Primero hablan de ella y así la convierten en un personaje. Inés es, en gran medida, la novela que ellos construyen sobre esta muchacha bella e inestable que puede tener sexo sin muchos preámbulos, con desconocidos, con cualquiera de ellos pero también puede enamorarse sin cautela.
Ese consultorio donde Gastón y Mauro ofician de odontólogos aparece como un escenario anómalo para el drama que va a ocurrir, como si esa droga exótica que aspiran a través de un tubo de oxigeno, y que usan para suministrarle la anestesia a Inés, fuera lo que en realidad lxs une. Ese apego un tanto insólito, como una creación que construyen entre lxs tres, comienza a verse de a poco porque al inicio de la historia se presentan como almas en colisión, destinadas a separarse. Lo imposible de esa relación podría tener su origen en una adicción sutil. Se encuentran en una forma del amor que es tan destructiva como luminosa e inevitable.
Tienen cierto aire moderno. Tres personajes urbanos atrapados en una comedia pero lo que ocurre en el texto de Gonzalo de Otaola es que la vida de lxs tres está un tanto perdida, destrozada, como si no tuvieran nada más que esas citas entre ellxs que se convierten en hábito. Oxido habla de esa deriva y entiende los vínculos desde una lógica tan desesperante como compulsiva. Gastón es una especie de autor de la escena, el encargado de darle a cualquier momento la posibilidad de transformarse en el episodio de una ficción. Guillermo Berthold asume su personaje con sensibilidad y potencia. Es, tal vez, el ser más vulnerable y, al mismo tiempo, parece el dueño de cada situación, el artífice de los cambios repentinos que la trama soporta dentro de una dramaturgia sólida. Si Inés se mostraba como la más fuerte, la mujer fatal que iba a deshacer el corazón de estos socios desligados de toda amistad pero siempre juntos por conveniencia o costumbre, pronto quedará entrampada ella también en un fervor oscuro, confuso, en un amor ambivalente.
Existe una factoría propia del Espacio Callejón, una escuela en la que Javier Daulte parece enseñar a combinar los recursos de la escritura televisiva con la dramaturgia de los años noventa que el ayudó a fundar. Hay algo desenfadado y ,a la vez, muy calculado que surge en este texto de Gonzalo de Otaola, inspirado en esa capacidad que demostró Daulte de introducir la locura teatral en la comedia televisiva al mismo tiempo que se robaba de este género ciertas nociones para mantener a lxs espectadorxs en una fascinación siempre tensa. En Oxido hay algo del orden de lo existencial que se vuelve dinámica pura, risa desatada y doliente. Para eso el autor, que también dirige la obra, necesita de una actriz como Natalia Santiago, precisa, enérgica y diáfana al momento de construir a su personaje como un ser variado, desconcertante, como una chica atractiva y frágil, aunque parece comerse el mundo y a actores como Berthold y Gerardo Serre que podría ser una suerte de Woody Allen con esa habilidad para combinar la neurosis con un conocimiento inteligente de la comedia, de identificar el drama donde el público ve la risa.
Entonces lo que parece vorágine es, en realidad, una sacudida interna que lxs tiene atrapadxs a lxs tres en un vínculo tan loco como indestructible donde la mutación de roles y la fantasía, las mentiras, lo que ocultan y el otro revela, las trampas que arman, las traiciones que nunca se detienen, operan como una suerte de libido que se reinventa. Peligrosa porque duele bastante esta forma de amor y podría llevarlxs a un límite trágico pero así como se lastiman, como se dañan, encuentran el modo de salvarse y ese consultorio deviene en un lugar extraviado, en el último resguardo.
Oxido se presenta los viernes a las 22 en el Espacio Callejón .