RICCHI DI FANTASIA 4 puntos
Italia, 2018
Dirección: Francesco Miccichè
Guion: Fabio Bonifacci y F. Miccichè
Duración: 102 minutos
Intérpretes: Sergio Castellito, Sabrina Ferilli, Valeria Fabrizi, Matilde Giolli, Antonella Attili.
Esta película italiana hace pensar que algo se detuvo en aquella península, allá por los años 50, y quedó allí cristalizado, como un témpano en el polo. Todo lo tipificadamente “italiano”: el hablar a los gritos, las discusiones destempladas, las gestualizaciones generosas, las familias aumentadas, los pequeños tan “simpáticos”, los hombres chantas, las mujeres sufridas, o astutas, o “bambolonas”, o lisa y llanamente rompe coglioni. Todo eso se da cita aquí, como si todavía estuviéramos en tiempos de Totò, Aldo Fabrizi y la Lollò. No se trata de commedia all’italiana, género noble y (auto)crítico, sino del conformismo de un folklore urbano anclado para siempre sesenta años atrás. Es como si el tiempo no hubiera pasado. Seguramente a eso apunta Ricchi di fantasia: a la “identificación” del público con algo que se sabe de memoria, y que en el peor de los casos podría confundirse, justamente, con identidad.
La anécdota se trama a partir de una broma, que un grupo de albañiles tiende, en venganza, al bromista Sergio, carpintero de obra (Sergio Castellito, único heredero posible para aquellos viejos comediantes). Le hacen creer que ganó 3 millones de euros con un billete de lotería que acaba de jugar, por lo cual el tipo quema las naves, le dice addio a la bruja de la esposa y se va con hija, nieto y mamma, que se le cuelga. Dónde van no queda muy claro, porque casa nueva todavía no tuvo tiempo de comprar. Pero todo sea por juntar a la familia, que de unita tiene poco y nada.
En verdad su compañía más deseada es Sabrina, su amante (Sabrina Ferrili), que a fuerza de bótox parece una Loren o Lollobrigida inflamada. Sabrina canta viejas canciones fascistas en el bar del que es dueña con su marido, a pedido de un grupo entusiasta de camisas negras. Cuál es el sentido de esta escena es una pregunta para hacerse. Cuando el carpintero se entera de la tomadura de pelo que le hicieron decide seguir adelante, como si la broma no hubiera sido una broma. Como en El picnic de los Campanelli, todos parten de la periferia romana hacia la Puglia, tal vez porque los guionistas (el director, Francesco Miccichè, y otro) vieron Familia Rodante y les gustó.
Lógicamente que en ese viaje al pepe habrá tensiones, discusiones, agarradas de los pelos. Se supone que ellos son una familia tipo italiana, y se supone que las familias tipo italianas son así. Fuera de la burbuja de esta película fotografiada en tonos acaramelados (como se usaba en los 80 y 90), ¿todavía existirá esta clase de familias tipo? Es preferible creer que la cultura italiana no habrá quedado frizada sesenta y pico de años atrás, como sucede con esta cinta. La crítica hipercomplaciente que un sitio llamado Silenzioinsala dedica a la película hace pensar lo contrario.