“Así como hay emergencias de todo tipo en la provincia, laboral, productiva y social, también tenemos una emergencia en relación a la problemática de la violencia de género y en torno a la crisis que han tenido que enfrentar las mujeres y disidencias en estos cuatro años”, evaluó en diálogo con Página/12 Estela Díaz
, quien asumirá este jueves como ministra de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense. Se trata de una de las sorpresas del gabinete del Axel Kicillof. Es una de las caras imprescindibles a la hora de pensar el sindicalismo argentino desde una mirada feminista. Estela Díaz llega al nuevo ministerio desde la Secretaría de Género de la CTA de los Trabajadores, cargo que ocupa desde 2010. Además, forma parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito desde sus inicios. “Soy orgullosamente sindicalista, feminista y peronista, tres identidades históricamente demonizadas”, suele definirse.
“Vamos a trabajar juntas, Nación y Provincia, con una perspectiva común que tanta falta hace y esperan las mujeres y disidencias”, adelantó Estela Díaz a este diario.
El sábado, la referente de la CTA había anunciado en Facebook que se sumaría al equipo de la abogada Elizabeth Gómez Alcorta, ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad del gobierno nacional, pero en las últimas horas del domingo recibió el ofrecimiento para encabezar la nueva cartera provincial. Con Eli Gómez Alcorta tienen en común la defensa de la líder social de la Túpac Amaru: mientras Gómez Alcorta coordinó en estos años su defensa, Díaz coordinó el Comité por la Libertad de Milagro Sala, en representación de la central obrera que encabeza Hugo Yasky.
Estela Díaz vive en la localidad de Ringuelet, cerca de La Plata, capital provincial. Es su lugar en el mundo. Vive a una cuadra y media de la casa de su niñez. “Soy casi conservadora, diría, tengo 33 años de pareja, vivo en el mismo barrio”, suele comentar divertida.
Su primera experiencia laboral fue como promotora de un servicio de entregas a domicilio. Tenía 18 años y se vio forzada a renunciar por el acoso “muy pesado” que el dueño del emprendimiento ejerció sobre ella. Durante años fue viajante de comercio y vendió productos bien femeninos, de bazar, de vidrio, vasos, platos y otros objetos de cocina. Y ahí también sufrió acoso de parte de clientes. “Me llevó muchos años, cuando ya era feminista, darme cuenta de lo que me pasaba con el acoso callejero, y pensar sobre mis opciones de vestimenta. Una vive con eso como si fuera normal. Esa es tu normalidad. Hasta los 40 años no usé escote porque soy tetona. ¡Qué no me dijeron sobre mis tetas...! Recién hace poquitos años pude hacer una reflexión sobre eso. Y pude hacerla por el feminismo, que es un aprendizaje todo el tiempo, un aprendizaje de vida que te atraviesa. Por eso es tan resistido”, contó.
Fue una “feminista intuitiva” de niña porque se crio en un clásico hogar patriarcal. Con un hermano un año y medio mayor que ella, vivió en carne propia las diferencias de género desde su niñez y las fue enfrentando como pudo. A ella la mandaban a hacer los mandados, por ejemplo, y a él no, e incluso le pedían que le hiciera la cama a su hermano. En la organización de la casa, los hombres eran los privilegiados, cuenta. Un privilegio impuesto por su padre pero por su madre también, que reproducía ese sistema de organización. Le enseñaban a manejar a su hermano desde los 9 años, lo sentaban al frente al volante mientras que ella tuvo que robarle el auto al padre para poder aprender. “Siempre tuve esa experiencia de que había algo profundamente injusto en esa distribución de poderes, de reconocimiento y de tareas”, recuerda.
En la década del ’90, mientras estudiaba Letras en la Universidad Nacional de La Plata, conoció autoras que la “reflashearon” y le abrieron la cabeza. Como la escritora, activista y periodista mexicana Elena Poniatowska. Su primera militancia fue partidaria, ligada a los derechos humanos, en la Facultad, dentro del Partido Intransigente. Era el momento en que se empezaba a discutir el cupo, las leyes de violencia doméstica, la salud reproductiva, un momento de mucha efervescencia. Durante el menemismo se volcó más a la militancia social, en un espacio en La Plata que se llamaba La Casa Grande, adonde confluían diversos espacios que venían desde distintas militancias políticas y sociales, peronistas desencantados, socialistas, intransigentes, y del mundo gremial. Entre otras actividades, ella se ocupaba de una formación de promotoras en salud sexual y reproductiva en distintos barrios. La pata territorial de la CTA se nucleaba en la Federación de Tierra y Vivienda, donde Estela Díaz militó durante largos años. Estuvo también en la fundación del Frente Grande en La Plata.
Siempre fue sensible a la militancia feminista pero no quería militar en espacios solo de mujeres. Pero dentro de la CTA nacional fue ella quien advertía y cuestionaba que tal o cual iniciativa no tenían perspectiva de género o que no se había contemplado la incorporación de mujeres. En 2007 se alejó de la central sindical y regresó en 2010, desde cuando viene ocupándose de la secretaría de Género. La prevención de la violencia machista y el acompañamiento a víctimas, la lucha por derecho al aborto, la educación sexual integral y las políticas de cuidado han sido parte de su agenda prioritaria de los últimos años como sindicalista y activista feminista, temáticas que tendrán seguramente un lugar central durante su gestión en la provincia de Buenos Aires.