El sol raja las piedras, pero no importa. El calor aprieta, es una frazada de cactus en el cemento hirviente de la Plaza, pero no importa. El humo de las parrillas flota sobre todo e importa menos todavía: bastó que se abrieran las puertas del subte para percibir el aroma a encuentro peronista, orgullosamente choripanero. Para subir los escalones de dos en dos, ansiedad de llegar. Ayer nomás fuimos a esa Plaza a despedir a Cristina. Pasaron cuatro años de devastación que se hicieron eternos. Pero terminaron. Vamos a la Plaza otra vez. No importa nada.
Seguir el discurso inaugural de Alberto Fernández desde allí le agrega épica a un texto que de por sí tuvo lo suyo. Pero hay explosiones anteriores. Basta que aparezcan Alberto & Cristina en las pantallas para que un rugido cruce la Plaza. El rugido se convierte en silbidos y palabras soeces cuando aparece el Presidente saliente, de pronto reaparece el #MMLPQTP que signó tantos días de resistencia. Pero enseguida vuelve el grito popular, el salto, el aplauso cerrado, cuando ocurre lo que ya la tarde anterior esperaban varios grupos de vigilia en el lugar. Alberto con la banda argentina en el pecho. Alberto Presidente. La Plaza es un mar de dedos en V. El minuto de puteadas al que se va es nada al lado de una jornada de sonrisa pegada al rostro por lo que viene.
Y Alberto habla , y por ahí los nervios lo hacen tropezar en alguna palabra pero de pronto agarra el hilo y no suelta, y empeza a tirar definiciones que elevan –oh, no- la temperatura. Habla de pelear contra el hambre y la pobreza, de atender a los desplazados por un plan económico perverso; hace un repaso de la destrucción económica y social que dejaron los que se van, y cada frase de intención sobre hacia dónde irán los esfuerzos a partir de ahora provoca nuevos aplausos y ovaciones.
Pero el pico llega en dos pasajes. Cuando habla de terminar con la Justicia contaminada por los Servicios de Inteligencia y anuncia que los fondos reservados de la AFI serán reasignados a la lucha contra el hambre, la Plaza se viene abajo. Y cuando señala que “Ni Una Menos debe ser una bandera de toda la sociedad y de todos los poderes del Estado” todo vuelve a estallar, y las mujeres son las primeras en reaccionar pero no hay distinción de género en el festejo. Y después menciona a Néstor y la Plaza rescata el “Néstor no se murió...”. Y sobre el final rubrica que “Si alguna vez sienten que me desvío en el compromiso que hoy asumo, salgan a la calle a recordarme lo que estoy haciendo”, y la calle responde con otro rugido.
Se mezclan el Vamos a volver y el Alberto Presideeeente, y las banderas y las remeras que usan el logo partidario para decir que “Ahora mis hijos van a comer TODOS los días”. La vendedora de pines con la cara de Cristina y los que vocean birra, agua, gaseosa; los que venden gorritas que dicen Volvimos, los que se refrescan con las patas en la fuente y sus pibes que se empapan unos a otros, las pibas de pañuelo verde, los pibes en cuero, los viejitos a la sombra, los grupos de militantes y los “sueltos”, el que ya anda medio adornado y la que prefiere ni pegarle una seca al porro para no perderse nada: todos sonríen, todos sienten que les sacaron un mamut de encima. Aunque también haya ojos húmedos, porque no es tristeza.
Plaza llena, Plaza sin rejas, Plaza feliz.
Una de las parrillas tiene pegado un afiche tricolor ochentoso con una frase de 2 Minutos: “Volvió la alegría, vieja”. Es el lugar ideal para repostar, porque la panza ya aprieta. Y porque después de cuatro años de oscuridad, el chori sabe a gloria. Ya no importa nada.