El lector o lectora compartirá, muy probablemente, la certeza de que los últimos cuatro años no han sido precisamente los tiempos de las promesas cumplidas. En contraste, es posible afirmar que ya antes de asumir, al dar el primer paso hacia la construcción de su gobierno designando a su gabinete , Alberto Fernández cumplió con su primera promesa. El presidente nos dijo más de una vez que la única manera de gobernar esta Argentina arrasada que nos deja Cambiemos era a través de la construcción colectiva de acuerdos y equilibrios. Y, en efecto, en la elección de sus colaboradores, el presidente puso en marcha una cuidadosa ingeniería política. Su gabinete contiene todas las fuerzas participantes del Frente de Todos. En él conviven albertismo, kirchnerismo, massismo, intendentes, gobernadores, PJ, organismos de derechos humanos, organizaciones sociales y dirigentes políticos con trayectoria propia, algunos de ellos presidenciables hasta hace poco tiempo. El resultado de esta ingeniería de acuerdos es un gabinete de coalición, heterogéneo, donde todas las partes han obtenido su parte, sí, pero donde todas, también, han tenido que ceder un poco, o mucho. Gabinete que deberá tener a las negociaciones y a los entendimientos como principio fundamental de la dinámica del poder, con la mirada puesta tanto hacia el interior de la coalición como hacia el exterior. Fernández también nos dijo que no sería un presidente subordinado a su vicepresidenta, como intentó hacernos creer el macrismo. Y esto también se cumple en el gabinete, donde la ingeniería política albertista reconoce al kirchnerismo como al socio principal de la coalición, pero donde el presidente imprime su impronta y su control personal en muchas áreas clave. Detrás del dato básico que nos muestra que de 21 ministerios albertismo y kirchnerismo han obtenido casi la misma cantidad, es posible observar que el círculo de colaboradores más estrecho del presidente, por ejemplo, los miembros del Grupo Callao y/o funcionarios de su más estrecha confianza se reserva posiciones estratégicas. Cafiero y Todesca Bocco en Jefatura de Gabinete, Losardo en Justicia, Moroni en Trabajo, Kulfas en Desarrollo Productivo, Tolosa Paz en el Consejo Federal de Políticas Sociales, Ibarra y Vitobello en las Secretarías de la Presidencia. El albertismo se reserva no sólo el control del “área política” del gabinete (equilibrado con De Pedro en Interior) sino también una importante gravitación en la gestión socioeconómica, que será prioritaria en el futuro inmediato.El gabinete de Fernández, donde se cumple su primera promesa, muestra una importante ruptura con el perfil del funcionariado macrista. En lugar de CEO y elencos provenientes del sector privado, políticos profesionales y técnicos con experiencia en la gestión del Estado. En lugar de un gabinete que expresó en forma cruda y abierta los intereses de una minoría social, otro formado por funcionarios políticos con capacidad y experiencia en la gestión de los conflictos sociales. Como consecuencia, en el gabinete de Fernández también se cumple un cambio de paradigma en el modelo de la gestión del gobierno y del Estado. Ya no se trata de importar de manera acrítica los modelos de la gestión empresarial, sino de recuperar una lógica de gestión que tienda a la reconstrucción del Estado como un espacio de autonomía creciente en la fijación de las metas colectivas. Ahora bien, esta primera promesa cumplida es condición necesaria, aunque no suficiente, para que el presidente Fernández pueda afrontar, entre otros, dos desafíos cruciales que deberá resolver su gestión, y que quedaron muy expuestos durante las últimas semanas. Los llamaremos aquí los dos cuarentas.
Por un lado, ese cuarenta por ciento de votantes que parece permanecer refractario a cualquier iniciativa política vinculada con el peronismo; por otro lado, ese cuarenta (¿cuarenta y uno?) por ciento de pobres relevado por el último informe del Observatorio Social de la UCA. El primer cuarenta por ciento será un desafío importante de representación para el gobierno de Fernández. Se trata de ese amplio sector de nuestra sociedad que votó por la reelección de Macri a pesar del fracaso abrumador de su gestión, “a pesar de la economía”. Que es mucho más amplio que el “núcleo duro” del macrismo y que las expresiones minoritarias de odio neto que, por ejemplo, amplificaron varios medios de comunicación durante la marcha del 7D. Un amplio sector que estuvo siempre presente en la política argentina, pero que se consolidó, cuantitativa y cualitativamente, durante los años de Cambiemos. Que fue su condición de posibilidad y que también será su continuidad, porque en él buscará apoyarse lo que resurja de Cambiemos o Juntos por el Cambio en el futuro inmediato. El segundo cuarenta por ciento es la herencia más dramática del macrismo, sin dudas el desafío mayor y más urgente: ese 40,8% de pobres generado por la máquina de crear y consolidar desigualdades que fue el gobierno de Cambiemos. Ese número que hoy es descomunal y que tenderá a crecer aún más cuando comiencen a verse los efectos de la inflación de los últimos meses. Que es la cara más evidente (y sólo la más evidente) de la catástrofe social que nos deja el macrismo para el futuro próximo y no tan próximo. En esos dos cuarentas es posible observar gran parte de lo desolador de la herencia del macrismo. Y más, si se comprueba que al primer cuarenta por ciento le importa poco del segundo. Si así es, si así de profunda es la fractura social que nos dejan los años de Cambiemos, bienvenido sea, muy bienvenido, el tiempo de las promesas cumplidas.
Paula Canelo. Socióloga. Autora de “¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos”.