Alberto Fernández
estructuró su discurso inaugural
sobre la base cultural, filosófica, humanista que tiene en mente. Y tuvo hallazgos. Desplazó la palabra “grieta” para seguir hablando de “fracturas”. Y ya desde ahí posicionó su enunciación: no llega representando “a los del otro lado de la grieta” del oficialismo macrista. Se desmarcó. Estamos empezando otra cosa, una etapa en la que no se fomentarán los odios que tanto sirven para alimentar a las ultra derechas.
En un tono no confrontativo pero perfectamente localizado en todos los avances de políticas que enunció, Alberto ya es un presidente con la marca de la etapa histórica que le toca. Evocando a Néstor Kirchner cuando propuso un contrato ciudadano social para encontrar grandes consensos en torno a las urgencias, y agregó que cada sector irá a discutir su “verdad relativa” en busca de alguna verdad superadora.
Otro hallazgo conceptual para describir qué camino conduce a ese nuevo contrato social, Alberto habló de “una ética de las prioridades”. Y siguió hablando del hambre. A quienes dijo que tiene en mente por la concepción que su gobierno tendrá de la justicia social, serán “los últimos”. Y es importante que ese concepto cale hondo, muy hondo, sobre todo si las cosas van bien. Porque en la experiencia del último gobierno de Cristina, amplios sectores que se habían beneficiado extensamente con las políticas inclusivas empezaron a querer “un cambio” antes de que un treinta por ciento de la población hubiera sacado la cabeza del barro.
Cada una de las cosas que de las que habló Alberto ayer están basadas en esta concepción de la “casa común”. Dijo muchos “nunca más”, y recibió aplausos fuertes. “Nunca más al secreto”, a los gastos reservados, al lawfare, a la política opaca que distribuye dádivas o amenazas, o al que compra la opinión de periodistas.
También su visión geopolítica y su posición esbozada sobre cómo se llevará adelante la negociación por la deuda, confluyen en que los muertos no pagan, otro hito de Néstor. Pero esta vez, aplicada no sólo a los países, sino a la población argentina que no puede esperar más para recibir dedicación del Estado.
Alberto se convirtió ayer además en el primer presidente del mundo que, según dijo en uno de los tramos más aplaudidos, hará suya la consigna de NiUnaMenos. Su párrafo a favor de las mujeres y diversidad fue fascinante, por lo escaso de ese discurso en varones con poder.
Por su propuesta política y económica, por el contexto regional en el que llega, por la descomposición del modelo ortodoxo en todo el mundo, es posible que si Alberto cuenta con el apoyo activo del pueblo y de sectores comprometidos con este otro modelo, la Argentina pronto volverá a ser, como lo fue con los buitres en su momento, un caso testigo para el mundo, que hoy, en América, en Asia y en Europa, busca salir del laberinto neoliberal.