Rian Johnson entiende cuán fácilmente los privilegios pueden ser barridos bajo la alfombra. “Especialmente en Estados Unidos, el modo en que las circunstancias te ayudaron quedan disminuidas, y todo se convierte en la historia de cómo subiste la montaña noblemente por sus propios medios”, dice.
Ignorar los privilegios es lo que hacen mejor los personajes de la más reciente película de Johnson, Entre navajas y secretos (Knives Out), que se estrena en la Argentina el próximo jueves. Cuando los hijos del acaudalado novelista Harlan Thrombey (Christopher Plummer) quedan bajo sospecha tras su súbita muerte, los interrogatorios giran menos sobre su paradero en el momento de la muerte, y más sobre justificar su propia existencia. Su hija mayor, Linda (Jamie Lee Curtis) se aferra a la idea de que es una mujer que se hizo a sí misma, a pesar del hecho de que su negocio de bienes raíces comenzó con un préstamos de un millón de dólares que le dio su padre.
Johnson ya ha escalado su propia montaña del éxito. Su fascinante debut, el film negro Brick (2005), eventualmente dio paso al éxito de ciencia ficción Looper: Asesinos del futuro (2012) y tres episodios de la serie Breaking Bad (el último de los cuales, “Ozymandias”, es frecuentemente citado como el mejor de toda la serie). Entonces LucasFilm golpeó a su puerta, y Johnson fue elegido para dirigir Los últimos Jedi (2017), segundo episodio de la nueva trilogía de Star Wars. Pronto retornará a la galaxia muy, muy lejana para trabajar en un nuevo set de películas para la franquicia, en este momento con status de ultrasecreto.
Pero importa el modo en que el director llegó hasta aquí. En 1997 era un graduado de la escuela de cine con los ojos bien abiertos, con un guión laberíntico que nadie podía tocar. Su historia de estudiantes secundarios que hablaban el lenguaje de rudos y experimentados detectives era un riesgo demasiado alto para los inversores, que mostraban dudas para entregarle 450 mil dólares a un novato con grandes ideas pero cero experiencia. A medida que se acercaba su cumpleaños número 30, habiendo pasado buena parte de la década intentando conseguir fondos, Johnson tuvo un golpe de suerte. Unos parientes en la industria de la construcción recibieron una inesperada inyección de dinero, y la invirtieron en la película. Brick finalmente se convirtió en realidad.
Es raro que un nombre de Hollywood se muestre tan abierto sobre sus comienzos no tan humildes, pero Johnson no ve razones para que alguien intente esconder sus privilegios. “Eso no quiere decir que no te hayas roto el culo para llegar donde estás”, dice. “No se trata de decir que no deberías estar acá, es reconocer que hay problemas sistémicos”. Una vez que se enfrontan esas ventajas se hace más fácil, según describe, “bajar el puente levadizo” para otros.
Entre navajas y secretos, entonces, es una sátira social lo suficientemente astuta como para mirar hacia adentro. “Cuando estás escribiendo, tenés que reconocer algo en vos mismo y querer trabajarlo en la página", explica. “Para mí fue importante hacer una autoacusación de los puntos ciegos y las maneras en que obtuve privilegios, y crear ficciones para poder proteger ese privilegio”.
La charla se lleva a cabo en un sillón en la esquina de la habitación de un hotel londinense tan tranquilo que parece estar habitado solo por fantasmas. Es el final del día, Johnson está a punto de abordar un tren a Bélgica y la conversación se mantiene en un tono reposado. Es claro que Johnson está en un proceso constante de examinarse a sí mismo y el mundo que lo rodea. A veces lucha por llegar al final de las oraciones, porque su cerebro ya pegó un salto hacia un ángulo diferente u otra forma de ver las cosas.
Esa mentalidad siempre estuvo clara en su trabajo. En cada una de sus películas hay un momento en el que un personaje puede dar un paso atrás y ver el panorama más amplio. En Brick es cuando el protagonista (Joseph Gordon-Levitt) se da cuenta que es solo un pibe que se metió en una situación que no está preparado para manejar. La película de robo Los estafadores –2008, protagonizada pro Mark Ruffalo, Adrien Brody y Rachel Weisz- vuelve sobre lo que significa ser dueño de la propia historia.
Pero Johnson siempre adereza sus temáticas con una generosa cucharada de entretenimiento puro y al viejo estilo. Entre navajas y secretos es, sobre todo, un ingenioso misterio de asesinatos empacado con giros que solo un adivino podría ver venir. “Leo libros de Agatha Christie desde que era chico, amo el género”, dice. Siempre esperó encontrar su propio giro sobre eso y, hace alrededor de una década, cayó en su anzuelo: “Un típico ‘quién lo hizo’ pero con la ingeniería de un thriller de Hitchcock”. Decir más estropearía la diversión.Otros proyectos llegaron y se fueron, pero una vez que enfocó su energía el resto del proceso se desarrolló con rapidez. “Empecé a escribir en enero y terminamos la película en Navidad. Fue loco”, dice. Daniel Craig, quien interpreta al detective Benoit Blanc (con un potente acento de Kentucky), fue el primero en firmar para el proyecto. Darle forma al resto del elenco fue sencillo, porque “todos querían trabajar con Daniel”. A Craig y Curtis se sumaron Chris Evans, Michael Shannon, Don Johnson, Ana de Armas, Toni Collette y Lakeith Stanfield.
Mientras Christie creaba caricaturas de personas que reconocía en su propio mundo –“Todos tenían un tío que había sido coronel en la guerra y ahora no sabían qué hacer con su vida”-, Entre navajas y secretos trae las cosas a 2019. Entre los sospechosos ahora hay “un gurú de estilos de vida famoso en Instagram” y un “troll fascista de la extrema derecha”. De hecho, la película está tan al día en lo cultural que muchos deben haber asumido incorrectamente que el troll, interpretado por Jaeden Martell, es una referencia directa a la tóxica reacción online a Los últimos Jedi. Kelly Marie Tran recibió los peores ataques, al punto de que borró su cuenta de Instagram tras una ola de abusos verbales racistas y sexistas; luego escribió sobre la experiencia en The New York Times. Johnson tuvo su propia cuota de acoso, de parte de individuos que creían que alguien que hacía una película de Star Wars que no les gustara es equiparable a un crimen de guerra. Sus quejas llegaron a dominar la narrativa sobre un film que recaudó más de mil millones de dólares. Las mismas peleas continúan encendiéndose en las redes sociales, aun dos años después.
Pero Johnson, como sus películas, le da valor a la importancia de dar un paso atrás. “Creo que es importante recordar lo pequeño que es el ecosistema de Twitter en realidad”, dice. “Es fácil tener la cabeza metida en esa cámara de eco y creer que es lo que todo el mundo está escuchando. Por grandes que parezcan los números en Twitter, ponés eso en relación a la población real... y es minúsculo”, dice, y agrega: “En última instancia, creo que tenemos este optimismo ciego de que cuando te sentás en la sala de cine y se apagan las luces, toda la basura desaparece. Estás teniendo la pura experiencia de una película. Lo que sucede en esas dos horas en el cine queda entre vos y la pantalla.”
El director habla de las salas de cine con un profundo sentido de reverencia. Para él, son “un paraíso en el que podés creer durante un par de horas”. Aun con lo fácil que parece perder la esperanza –y con lo comprensible y a veces necesario que puede ser el cinismo-, hay una magia en el cine que corre todo velo de oscuridad y se atreve a trazar un camino a un futuro mejor. De hecho, el trabajo de Johnson ha siempre predicado la compasión como última salvación. Como recuerda Los últimos Jedi, “Así es como vamos a ganar. No peleando lo que odiamos sino salvando lo que amamos”. Incluso Entre navajas y secretos deja caer un pequeño optimismo bajo todas las puñaladas traperas y las falsedades de la familia Thrombey.
“No es solo un cuento de hadas que desarrollamos en la oscuridad”, dice Johnson. “Si sos bueno, si tenés un buen corazón, eso se manifestará por sí mismo y hará una diferencia. Tal como dijo Paul Simon, por eso es que Dios hizo las películas”.
*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.