Por Gustavo Veiga
El 14 de noviembre, dos días antes de que falleciera Sebastián Moro, la ex ministra de Seguridad Patricia Bullrich anunció: “Rescatamos y pusimos a salvo a los periodistas argentinos amenazados en Bolivia. Gracias Gendarmería por el compromiso permanente”. Como mínimo la funcionaria estuvo mal asesorada e informaba peor. Sebastián - quien colaboraba con Página/12- nunca quedó a resguardo de los grupos fascistas que habían salido a la caza de militantes del MAS, campesinos, sindicalistas y cronistas críticos del régimen ilegítimo de Jeanine Añez. Agonizaba desde el domingo 10 en una clínica privada del barrio paceño de Miraflores. El golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales acababa de producirse. Durante los seis días que duró su internación, entre aquella fecha y el 16 en que murió, a su hermana Penélope le había costado mucho obtener asistencia del consulado argentino. Hoy que su cuerpo se transformó en cenizas y su vida es un recuerdo imborrable para quienes lo conocieron, su familia busca justicia. Las condiciones en que lo alcanzó la muerte a sus 40 años son cuanto menos dudosas.
“Su hermana se encontró con que Sebastián tenía distintos moretones y rasguños en su piel. Por otro lado, surge de la historia clínica donde fue atendido que aparecen politraumatismos. Nosotros la hicimos ver por médicos forenses y ellos dicen que por lo menos hay una muerte dudosa. Más allá del ACV que pudo ser producto de una agresión previa, nos cuentan que ésta no puede descartarse y que hay casi una certeza por los indicadores del informe” le explica a este diario Rodolfo Yanzón, abogado que representa a Raquel, Melody y Penélope, la madre y hermanas de Moro. Ésta última aporta más datos: “Cuando llegué a Bolivia en la madrugada del 11 de noviembre y al encontrarme con mi hermano en la Clínica Rengel de Sopocachi para acompañarlo y hacerme cargo de su situación, noté ciertas marcas y golpes en su cuerpo que a mi entender no correspondían únicamente con un ACV isquémico que fue el diagnóstico que se informó”.
Las circunstancias inciertas del deceso llevaron a Yanzón a denunciar el caso del periodista mendocino ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Su muerte dejó varios cabos sueltos: “Hay gente que sabe cosas y está clandestina porque ha pasado por situaciones similares. Recordemos el caso del periodista Aramayo que fue privado de su libertad y atado a un árbol. Hay llamados telefónicos de Sebastián que fueron borrados y estamos haciendo un peritaje sobre ese tema. Y por supuesto tenemos un problema porque las autoridades de Bolivia les exigieron a los familiares la cremación para poder sacarlo del país y traerlo a la Argentina. Lamentablemente no podemos tener lo que nos indicaría una autopsia. Pero confiamos en la lectura fina que están en condiciones de hacer los médicos porque hay un escenario previo para pensar que ese ACV fue consecuencia de una agresión anterior”, describe el abogado.
La historia clínica de Moro ofrece elementos de prueba que arrojarán una interpretación médico forense en los próximos días. Pero es más complicada la reconstrucción de las horas previas a que fuera encontrado inconsciente en su departamento sobre la calle Pérez de Holguín, del barrio de Sopocachi. Él vivía solo en un pequeño dos ambientes que alquilaba y al que se accedía por un ingreso común compartido con un complejo de viviendas linderas. O sea, tenía varios vecinos, pero ninguno parece haber escuchado o visto nada el 9 de noviembre en que su familia perdió todo contacto con él.
Ese día previo al golpe de Estado, José Aramayo, el jefe de Sebastián y director del periódico Prensa Rural y de la radio de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) terminó amarrado a un árbol sobre la avenida Saavedra, en Miraflores. Los golpistas que responden a Fernando Camacho no lo lincharon de milagro. Quizás la cobertura mediática que tuvo ese episodio le salvó la vida. No sucedería lo mismo con Sebastián. Ni se sabe si llegó a su apartamento sin ser detectado por las hordas que habían tomado las calles de La Paz. Tampoco si pudo ponerse a salvo sin ser atacado. Ése vacío temporal se da desde que un allegado a la familia lo descubrió tirado en su casa el domingo 10 de noviembre a las 13.30, el día anterior a que publicara su última nota en Página/12.
Penélope supone que “tal vez no quiso preocuparnos contándonos la totalidad de los hechos. Sebastián había llegado a las cercanías del edificio de la CSUTCB para cerrar la edición de Prensa Rural que saldría al día siguiente, pero al notar que un grupo de violentos intentaba tomar la sede resolvió volver a su hogar y continuar trabajando desde allí. La madrugada anterior junto a sus compañeros, advirtiendo lo que podía suceder en el medio, se dedicó a resguardar equipos y material del edificio”.
Lo que Moro no pudo preservar, ya inconsciente, fue un chaleco que lo identificaba como periodista, su grabador y uno de los cuadernos donde tomaba apuntes. Faltaban de su departamento y como esos elementos están vinculados a su actividad profesional, ponen más dudas sobre su muerte. El joven periodista sabía desde bastante antes cómo venía la mano en el país que había elegido para radicarse y vivir del oficio que amaba. El 22 de octubre, dos días después de la elección en primera vuelta que ganó Evo, le envió un wathsapp a este cronista: “Acá está muy heavy la cosa” escribió. Dieciocho días después fue encontrado tirado en el piso de su departamento.
Sebastián es recordado por su amiga Mariana Olguín en el sitio digital Nuestra Memoria como “ese niño grande, testarudo, inquieto, porfiado, desordenado, pero con un corazón enorme, sensible y compañero”. Cuando eligió mudarse a La Paz, buscaba su lugar en el mundo después de haber sido despedido de Radio Nacional Mendoza donde se destacaba en la cobertura de los juicios de lesa humanidad en la provincia. En la primera semana de septiembre de 2018 empezó a desempeñarse como editor de Prensa Rural y en Radio Comunidad de la CSUTCB, donde conducía el programa Encuentros.
Su último artículo en Página/12 se tituló “Un golpe de Estado en marcha en Bolivia” el mismo día en que se produjo. Seguramente no hubiera imaginado que varios días después él sería noticia en un informe de la Delegación Argentina en Solidaridad con el país vecino: “Especial gravedad reviste para esta delegación el caso del periodista argentino Sebastián Moro”. Tampoco que su muerte dudosa llegaría a ser denunciada ante la CIDH.