Al ritmo de los últimos, y de las últimas; esos son los pasos que nos esperan, así vamos a comer, sabiendo que un tercio de les niñes de este país tienen hambre; así vamos a cuidarnos, sabiendo que la casas tendrán que ensancharse porque lo que importa es que nadie quede afuera; así marcharemos, mirando sobre el hombro que nadie se pierda. No es juntos o juntas nada más, es al compás de los pasos más lentos.
Los últimos, las últimas; esos que fueron pateados por la meritocracia fuera de la mesa y dentro del sistema de culpa y castigo que aplican quienes no ven sus privilegios porque creen que se los ganaron. Este es otro tiempo, es el tiempo de ponerse detrás de la silla de ruedas y no de usar a quien está ahí sentada como si fuera un mueble porque la coreografía de la alegría pautada por focus group exigía agilidad para el baile.
A este tiempo se lo empujó desde la calle y el tamaño de la esperanza tiene el tamaño de esa resistencia que tomó las calles contra la impunidad de los genocidas, contra la justicia patriarcal, contra los femicidios, contra el hambre, contra la reforma previsional, contra la crueldad neoliberal.
Todos los gestos cuentan en este día épico en el que el calor agobia pero no detiene el flujo de una emoción que es también alivio, que es también reconocimiento de unos por las otras, les otres, los otros. Porque no hay modo de contrarrestar la crueldad sin reconocerse en otra experiencia, en el dolor que nos toca porque alguien más lo sufre. Todos los gestos cuentan y ese de empezar sabiendo que hay que mirar adelante pero siempre volviendo la mirada atrás para tender la mano a quien no puede más quedar rezagade vale doble o vale triple. Vale tanto como esta sensación compartida de que a pesar de los miles de grados a la sombra se puede respirar mejor.
“Ni Una Menos tendrá que ser una bandera de toda la sociedad y de todos los poderes del Estado”, dijo el nuevo presidente casi al final de su discurso, fue ovacionado y fue coherente con la forma en que eligió empezarlo: por las últimas. Las más pobres de los pobres, las más desocupadas y desocupades entre los desocupados, las que pasan más hambre cuando no hay qué comer, las que mueren por abortos clandestinos, las que ponen el cuerpo para inventar la vida que vale la pena vivir.
Las jerarquías de género como sistema de opresión, eso que fue invisible, eso que fue marginal, un tema que tendría que esperar a que existan otras transformaciones, uno de los últimos, desde esa misma posición iluminó una manera de caminar en la que ya no se puede avanzar sin nosotras, sin nosotres. Impuso desde los márgenes un modo de plantear urgencias, de analizar la economía, el amor, la política, el trabajo, el cuidado, los cuerpos; el deseo como desobediencia y motor de transformaciones radicales. Y a ese ritmo habrá que marchar para darle un borde concreto a la promesa de que Ni Una Menos sea una bandera común.
De todas las postales de esta semana que empezó el viernes cuando ya el cuerpo sabía que era el último viernes del macrismo, y que el sábado sería el último de la doctrina Chocobar, y el domingo se descontaba como el último de una era en la que había que arrepentirse por desear la fiesta porque se iba a pagar con hambre, y el lunes el último día hábil de les trabajadores del Estado que habían resistido dentro; de esta semana que hoy sigue en la calle, sudando, cantando, mojándose, yo me quedo con esa línea de un discurso al que le faltó decir aborto -aunque decir Ni Una Menos es decir también aborto legal- pero empezó proponiendo poner en el centro a quienes se empujó hasta los márgenes de la indignidad. Ese es un cambio de paradigma. Ese es el tiempo que queremos que de verdad comience. Porque no hay donde ir si en el camino no marchamos todes.