Mañana no es más que otro día porque lo trascendente consiste en un después que se avizora complicado.
Pero su valor simbólico es estremecedor.
Aunque el 27 de octubre certificó lo que el 11 de agosto ya podía ser considerado irreversible, es este martes 10 de diciembre cuando, por lo menos en una cuantas formas y fondos, se consagrará el cierre de lo que demasiados argentinos vivieron como una pesadilla. Y, sobre todo, una pesadilla a la que muchos no le veían el fin, nada más que hace unos meses.
Hay una expectativa enorme, esperanzadora e, incluso, contemplativa entre una franja de los votantes de Macri, y de otras fuerzas, que no forman parte del núcleo de odio visceral y que este sábado pudieron abigarrar la Plaza sólo hasta la Pirámide.
El ojímetro callejero da cuenta de eso, pero también lo hace la disección acerca del tipo de menciones y comentarios en las redes. Algunas consultoras como SciData, con su Monitor Digital Argentino, registran esa tendencia.
Un aspecto previsible es que (casi) todo nuevo gobierno viene acompañado de valoración positiva u observadora, porque se le otorga plus de tolerancia para ver qué pasa.
La excepción son los medios tradicionales del hegemonismo, que no paran un segundo en tratar de destruir a los Fernández y en particular a Cristina.
El viernes mismo, tras conocerse oficialmente el gabinete, los comunicadores de ese aparato mediático se regocijaban con la búsqueda de cada signo preocupante, contradictorio, incierto, en el equipo designado.
Es una secuencia que se retroalimentó tras la intervención de CFK, durante horas, en el juicio oral por la contratación de obra pública en Santa Cruz, que queda inscripta como uno de los momentos más impresionantes de nuestra historia política, de todo tiempo y lugar.
Enojada y brillante, con esa oratoria impecable y seductora, con ese uso de la ironía, con esa puntualización de cada rasgo impúdico del por qué la juzgan, con ese final antológico de que las preguntas deberá responderlas no ella sino el tribunal que tenía delante y que ya tendría la sentencia escrita, los puso locos.
Hace un par de semanas, se trazó en esta columna un recorrido, fragmentado, sobre los ataques al Presidente electo. Son cosas diferentes ir de a uno y consignarlos todos juntos. Por eso tal vez valga la pena insistir con ese diseño, que agrupa textuales y literales.
Cristina hizo un alegato político y no una defensa jurídica.
Cristina vuelve peor que antes.
Cristina se compara con Fidel siendo una chorra.
Cristina avisa lo que vendrá: la venganza.
Cristina es la faraona y Alberto el títere a quien emplaza, rodeándolo de sus vikingos desatados.
Cristina ratificó que la Justicia será únicamente de ella.
Cristina ya les puso unas cuantas monedas de cambio a los diputados que fugan de Ex Cambiemos.
Cristina tomará revancha porque su hija está mal de salud pero de eso tiene que hacerse cargo ella y nunca la justicia independiente (que los operadores de Macri estimularon para que hubiera tantos arrepentidos en contra de Cristina; los arrepentidos que ahora están dispuestos a admitir que los arrepintieron los jueces y fiscales de la justicia independiente de Macri).
La cuestión es que ese poder hegemónico, el de los medios de comunicación y jueces que se dedicaron a perseguir a Cristina sin descansar un minuto desde el verano de 2016, urge ahora que alguna conducción de intereses corporativos y de clase le aguante los trapos.
¿Y con qué se encuentra políticamente, ese poder? Con Macri vencido en las urnas y en una cadena nacional desopilante, describiendo un país de bases formidables, insistiendo en que la culpa definitiva fue producto de unas elecciones primarias que arrojaron vencedora a una oposición irresponsable. Porque lo dijo de vuelta: la culpabilidad fue de las PASO. Ese es el Macri auténtico. El del 12 de agosto. Nunca el que luego pidió un cínico perdón por la barbaridad que dijo.
La ecuación del poder simbólico real da que ese alegato de Cristina en Comodoro Py, donde cometieron la inconcebible chambonada de impedir transmisión directa de audio e imagen, tuvo enfrente a un Macri conectado a telepromter para socorrer la imbatible dificultad de hilvanar unas oraciones seguidas, en su pretensión de que los argentinos estamos de maravillas gracias a él.
Por eso se ponen locos.
Porque demuestran que como élite dirigente fueron y son lamentables, salvo para sus intereses pecuniarios individuales.
¿Dónde están cuadrazos como Dujovne, Prat Gay o Sturzenneger? A buen resguardo patrimonial, sin la más mínima duda. De ahí a quedar con el pecho inflado como referentes de la Argentina distinta, que habría de dejar atrás décadas de populismo… ¿A dónde irá a parar Marcos Peña? ¿A dónde la pitonisa que prácticamente desapareció tras decirle a Jaime Durán Barba, en la noche de las PASO, que se metiera la Big Data “en el orto”? ¿Dónde quedan los arcángeles de las fundaciones que nos integran al mundo con su prédica de responsabilidad fiscal? ¿Y dónde los comunicadores que nos atiborraron con lo bien que nos iría, por el solo hecho de que un ricachón corrupto pero obediente estaba, por fin, al frente de una de las mejores alianzas de “gente seria” registrada por nuestra historia?
Todo a favor: la Justicia, los medios, las corporaciones, el Estado atendido por los dueños de (sus) empresas, los sindicatos habiendo levantado el pie del acelerador, los movimientos sociales controlados, el favor de Washington. Y todo para terminar así.
Ninguna de estas recordables marcaciones sirve de consuelo. Sólo de anotación para el nuevo Nunca Más.
En las expectativas favorables de quienes asumen mañana juega su papel no ya, solamente, el hastío respecto de Macri, sino la certeza de que su modelo e incapacidad absoluta de liderazgo patronal estaban agotados. A más de que nadie en su sano juicio, con honestidad de pensamiento íntimo, podría imaginárselo, a Macri, o a cualquiera de los suyos, conduciendo otro período presidencial con una oposición unida y movilizada.
El gabinete que dispusieron los Fernández es, a priori, de muy buena factura. La distribución parlamentaria también. Lo mismo el equilibrio en secretarías y reparticiones que, en algunos casos, son ejecutivamente más importantes que los ministerios.
A riesgo grande de ser incompleto en la mención, ¿a quién pueden ocurrírsele cuestionamientos severos, o a secas, contra figuras como Marcó del Pont, Ginés, Vanoli, Arroyo, Frederic, Rossi, Kulfas, Gómez Alcorta, Vitobello? ¿Quién se anima a interpelar la trayectoria y honestidad de gente como ésa?
¿Y quién se animará a bajarle la vara inicial a esa anomalía exuberante que es Axel Kicillof? ¿Quién, contra ese tipo que con un Clío medio desvencijado, a puro corazón y con una formación e intelectualmente preparado como pocos, sin un mango, limpio a más no poder, se cargó La Provincia al hombro y venció a toda estructura y prejuicio?
Eso hay que decirlo con mayúsculas porque lo lógicamente tendencial es circunscribirse a ambos Fernández. Pero sin Kicillof, sin su epopeya, podría haber sucedido que mañana se estuviera de bajón y no de fiesta.
En síntesis, vienen buenos tiempos iniciales en materia de confianzas y algo de paciencia pero, siempre, recordar que se va Macri y no lo que Macri representa. El círculo rojo ahora lo desprecia, pero no se trata simplemente de ese aspecto y de ese sector también siempre desconfiable. Hay una gran parte de nosotros que seríamos capaces de volver a perder la memoria.
Por eso, igualmente otra vez, que mañana se festeje tan de piel como de alertas.