta de semblante falsificado a último momento en el laboratorio del golpismo. Sin ser más que una fantochada, puede obtener la aprobación incauta y tremenda de los que todavía pueden suponer que, bueno, que Evo no era más que un caudillejo que incendiaba bosques, por lo que se dan el lujurioso empaque de atacarlo en medio de una de las mayores manifestaciones de la derecha evangélico-policialneofascista que se lanza a frustrar una original experiencia política.
¿Importa más que Evo intentó construir una carretera en la zona indígena de Tipnis, acudiendo a cierta idea de desarrollo jacobino de carácter centralizador que tensionaba el planteo plurinacional, que sus avances indiscutibles sobre el proyecto de aumentar las posibilidades existenciales de todo un pueblo, contra los cuales se realizó efectivamente el golpe de estado? ¿Importa más condenar lo que son contradicciones en el seno de la más importante experiencia social indigenista de esta época, que actuar decididamente contra un golpe de estado que es la manifestación más explícita del triunfo de la derecha separatista con rebordes neofascistas? Pero de alguna manera, gracias al golpismo que es el menú básico de los servicios de inteligencia de Occidente, triunfó, por ahora, el desfibramiento de los grandes conglomerados que piensan su acción en común, basados en largos reclamos etnoculturales o políticos democráticos. Ya pasó la hora en que las ciencias políticas de los años 80 erigían la alternativa del demos contra el etnos (la razón comunicativa contra los particularismos culturales) afirmando una racionalidad lineal y formalista. Por otra parte, la lección que daba el etnos en Bolivia, reconstituyendo la vieja figura estatal a la luz de la plurinacionalidad, demostraba que eran posibles otros pensamientos sobre la relación entre cultura, democracia, conflicto de identidades y creencias.
En el estado plurinacional, el etnos se pluraliza como nación y el Estado es simultáneamente penetrado por ella y actúa también como equivalente general de referencia donde todos sus puntos de inflexión, a su vez, contienen la multiplicidad de todas las variantes culturales. Esta nueva heterogeneidad enriquece y supera al viejo Estado-Nación occidental que existía gracias a sofocar las vetas autonomistas, muchas veces por la violencia, unificando a la fuerza sus antiguas y múltiples variantes. Si el etnos va hacia la democracia y el demos hacia la existencia de las etnias, es la garantía que la afirmación del primero no se transforme en racismo, y la del segundo en neoliberalismo. Renán concibió a fines del siglo XIX una Nación mediante un contrato plebiscitario basado en el “ciudadano incesante”, como forma de sofocar las fuerzas del etnos. Es decir, de las particularidades culturales manifestadas en el tiempo, en las formas de vida o en la diversidad de preferencias en la dimensión del lenguaje, del arte o de la sensualidad.
Esta idea de Renán intentó ser mil veces corregida por conceptos comunitaristas o el más incisivo de “invención de tradiciones”, que también era más tranquilizador, pero el del viejo sabio francés es el que siguió vigente largas décadas. Sin embargo, ejemplos grandiosos como la disolución de la Unión Soviética o de Yugoslavia -y antes, debacles como la Imperio Austro-Húngaro y el Otomano-, mostraron los inconvenientes de la forma nación o imperio por sobre las peculiaridades sensibles que dan heterogeneidad a un conjunto humano. Respetando el hecho que muchas de esas formas eran producto de notables revoluciones sociales, y no podrían perdurar si no encontrasen la manera de articular sutilmente las instituciones puramente políticas, con las culturalistas o confesionales. Por lo demás, si todo estado merece toda clase de críticas, la desaparición de la forma estatal hoy significaría más sufrimientos, y no menos, para las poblaciones más desprotegidas. Hay desconstrucciones necesarias, respecto a las formas de poder cristalizadas a lo largo de milenios, haciendo costumbre de sus arbitrios; otras deconstrucciones, en cambio, si bien dirigidas aceptablemente contra los diversos esencialismos, corren el riesgo de desnudar de virtudes a las formas de justicia y de memoria que justifican los a-priori de la vida en común.
De ese entrelazamiento de varios planos -el replicar de nuevas instituciones públicas en medio de un caldero cultural emancipado- saldría una nueva democracia y una concepción no desarrollista del crecimiento económico cultural de la plurinación boliviana. Revalorizando y recreando el viejo concepto que atraviese acontecimientos significativos en toda la historia de la humanidad, pero esta vez con atributos nuevos para pensar la vida autonomista, no discriminatoria, al margen de cualquier xenofobia. No hay golpes de estado porque hay xenofobia, hay xenofobia porque hay golpes de estado. Bolivia, ante un acontecimiento de este tipo, formó parte de esta excepcional experiencia humana, política y cultural.
El golpe vino a trastornarla. Siendo que además la palabra socialismo flota en el aire retomando un viejo legado que vivió épocas intensas y también de letargo, pero que dificultosamente volvía no como mero moralismo progresista sino como la promesa de una vida de otro cuño, extendida sobre el espacio de una voluntad común, marchando por la aspereza de toda historia conocida y por conocer. Hay, pues, que reconstruir también la propia idea de Estado y de Nación, en un territorio donde afloraban variantes del indigenismo, del feminismo y de todos los legados culturales universales, tal como pidieron los grandes manifiestos artísticos latinoamericanos del siglo XX, en especial los escritos por Mariátegui, Oswald de Andrade y Oliverio Girondo, en Perú, Brasil y Argentina y el manifiesto escrito por Trotsky, Rivera y Bretón en México, en la primera mitad del siglo XX. Sin esa reconstrucción no seguirán aflorando los necesarios particularismos, pues hacia ellos y por ellos se realiza toda reconstrucción de una esfera pública socialmente sensible. No está aun adecuadamente estudiado, en la llamada globalización -palabra insuficiente para explicar un tipo de universalización compulsiva del capital-, el efecto que supone la inmediata comunicación de datos anulando la distancia espacial e intensificando las pulsaciones de signos sin territorio, construyendo un único mercado de palabras y cosas, capaz de convertirse en un ordenador final de todo intercambio humano.
Este mundo, el nuestro, convertido en un emisor de señales traducibles a necesidades, que las empresas del mercado digital atrapan, y lo que atrapan no es solo esa necesidad, sino la obligación de que la satisfagamos por esta intermediación coactiva. En este mundo cuya descripción no es novedosa, simultáneamente se van incrementando los focos de prejuicios raciales supremacistas, indicio del fracaso de la democracia y todos sus derivados políticos en nombre de las semánticas de una “humanidad conectada”, lo que parece edificante si no incluyera toda clase de poderes en disputa. Y muchos de ellos, en general bordean simbologías y evocaciones nazi fascistas, con esquemas de acción que apelan a llamados apocalípticos contra lo que genéricamente señalan como progresismo, donde incluyen una variada y contradictoria flora, como narcotraficantes, marxistas, feministas, chavistas, kirchneristas, peronistas, senegaleses, manteros, todos los nombres de un aquelarre a ser enviado al patíbulo. Muchos de esos nombres, no obstante, le dieron a la historia los elementos para reconocerse a sí misma como justa, en la enorme variedad de sus fuerzas utópicas y realizativas.
Buscan con fanatismo de sádicos conspiradores, todos los recursos necesarios para transferir la culpa de sus mentes más toscas y bárbaras, hacia las corrientes del pensamiento vivo, que en un largo ciclo contemporáneo buscó redimir a los pueblos con la igualdad, la justicia social, la memoria, la verdad de las éticas sociales, que son más válidas que otras. Porque también se piensan a sí mismas y miden sus responsabilidades desde la honra de quienes saben reconocer sus equivocaciones. En Bolivia se animaron contra la Pachamama, inusitada forma de desprecio que solo es relacionable con fanatismos que llevaron a la pira incendiaria a mujeres consideradas heréticas por exhibir un saber sobre sus propias libertades.
En Chile están dispuestos a matar a manifestantes que salen a la calle con imaginativas indumentarias de personajes de historieta, uniendo la ironía al compromiso social. Hieren en el capitán Marvel a un manifestante de las nuevas izquierdas. En Bolivia usan la OEA como si fuera Litio recién extraído y al Litio como una OEA ya preparada para los grandes negociados con los minerales, como si el Almagro de hoy fuera el Diego de Almagro de ayer, el de los descuartizamientos del Inca. Los latinoamericanismos del pasado, los de Monteagudo, José Ingenieros, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Alfredo Palacios, Martí, Haya de la Torre, Felipe Varela, Yrigoyen y Perón, así como otros numerosísimos autores de iniciativas que en su notorio fracaso, que en gran parte comienza ya muy temprano, en el malogro del Congreso Anfictiónico de Panamá o Liga de Naciones que Bolívar llama en Panamá en tiempos ya muy lejanos, obligan a repensar este candente dilema federativo, que contiene tantas dimensiones entrecruzadas, indigenistas, nacionalistas populares, jacobinas, socialistas, etc. No es posible pensar una vida intelectual completa y a la vez autónoma en sus estilos críticos, narrativos y poéticos, si no se retoma en otras condiciones de viabilidad un pensamiento sobre Latinoamérica que ponga un nuevo esfuerzo en pensar sus contradicciones fecundas, su unidad en la diversidad.
Este es el último documento de Carta Abierta, en este momento histórico que optamos por describir con sus luces y sombras, para fundamentar nuestra decisión de atravesar en el futuro inmediato, otras instancias de actuación, dando fin, no sin nostalgia, a la experiencia que nos identificó por más de una década. Hoy más que nunca se precisa un cuerpo de ideas y un territorio intelectual cultural que sepa recoger estos desafíos. No faltan en la Argentina los núcleos y agrupamientos que lo hagan, de distintos modos y estilos. Orientaciones feministas, postulaciones de la economía popular, el ambientalismo popular, el estudio crítico de las economías soberanistas no atadas a endeudamientos arbitrarios y fuga de capitales, todas estas precondiciones de la interconexión de latino americanismos que resurjan de estas difíciles condiciones actuales.
En todas estas dimensiones seguiremos actuando, orgullosos de haber cumplido un largo período de compromisos junto a los gobiernos kirchneristas y durante la resistencia al macrismo. No queremos quedar como pensionistas de la historia, pues nuestra labor fue la que correspondía en los momentos en que era necesario hacerlo.
Ahora, atentos a las nuevas composiciones de la compleja vida política latinoamericana, nos embarga la sustentable intuición que para atravesar este nuevo período junto a todos los que cuidamos una tradición crítica en la política argentina, se exigen novedades y compromisos cotidianos más acoplados a las presentes encrucijadas. Donde habita el peligro y no son descartables ni el coraje ni la prudencia. El alegato de Cristina en Comodoro Py, trazó una línea de fuerte exigencia. Cuestionó el nuevo cuadro de decisiones del neoliberalismo basado en un uso de un leguaje judicial cuya armazón última la proveen los gabinetes mediáticos, y la acción de la trama comunicacional hegemónica como corte judicial en última instancia. De ese oscuro entrelazamiento surge un orden nuevo de decisiones propias de un instituto correccional de menores, fórmula aviesa con la que tratan a toda una sociedad y la infantilizan entre la puerilidad y el rumor, entre el laboratorio de control de creencias y la aniquilación del honor de las personas. Juego sistémico que por primera vez en el aludido discurso, es cuestionado en una de las mismas sedes donde el nuevo orden jurídico comunicacional quiere ser impuesto. Ojalá sea el reinicio de una nueva discusión sobre la Argentina.
Nosotros
así lo consideramos, guardando en la memoria lo que hicimos y acaso lo que formó
parte de inevitables descuidos u omisiones. Por eso, quedaremos desde ya
integrados a los nuevos ámbitos de discusión, apoyo, estudio y crítica constructiva,
que en estas cruciales circunstancias latinoamericanas se desprendan de las
decisiones tomadas por el gobierno popular encabezado por el presidente Alberto
Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.